A 20 kilómetros al norte de Amán, la señal en la carretera indica la llegada al Campo de Baqa'a. Pero lo que nos encontramos no es un campamento, sino una auténtica ciudad. Con más de 130.000 habitantes hacinados en solo 1,4 kilómetros ... cuadrados, Baqa'a es el mayor de los diez campos de refugiados palestinos gestionados por la ONU que hay en Jordania, a los que hay que sumar otros tres no oficiales.
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Es, por tanto, la capital del éxodo palestino en Jordania. Con solo doce millones de habitantes, este es el país con mayor población palestina: 2,3 millones de personas que tienen el estatus de refugiados y un millón o más que obtuvieron la nacionalidad o son descendientes de quienes llegaron con la 'Nakba' (Catástrofe) de la primera guerra contra Israel en 1948.
Levantado en 1968 para acoger a quienes huían de Cisjordania y Gaza en la Guerra de los Seis Días (1967), Baqa'a contaba entonces con 5.000 tiendas de campaña para 26.000 refugiados que, dos años después, fueron reemplazadas por 8.000 casas prefabricadas. Con el tiempo, las guerras y la alta natalidad palestina, el campamento ha crecido hasta convertirse en una ciudad de infraviviendas de hormigón apiñadas en sucios callejones con charcos de aguas fecales por el suelo y marañas de cables de la luz en el cielo.
Como en cualquier otra ciudad musulmana, no faltan las mezquitas ni el concurrido zoco que ocupa su calle principal, donde algunos de sus puestos usan como toldos las lonas para las tiendas de campaña del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Entre sus comercios hay tiendas de frutas y verduras, carnicerías donde los corderos desollados cuelgan enteros y los matarifes despiezan las terneras con una sierra, puestos de ropa, bolsos, zapatos, móviles y hasta joyerías.
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Desde hace 33 años, Nayef Matar regenta uno de esos tenderetes de verduras. De 67 años, llegó con solo once a Jordania escapando de Idna, un pueblo cerca de Hebrón, durante la Guerra de los Seis Días. «Vine con mis padres, mis dos hermanos y mis dos hermanas y tardamos dos días en llegar usando varios medios de transporte: en burros, en coche y a pie. ¡No te imaginas lo que sufrimos!», cuenta con detalle. A pesar de lo pequeño que era, se acuerda de las casas de su familia en Idna y Jericó y las compara con «las tiendas de campaña entre piedras y barro que nos encontramos al llegar».
Aunque las viviendas han mejorado mucho desde entonces, se queja de las «condiciones poco saludables» en el campo, donde «las casas están unas pegadas a las otras y llenas de gente». En la suya, que es un modelo estándar de 96 metros cuadrados, vive toda su familia: veinte personas.
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Pero lo peor no es la masificación, sino la falta de trabajo, sobre todo para los jóvenes. A tenor de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), el desempleo afecta al 17% de la población del campo y el 32% vive por debajo del nivel de la pobreza, fijado en 814 dinares (1.077 euros) al año. Todo ello a pesar de que los jóvenes pueden estudiar gratis en los centros de formación profesional de la UNRWA. Para proporcionar educación y Sanidad, esta agencia de la ONU gestiona 16 colegios donde estudian 15.000 niños y dos centros médicos.
En medio de este ambiente, Nayef Matar contempla sin esperanzas la guerra en Gaza, que cree que «va para largo y lo más probable es que ni mi generación, ni mis hijos, ni mis nietos ni mis bisnietos vean el final del conflicto árabe-israelí». Sin pelos en la lengua, afirma que «los ataques de Hamás del 7 de octubre fueron en defensa propia porque, si alguien viene y me quiere echar de mi tienda, me defiendo». Pero también recela de Irán y su ofensiva contra Israel y entiende que Jordania interceptara sus drones y misiles porque «es el Estado número 51 de EE UU e interesa mantener que se conserve tranquilo».
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Coincide con él el imán Hassan Mohammed Sha'aban, quien tiene 62 años y llegó al campamento con solo cuatro, también después de la Guerra de los Seis Días y en una caravana con un centenar de parientes. «Gracias a Dios, Jordania ha interceptado los misiles iraníes para mantener la estabilidad. Lo más importante es que el país esté seguro y bajo la custodia de Su Majestad el Rey», señala este funcionario del Ministerio de la Religión respecto a la oleada de artefactos aéreos que el régimen de Teherán envió el pasado día 13 a Israel, y que pudieron ser interceptados casi ensu totalidad.
Desconfiando también de Irán por su intención de extender el chiismo, «del que los suníes estamos muy distanciados por su interpretación de las normas religiosas», asegura que «el islam no es una religión terrorista» y atribuye sus atentados a «fanáticos». Pero, sobre la guerra de Gaza, el imán pregunta «quiénes son los auténticos terroristas, los dueños de las tierras que nacieron allí o los que vinieron de fuera para ocupar Palestina y echar a su gente».
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Por todo ello, concluye tajante: «No creo que haya paz entre judíos y musulmanes y, como dice el Corán, todo lo que se ha tomado por la fuerza se recuperará por la fuerza». Al igual que otros refugiados como Salamah Abu Sil, quien regenta un puesto de frutas y ha perdido a diecisiete familiares en Gaza, su respuesta también está clara cuando le preguntamos si volverá algún día a Palestina: «¡Inshalá!»(¡Si Dios quiere!).
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