Oriente Medio es un polvorín a punto de estallar por la inconsciencia y los intereses de unos pocos que llevan al desastre a otros muchos. Los recientes conflictos en esta zona del planeta, con el asedio israelí a Palestina a la cabeza, han añadido leña ... al fuego de la rivalidad irano-israelí. La guerra civil en Siria, la lucha contra el Estado Islámico, las tensiones en Yemen, el aplastamiento de Gaza tras el acto terrorista de Hamás y, recientemente, el bombardeo israelí al Consulado de Irán en Damasco y la muerte del general Mohammad Reza Zahedi, el asalto al carguero 'MSC Aries' por la Marina de la Guardia Revolucionaria y el ataque, la madrugada del domingo, del país de los ayatolás a Israel están creando un entorno cada vez más volátil donde cualquier chispa puede desencadenar un conflicto mayor y, quizás, irreversible.

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La rivalidad histórica entre Israel e Irán es una de las más profundas y complejas del panorama geopolítico actual, con raíces que se extienden a lo largo de varias décadas, aunque no siempre fuera así, ya que, hasta la Revolución de 1979 liderada por Jomeini, la cooperación entre ambos países fue una realidad contrastada. Está en juego el control geoestratégico de Oriente Medio y la ideología y la religión se convierten en factores secundarios. El problema es que este enfrentamiento tiene muchas posibilidades de convertirse en un conflicto abierto entre ambas naciones y ello preocupa a todos los países del entorno y debe de preocuparnos también a nosotros. Un enfrentamiento directo podría desencadenar una guerra más amplia, poniendo en riesgo la vida de civiles y la estabilidad de toda la región. La incertidumbre y la tensión que genera esta enemistad pueden llevar a un aumento de los conflictos, a la inestabilidad política y económica, y a una carrera armamentística que tendría efectos devastadores a largo plazo.

Por eso es imprescindible que la diplomacia se imponga a la retórica belicista y a las soflamas de unos y otros. El salto cualitativo que esta acción tiene en un futuro escenario de guerra real debiera hacer recapacitar a todas las partes que pueden intervenir en este desafío. La comunidad internacional debe de presionar a ambos países para que las cosas no vayan a más y ello implica, además de abogar por la diplomacia y el acuerdo, dejar de tensionar la situación, algo que algunos países occidentales hacen habitualmente y que no enfría ningún conflicto. Algunos estrategas sin escrúpulos consideran que una nueva guerra de grandes dimensiones taparía el fiasco ucraniano donde la victoria del sátrapa Putin es cuestión de tiempo, ocultando el desastre humanitario y económico que ha generado. Nadie es santo; los santos no existen, pero hay peores y peores, y debemos de ser conscientes de que unos pocos juegan alegremente con la posibilidad de una nueva guerra que derivará en algo mucho peor.

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