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Hasta 191 cuerpos aguardan desde hace días su entierro final a las afueras de Tiro en dos fosas comunes decoradas con ramas de buganvillas. Aquí descansan milicianos de Hezbolá caídos en combate, miembros de los equipos de la Defensa Civil y ciudadanos a quienes se ... dio sepultura de forma provisional a la espera de una tregua que permitiera llevar sus cadáveres a sus respectivas localidades. El alto el fuego temporal en Líbano cumple una semana y los servicios de emergencia comienzan a desenterrar y entregar a las familias los restos, pero solo aquellos que pueden ser inhumados ya que Israel ocupa decenas de pueblos y ciudades próximos a la frontera y el paso está prohibido.
«Abrimos este cementerio temporal el séptimo día de la invasión terrestre porque los frigoríficos de los hospitales se llenaron y no había sitio para tantos mártires. Los cuerpos están identificados, pero no podemos entregarlos todos por la complicada situación de seguridad en lugares como Ayta ash Shab, Harfa o Ramieh. Los entregaremos cuando lo permitan las circunstancias», explica el doctor Wissam Gaza, encargado municipal de este camposanto provisional. En Tiro se repite la historia de 2006, cuando este mismo lugar acogió una fosa para cien cadáveres.
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Mikel Ayestaran
Las familias que tienen aquí a los suyos se sienten afortunadas porque hay zonas de las que no se han podido recuperar los cuerpos. El último balance del Ministerio de Salud libanés eleva a 3.400 los muertos en los últimos dos meses. Los equipos de emergencia trabajan con cuidado en cada exhumación. El fuerte olor a restos descompuestos obliga a usar mascarillas, también encienden incienso, pero el hedor es tan intenso que marea. En el sur de Líbano, la Defensa Civil también está dividida y Hezbolá cuenta con sus propios equipos bajo la denominación de Hayaa Sahiye. Ellos son los encargados de estas labores, en coordinación con las autoridades locales y el ejército.
Ali Taleb llora a su hermano Abbas, de 31 años, a su primo y a su cuñado. Los tres serán desenterrados a lo largo del día y trasladarán los cuerpos a Kafra. Antes de que les llegue el turno, Ali se agacha y acerca la nariz a la tumba de su hermano. «Huele a rosas, es un milagro, ¿no te parece? El motivo es que desde los 15 años Abbas hacía cada noche una plegaria extraordinaria. Lloro porque me falta, pero no son lágrimas de pena porque estoy seguro que ha llegado al paraíso», comparte.
Un hombre recita el Corán y anima a quienes no pueden llevarse todavía a los suyos. Las viudas acuden con los huérfanos y lloran al marido y padre perdido. Yousef Al Said tiene 20 años, es peluquero y reza por el alma de su hermano Ali, de 36. «Tenía tres hijos y un cuarto en camino. En Ayta ash Shab hemos perdido a setenta combatientes, es el bastión más importante de la resistencia y volveremos en cuanto se retire el enemigo». Yousef sabe que su casa ya no existe, que a su regreso le espera «un panorama como el de Gaza, destrucción absoluta, pero es nuestra tierra y no la dejaremos».
Mohamed Srour llega también de Ayta ash Shab, pueblo de unos 3.500 habitantes situado en plena frontera, y acude al cementerio con fotografías de sus vecinos caídos y flores para decorar las tumbas provisionales. «En 2006 nos pasó lo mismo, la diferencia es que entonces el acuerdo de alto el fuego fue definitivo, esta vez todo está en el aire, nadie sabe si estamos ante el final de la guerra o si es un paréntesis», explica frente a los montículos de tierra donde descansan Hussein Ahmad, de 35 años, y Ali Uzman, de 40. «¡Ojalá estuviera yo bajo la tierra y no ellos!», exclama con rabia uno de los compañeros de Mohamed.
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