La guerra entre Hamás e Israel ha convertido Gaza en una inmensa cárcel al aire libre que mantiene atrapados bajo el horror a millones de personas. Ese enorme presidio tiene sucursales subterráneas, los túneles horadados por las milicias palestinas para esquivar la balas hebreas y, ... también, para retener a los rehenes judíos que capturaron el 7 de octubre. Los secuestrados pasaron en un terrible santiamén de una vida apacible en sus granjas a una galería oscura y fría como una tumba escoltados por guerrilleros armados. Su sepultura. Eso pensaron.
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Cuando el viernes cesaron los bombardeos, el túnel donde estaba presa Adina Moshe, de 75 años, se quedó en silencio. Algo pasaba. Allí abajo nada sabían el acuerdo para intercambiar rehenes israelíes por prisioneros palestinos. Cuando los milicianos de Hamás la empujaron hacia la salida del túnel, «pensó que iban a ejecutarla», contó en 'The Times', un sobrino de la retenida, Ayat Nouri.
Con 75 años, Moshe vivió la experiencia de creerse en el corredor de la muerte. «Estaban todos muy asustados». Al fondo de ese pasillo negro, la luz del día los cegó. Llevaban casi dos meses a oscuras. Un miembro de Hamás trató de ayudarla a subir a un vehículo. Ella lo apartó de un manotazo. «Mi tía es una mujer valiente», apunta su sobrino. Aún no sabían su destino. Entonces, todavía semicegados por la claridad, se frotaron los ojos. No lo creían. Les estaba esperando la Cruz Roja. «Ahí supieron que iban a ser liberados», relata Nouri. La sensación de resucitar, de salir del sarcófago.
Pero quedan muchos en los túneles. Para Avichai Brodutch, saber que su familia está retenida en esas galerías de Gaza fue al principio la mejor alegría. Durante días había pensado que murieron en el ataque a su kibutz. Tiene 42 años, es agricultor y estudiante de Enfermería. Y creyó haber perdido a Hagar, su esposa, y a sus tres hijos, Ofri (diez años), Yuval (ocho) y Uriah (cuatro). Los hombres armados que entraron en su casa se llevaron también a la hija de sus vecinos, a Abigail Edan, que el pasado viernes, inicio de la tregua, cumplió cuatro años. La niña, la primera estadounidense liberada por Hamás, vio cómo el 7 de octubre asesinaban a sus padres.
Brodutch se siente dentro de una lotería macabra. Espera la llamada de las autoridades de Israel para comunicarle que su familia está en la siguiente remesa de rehenes liberados. De momento, no ha tenido esa suerte. «Es como un reality show terrible», lamenta en 'The Times'. Vive a la espera de que suene el móvil. No ve la televisión. No lo soportaría. «No he visto las imágenes de las primeras liberaciones. Estoy intentando mantenerme cuerdo», confiesa. Creyó haber perdido a los suyos. Ahora que sabe que sobrevivieron y que están en poder de Hamás, no se siente con fuerzas para perderlos de nuevo.
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Tampoco Meirav Leshem Gonen suelta su teléfono a la espera de la misma llamada. El móvil parece la pistola de una ruleta rusa. Roni, su hija de 23 años, sigue secuestrada. «Pienso en ella, en esos túneles... Es asmática, tiene cálculos renales. Le dispararon», cuenta en el diario británico. A través del teléfono de Roni escuchó en directo el ataque del 7 de octubre. Su hija, con varias amigas, estaba en el festival del música arrasado por el asalto de Hamás. Gonen vivió en directo esa angustia. Cómo huían y chillaban. Las balas. «Mami, estoy sangrando. Mi amiga Gaya no responde y el conductor ha muerto. Creo que voy a morir». Fue su última conversación con Roni. Luego escuchó voces en árabe. Se llevaron a su hija. Aferrada al móvil, espera la llamada para salir de este túnel.
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