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Esta semana debería arrancar el curso escolar en Gaza, pero si no llega pronto un alto el fuego más de 600.000 niños y jóvenes se quedarán sin educación por segundo curso consecutivo. El empeño de algunos profesores, con más corazón que medios, se ha ... convertido en el único recurso de las familias para recuperar la sensación de lo que era un colegio. Pequeñas escuelas abiertas en tiendas de campaña o en bajos de edificios semidestruidos son los lugares en los que se imparten en Gaza clases a los niños, aunque muchos de ellos ni siquiera pueden ir a estas aulas improvisadas porque tienen que trabajar para ayudar a sus familias a llevarse algo a la boca.
Jaldia Al Hasheim tiene 59 años y lleva 38 como profesora y directora en centros educativos de la Franja. Estaba al frente de la escuela Al Buraq del barrio de Al Nasser de la Ciudad de Gaza, un importante centro gubernamental que ha quedado reducido a escombros por los duros bombardeos. «Este septiembre no tiene nada que ver con el pasado porque esta guerra ha destruido todo lo que nos ayudaba a tener una vida que parecía normal. Hemos perdido escuelas, universidades, hospitales…», lamenta esta profesional de la enseñanza que ahora dirige un nuevo proyecto que se ha convertido en el motor de su vida y es la esperanza para niños y padres en el vecino barrio de Sheikh Radwan.
En el mes de marzo, Jaldia no podía aguantar más la situación. Con el permiso de los vecinos decidió adecuar una lonja que había bajo su casa y abrió allí una pequeña aula para los niños del vecindario. Su sorpresa fue que día a día llegaban más y más alumnos y de diferentes niveles, lo que le obligó a ampliar su escuela por las habitaciones de su casa y finalmente a levantar varias tiendas en un solar vecino para poder dividir a los estudiantes por edades. Las tiendas tienen estructura de madera y paredes divisorias de plástico. Hay algunos pupitres, pero la mayoría de estudiantes atienden las lecciones sentados en el suelo.
La escuela de Jaldia acepta ahora niños desde el primero hasta sexto grado, tiene una sección dedicada a pequeños con necesidades especiales y otra al aprendizaje del Corán. «Empezamos con 20 alumnos y ahora tenemos 170 y si tuviéramos más espacio y medios, podríamos tener muchos más», asegura una directora feliz porque «veo en los ojos de los niños que recuperan una parte de lo que era su vida anterior».
Jaldia, que imparte lecciones de matemáticas, cuenta con 19 profesores a sus órdenes. Todos son voluntarios, no cobran ningún sueldo y, en ocasiones, «tienen que poner dinero de sus bolsillos porque los niños no tienen nada, ni un cuaderno, ni un lápiz». La enseñante apunta a la falta de medios como una de las grandes dificultades para seguir adelante porque han desaparecido los libros de texto, pizarras, pupitres y también resulta complicado encontrar la madera y el plástico necesario para levantar nuevas aulas.
Los datos que ofrecen los ministerios de Salud y Educación y las agencias de Naciones Unidas dibujan un panorama desolador. Al menos 10.500 estudiantes de escuelas y universidades han muerto por los ataques de Israel, además de 500 profesores, y se estima que el 70% de las escuelas han sido dañadas o destruidas por los bombardeos. Las que quedan en pie, aunque estén parcialmente destruidas, se han convertido en refugios para familias que han perdido sus casas. Los ataques no cesan y en las últimas 24 horas Israel bombardeó la escuela Halimah Al Saadiyah, en el norte de la Franja, y mató a ocho personas más.
UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, contaba con 200 centros educativos y todos permanecen cerrados desde octubre. En los que no están muy dañados, el organismo internacional ha puesto en marcha programas para intentar que miles de pequeños recuperen la sensación de lo que es un colegio a través de juegos y apoyo psicosocial. «Los niños y niñas de toda la región están regresando a las escuelas de la UNRWA, excepto en Gaza. Más de 600.000 niños están profundamente traumatizados y viven entre los escombros», lamentó el máximo responsable de la agencia, Philippe Lazzarini, quien advirtió que «cuanto más tiempo permanezcan los niños sin ir a la escuela, mayor será el riesgo de que se pierda una generación, lo que alimentará el resentimiento y el extremismo».
Jaldia no pierde el ánimo y de la mano de colaboradores como Atta Al Faram, ingeniero agrónomo de 27 años, sueña con expandir este modelo de escuela improvisada de Sheikh Radwan a todos los barrios que sea posible. «La educación es clave para Gaza y un problema muy serio que debemos afrontar desde ya mismo, no podemos esperar», piensa esta directora coraje, faro para 170 niños que sin ella no habrían podido volver a tener la sensación de volver al colegio. Un regreso a las aulas bajo las bombas.
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