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Miguel Pérez
Miércoles, 3 de enero 2024, 14:51
Israel ha amanecido este miércoles en alerta máxima a la espera de conocer la reacción de las milicias de Hamás y de Hezbolá al asesinato de Saleh al-Arouri, el vicepresidente político de la organización islamista cuyo brazo armado causó la masacre de los kibutz ... el pasado 7 de octubre. El líder palestino murió este martes en la explosión de una oficina en el suburbio de Dahiyeh en Beirut, utilizado como uno de los cuarteles de Hezbolá. La deflagración fue causada por un dron armado con tres cohetes y en ella murieron otros seis cargos militares.
La confirmación de las bajas procedió del mismísimo Ismail Haniyeh, líder político de Hamas, que el martes protagonizó un discurso televisado para condenar el «cobarde» ataque. Añadió que, además de su número dos, el dron abatió a los comandantes de Hamás Samir Fandi y Azzam al-Aqra, y a otros cuatro miembros del grupo. De A-Arouri dijo que cayó «después de una vida llena de sacrificio, yihad y resistencia», aunque añadió que había cumplido su deseo de sufrir el martirio en defensa de la causa palestina.
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El ataque ha causado especulaciones de todo tipo. Decenas de hombres armados custodían hoy las calles del barrio, habitado por musulmanes de mayoría chií. Los vecinos aseguran que nadie conocía que la vivienda arrasada, un tercer piso de un edificio residencial, era, en realidad, una base de Hezbolá. «Escuché tres explosiones. Al principio pensé que era un trueno», relató un trabajador de un comercio cercano. No se descarta que el Sin Beth y el Mossad hubieran interceptado llamadas que revelaban el paradero del dirigente de Hamás o que alguien hubiera delatado la existencia de la reunión donde encontró la muerte.
El ejército israelí ha informado este miércoles de que se encuentra «preparado para cualquier escenario», en una clara advertencia de que responderá a acciones de réplica tanto procedentes de Gaza como de las facciones proiraníes instaladas en Líbano o Siria. Hamás ha garantizado «vengar» la muerte de uno de sus máximos líderes y Hezbolá se ha pronunciado en términos parecidos. Al-Arouri estaba refugiado en Líbano en calidad de «invitado» de la milicia chií dirigida por el clérigo radical Hassan Nasrallah, que precisamente hoy conmemora el cuarto aniversario del asesinato a manos de Estados Unidos de Qasem Soleimani, el líder de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. Nasrallah puede proporcionar en sus discursos pistas sobre las intenciones de Hezbolá respecto al crimen de Al-Arouri.
Todo parece apuntar a que esta madrugada pasada ha sido de cálculo estratégico en todo el mundo. La milicia chií señaló el martes que el ataque de Beirut constituye una agresión «contra la seguridad y la soberanía» del Líbano, pero es previsible que tampoco quiera arrastrar al país a una guerra con Israel. Es decir, probablemente le corresponda determinar un nivel de respuesta intermedio entre la debacle absoluta y una réplica militar más suave y que al tiempo satisfaga la expresión de venganza por la que claman sus bases.
La madrugada ha sido de cálculo también para Occidente, La Administración estadounidense, que durante años han ofrecido una recompensa de cinco millones de dólares por Al-Arouri, permanece expectante sobre la posibilidad de que su asesinato derive en un conflicto regional. El Pentágono tiene en máxima alerta a sus tropas allí desplegadas y a la flota del mar Rojo, donde Irán ha puesto a navegar una de sus fragatas para complicar aún más un escenario de enorme inestabilidad por las incursiones de los rebeldes hutíes. El presidente frances, Emmanuel Macron, ha hablado telefónicamente con Benny Gantz, líder opositor y miembro del gabinete de guerra israelí, para advertirle de que Tel Aviv debe «abstenerse de cualquier actitud de escalada», especialmente en territorio libanés, según un comunicado del Palacio del Eliseo.
Pero quien hace los cálculos principales es el propio Israel. El ejército todavía no ha sacado músculo del que ha sido su primer gran golpe al organigrama de Hamás desde el comienzo de la ofensiva. Resulta significativo que los medios nacionales todavía hablen de «presunto ataque israelí» y destacan cómo el Gobierno de Netanyahu «calla».
