No ha sido posible. Tayyip Erdogan ha ganado las elecciones de este domingo y el «supuesto» cambio que encarnaba Kemal Kilicdaroglu, y su partido Republicano del Pueblo, ha pasado a mejor vida. Ni la maniobra mediante la que cambió la constitución de un sistema parlamentario ... por otro presidencialista, ni la acentuada crisis económica, ni la enorme inflación del 50% anual que constriñe el país, ni la ampliación del déficit comercial, ni el desplome de la lira turca, ni la pérdida de libertades de los últimos años, ni la represión y el encarcelamiento de miles de personas, ni el exilio de otros miles, ni la pantomima de golpe de Estado de 2016 que afianzó su poder y justificó intervenciones sumarias, ni el estado de excepción en el que mantuvo al país durante dos años tras el citado golpe, ni el incremento desbocado de la corrupción, ni la creciente e interesada islamización de la sociedad turca desmantelando elementos laicos que la caracterizaban desde la proclamación de la república un siglo atrás, ni la lamentable gestión tras el reciente terremoto que devastó el sur del país y en el que murieron más de 50.000 personas, ni el peso de los más de 5 millones de jóvenes que podían votar por primera vez, ni la importancia del voto kurdo, ni las objeciones y críticas de la oposición y de los observadores internacionales en la primera vuelta de los comicios, han sido suficientes para desbancarlo del poder y reiniciar una nueva etapa en el país otomano.

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El peligro de perder las elecciones al que se enfrentaba ha pasado. Los que ansiaban el final de una Era, tendrán que aceptar el nuevo mandato en el que éste incidirá en las mismas políticas de siempre. Si cree necesario reprimir con la dureza que lo hizo en las protestas del parque de Gezi, lo hará sin inmutarse. Seguirá encarcelando opositores, coaccionando a los pocos medios de comunicación que cuestionen algunas de sus decisiones, cesando sin rubor a profesores universitarios, inhabilitando cargos electos y mandando a prisión a periodistas, etc. En el ámbito económico seguirá desoyendo la ortodoxia de aumentar las tasas de interés para intentar controlar la inflación, lo que ha llevado a la lira a una debilidad extrema y por ende a un déficit comercial cada vez más acentuado al aumentar las importaciones pagadas en moneda extranjera.

Los turcos han votado mayoritariamente a un personaje autoritario que con puño de hierro controla todos los vericuetos del Estado y que ha estrangulado literalmente a la sociedad civil. Tendrá cinco años más para consolidar su proyecto autoritario.

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