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La invocación de la luz es habitual en el vocabulario político del islam. No lo olvidaron Recep Tayyip Erdogan, Abdulá Gül y Bülent Arinç, miembros del grupo reformador en la formación islamista recién prohibida, cuando en 2001 fundaron el Partido de la Justicia y el ... Desarrollo (AKP). Venció al año siguiente en las elecciones y sigue en el poder hasta hoy. Tenían que obrar con la cautela impuesta por la vigilancia institucional del legado laico de Mustafá Kemal. El símbolo elegido para el AKP, aún hoy vigente, una bombilla, respondía a ese doble propósito de enlace con el islam y de no alarmar. La luz de una bombilla no deslumbra a nadie.
La imagen consolidada sobre la trayectoria política de Erdogan es la de una radicalización escalonada, actuando primero, de acuerdo con sus palabras, dentro de una orientación democrática y europeísta que encontraba frente a sí el muro del laicismo institucional. Sólo que a partir de 2008, una vez alejado el riesgo de ilegalización del AKP, la política de Erdogan destapó su nostalgia del Imperio Otomano, en particular de la conquista de Constantinopla en 1453, y fue puesta en marcha la islamización del sistema educativo a partir de las 'imam hotep', escuelas de imanes, volvió el velo y, a partir de 2012 se inició la inesperada regresión, primero en Santa Sofía, transformando las basílicas bizantinas, museos abiertos a la humanidad, según Mustafá Kemal, en mezquitas sin imágenes.
A partir de 2014, la deriva autoritaria de Erdogan se vio avalada por el golpe militar fracasado de 2016. La reforma constitucional de 2017 degradó el régimen turco al nivel de una democracia híbrida, con las instituciones republicanas vaciadas por el dominio absoluto de un líder carismático, entregado a suprimir la separación de poderes, lograr el control absoluto de los medios y ejercer la represión de opositores y kurdos. A la vista de la exaltación del Reis, como es llamado, materializada en su mastodóntico palacio presidencial en Ankara al estilo Ceaucescu, el presidencialismo de Erdogan desembocaba en un sultanismo.
Quedó al descubierto que sólo el pragmatismo y la prudencia le habían contenido hasta entonces. El núcleo ideológico de Erdogan se encontraba en el célebre poema del nacionalista Ziya Gökalp que le llevó a la cárcel en 1998 y que empezaba afirmando de las mezquitas serían nuestros cuarteles.
Nacionalismo expansivo e islamismo como soporte animaron un proyecto político en el que cada etapa era vista como una estación en el trayecto hasta la llegada a una Gran Turquía, heredera de los seljúcidas, y sobre todo del sultán que ganó para el islam Constantinopla y Santa Sofía. A favor del parón internacional causado por la crisis del covid, Erdogan se olvidó en 2020 de su seudoeuropeísmo. Hizo una entrada teatral como 'segundo conquistador' al convertir a Santa Sofía en mezquita, amenazó a Grecia en un Mar Egeo definido como «la patria azul» e incluso se apoyó en el mito turánico de la manzana roja, centro mágico del imperio turcoislámico. Nada etéreo: pensemos en las intervenciones en Armenia y en Siria.
Después de décadas de crecimiento, la realidad fue menos brillante: fracaso de la política económica, corrupción, caos tras el terremoto... Así todo pareció derrumbarse ante las elecciones de mayo. ¿Por qué fallaron los pronósticos? De entrada, seguían existiendo dos Turquías, la progresiva del litoral y occidente y la tradicional del interior. Más la cuestión kurda. Más los refugiados sirios. Más la división de los opositores, en torno a un poskemalismo del CHP siempre minoritario, rodeado de partidos islámicos y derechistas. Más un líder, Kemal Kiliçdaroglu, nada carismático y por añadidura de creencia aleví, juzgada herética por la mayoría suní del país. Más una pugna desigual: 48 horas de propaganda oficial de Erdogan en la televisión de Estado, 32 minutos para su adversario.
Los observadores europeos de la OSDE dictaminaron que Erdogan contó en las elecciones con una «injustificada ventaja». Al Reis no le importa: en octubre tendrá su apoteosis al celebrar el centenario de la República turca, ahora islamizada, eclipsando a Atatürk.
La sombra de la cárcel y de la persecución del opositor, del periodista y del kurdo, seguirá dominando, ahora para impedir que el popular Erken Imamoglu, alcalde de Estambul, del CHP, sea reelegido en 2024. Las minorías religiosas, de creyentes 'protegidos' por el islamismo dominante, soportarán que el interior de la basílica de Santa Sofía 'mezquitizada' albergue los cajones para zapatos de musulmanes y otros visitantes. Sus mosaicos quedan fuera de acceso o tapados. En la más bella de las iglesias bizantinas, San Salvador de Chora, ya mezquita, ocultación total, según muestra la fotografía. Coda: en el Museo Arqueológico, donde en tiempos hubo una sala bizantina, Sócrates y Platón son filósofos anatolios. Todo queda en casa.
El tren de Erdogan ha llegado a su destino y el aliento universalista que pretendió Atatürk resulta sofocado en una sociedad sometida en el plano político a un régimen personalista y autoritario, xenófobo en lo cultural. Mientras su papel internacional crece, con el presidente armenio en su investidura y tropas turcas para mediar en Kosovo, el nuevo Gobierno apunta al cierre –hombres duros en Exteriores, Defensa e Interior– sobre el fondo de un inevitable reajuste económico. La bombilla del AKP domina la escena, en medio de la oscuridad.
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