Las primeras interpretaciones de esta cautela apuntan a que Israel trataría así de proporcionar un margen de respuesta más flexivo a Hezbolá, imposible en caso de que hiciera un alarde de triunfalismo o se cebara en la «humillación» que supone el asesinato de Al-Aruouri para la milicia. El portavoz israelí de Asuntos Exteriores, Mark Regev, ha asegurado al canal MSNBC que «quienquiera que lo haya hecho, debe quedar claro que no se trata de un ataque al Estado libanés» sino que se ha tratado de un «ataque quirúrgico contra los dirigentes de Hamás»,
Un antiguo asesor de Netanyahu, Aviv Bushinsky, considera que la muerte del número dos de Hamás ha sido «el mayor asesinato en más de una década», y no duda de que Israel ha estado «detrás» puesto que tumbar la cúpula de la organización desencadenante de la masacre del 7 de octubre es «uno de los objetivos fundamentales de la guerra», Otros expertos opinan que esta muerte afectara «significativamente al funcionamiento» de Hamás, pero solo durante un determinado periodo de tiempo porque «no hay nadie irremplazable».
De confirmase oficialmente la autoría israelí, el asesinato de Al-Aruori sería la primera gran plasmación material de aquellas palabras premonitorias del ministro de Defensa, Yoav Galant, a mediados de octubre de qjue los jefes de Hamás son «hombres muertos». Recientemente, el propio primer ministro ordenó al Mossad y al resto de las agencias de Inteligencia que acabaran con sus líderes allí donde estén escondidos. La historia se repite. Israel tiene un largo pasado en estas acciones. Con Golda Meir al frente del país, sus agentes ya emprendieron en 1972 la cruzada de eliminar a todos los miembros de la organización Septiembre Negro implicados en la matanza de once atletas israelíes en Munich. Tardaron una década, pero no dejaron vivo a ninguno.
Más adelante, a Israel se le ha atribuido, por ejemplo, el asesinato de Fathi Shaqaqi, fundador y secretario general de la Jihad Islámica Palestina, ocurrido en Malta en 1995. Y trece años más tarde, el de Imad Mughniyah, jefe de operaciones internacionales de Hezbolá, muerto en Damasco como consecuencia de la explosión de un coche bomba. Mughniyah era buscado por varios países como responsable de atentados tan sangrientos como los perpetrados contra la embajada de EE UU en Beirut en 1982, que causó al menos sesenta muertes, o la sede diplomática de Israel en Buenos Aires diez años más tarde, con el resultado de 29 víctimas mortales. El Mossad le descubrió perse a haberse hecho la cirugía estética.
Israel ha perseguido además durante años a los actuales jefes de Hamás que quedan vivos: Ismael Haniya, el máximo líder, exiliado en Catar y que, según algunas fuentes, se ha rodeado de medidas de seguridad extremas para evitar un atentado como el que ha acabado con la vida de su subordinado Al-Arouri; Mohammed Deif, el comandante de las Brigadas de Ezzeldin Al-Qassam, el ala militar de Hamás, que ha perdido un ojo y sufre otras lesiones crónicas tras haber sobrevivido a varios atentados israelíes; y Yahya Sinwar, el jefe de la milicia en Gaza.
De este último, las Fuerzas de Defensa creen que lo tienen acorralado en el sur de la Franja. El pasado viernes reventaron su cuartel y su residencia privada dentro del laberinto de subterráneos construido debajo de Gaza. Tras la muerte del segundo líder de Hamás en Beirut, ahora mismo Sinwar es el principal objetivo militar del Gobierno de Netanyahu, que le considera el hombre que orquestó la muerte de los 1.200 israelíes en los kibutz. De hecho, una investigación del Mossad ha puesto al descubierto que Sinwar planificó la mayor parte de este ataque terrorista en solitario, a espaldas de la cúpula de Hamás y que se ayudó de pequeños grupos yihadists para surtirse de armas. Al parecer, informó a Hezbolá de sus intenciones solo unos minutos antes de que el horror se desencadenara en los kibutz.
La muerte del jefe político adjunto de Hamás representa también el fin de la colaboración que había desarrollado estrechamente con Yahya Sinwar en los últimos años para incrementar sus relaciones con Hezbolá e Irán. Al-Arouri, vicepresidente de buró político de Hamás desde 2017, estaba considerado como el embajador de este partido ante Hezbolá. Según medios israelíes, Sinwar «está sintiendo que la soga se aprieta» debido al cerco militar en Gaza y que ahora mismo estaría luchando por mantener la resistencia al ejército en el sur de la Franja. Nadie piensa que se entregará vivo. Ni que, por lo tanto, esté dispuesto a embarcarse en ningún tipo de negociación en este momento. Es por este motivo que tanto EE UU como los países árabes vean con pesimismo la posibilidad de que se discuta una nueva tregua o un acuerdo sobre los rehenes en un horizonte cercano.
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