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Las tiendas abrieron a su hora, los turistas caminaban por las calles de Jerusalén, las terrazas de las cafeterías se llenaron y en las playas de Tel Aviv decenas de personas tomaban el sol. Parecía un domingo más en Israel, pero no lo era. La ... oleada de drones y misiles lanzada el sábado por la noche por Irán era el tema de conversación en un país donde, pese a la estampa de normalidad, la mayoría no ocultaba su preocupación por lo ocurrido, ni tampoco cierta tranquilidad por cómo había funcionado el sistema de defensa hebreo ante un ataque de Teherán sin precedentes. «La situación es realmente aterradora. Sin embargo, estamos muy, muy felices con la alianza -Estados Unidos, Reino Unido y Jordania- que nos ha ayudado porque la mayoría de aparatos no llegaron aquí», resumía Ayala Salant, de 48 años, vecina de la ciudad santa.
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Mikel Ayestaran | María Rego
Los israelíes llevaban casi dos semanas en alerta y muchos habían hecho acopio de alimentos ante la inminencia de la respuesta iraní al bombardeo que el 1 de abril destruyó su embajada en Damasco y mató a más de una decena de personas, entre ellas siete miembros de la Guardia Revolucionaria. Este domingo volvieron a llenar las despensas. Eliyahu Barakat regenta un ultramarinos en Jerusalén que se quedó «vacío». «Agua, comida, de todo», enumeraba sobre los artículos que habían volado otra vez de las estanterías de su tienda. El propio primer ministro, Benjamín Netanyahu, envió un mensaje de tranquilidad a la población nada más conocerse el ataque masivo, pero pidió también que se siguieran las instrucciones del ejército.
Acudir a los refugios en cuanto sonaran las sirenas fue una de las órdenes, aunque más de uno optó por salir al balcón para retratar el paso de los artefactos con su móvil. Michael Uzan, de 52 años, se reunió con la familia en casa de su suegro y pasó parte de la madrugada en el búnker construido bajo el bloque de apartamentos. «Mañana no hay trabajo. Incluso las reuniones, todo se cancela. Y para los niños las escuelas están cerradas. Tengo una hija que debía hacer un examen importante pero todo está suspendido», apuntaba este dentista para recordar que la amenaza no había acabado. No hay clases, tampoco actividades extraescolares ni excursiones, y el aforo en las reuniones al aire libre está limitado a un millar de personas.
«Esto es grave», repetía Summer Khalil en Majd al-Krum, un pueblo de Galilea, donde los temores se multiplican al estar «cerca de la frontera libanesa». Tanto que ella hizo una compra más grande de lo habitual por si en los próximos días no podía salir de casa: «Cogí treinta botellas de agua, eran casi las últimas que quedaban en la tienda, y leche ya no había». Waheb Khalaya, enfermera jubilada de 68 años y residente en esa localidad, compartía la misma sensación ante el futuro: «No estamos en una isla, hay gente a nuestro alrededor por la que estamos preocupados. Tenemos miedo de que estalle una guerra que afecte a la vida diaria y a la economía».
En Israel se extiende la preocupación por lo que pueda venir después de la 'Operación Promesa Verdadera', como Teherán bautizó al ataque del sábado por la noche que centenares de iraníes celebraron en las calles del país persa. «La situación es realmente aterradora porque tenemos miedo de lo que pase y de todos los bombardeos y aviones que se avecinan», reflexionaba Salant. Ella tiene ahora un único deseo: «Esperamos que esta escalada termine pronto». Pero la venganza del régimen de los ayatolás ha despertado también otros sentimientos entre los hebreos, incluido el patriótico. «Una vez más Israel probó su superioridad tecnológica y controló la situación de una forma impresionante», subrayaba Yishai Levi, de 67 años.
«Israel necesita mostrar que es fuerte y que esto -el ataque persa- no es algo que podamos dejar pasar. No somos el saco del boxeo del mundo», defendía Sharin Avraham, un treintañero que comparaba un posible conflicto con Irán con la actual guerra en Gaza. «Luchar contra un Estado es diferente», decía. Walid al Kurdi, refugiado en Rafah por ese enfrentamiento en la Franja que comenzó hace más de medio año, tenía otra opinión: «La respuesta realmente no nos preocupa. Lo que nos importa es volver a nuestros hogares».
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