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En Iskenderun, el antiguo puerto de Alejandreta a orillas del Mediterráneo, no hubo un terremoto. Cayó una bomba. Con una columna de humo elevándose todavía de sus muelles, sus calles desiertas e inundadas y la plaza del centro arrasada, parece más el escenario de una ... guerra que del seísmo que sacudió a Turquía y Siria el lunes. En este paisaje bélico, casi apocalíptico, desembarcó la Armada española con su mayor misión humanitaria. Con cuatro buques, entre los que destacan el portaaeronaves Juan Carlos I y la fragata Blas de Lezo, y unos 500 infantes de Marina, el Grupo Dédalo 23 se encarga de distribuir ayuda y participa en tareas de rescate y desescombro. Además, desatasca el cuello de botella que se ha formado con la asistencia humanitaria en el cercano aeropuerto de Adana, puerta de entrada a esta zona afectada.
A pesar de la desolación que reina en Iskenderun, la misión no pudo empezar mejor porque este sábado, durante la madrugada, sacó con vida a un niño de siete años que llevaba seis días bajo los escombros. Un auténtico milagro porque es el doble del plazo de 72 horas en el que es más probable hallar supervivientes entre los cascotes. «Ha sido un espaldarazo total para que la moral esté altísima», explica el contralmirante Gonzalo Villar, jefe del Grupo Dédalo 23. Cuando sus buques se dirigían esta semana a unas maniobras en el Mediterráneo, recibieron la orden de cambiar el rumbo para ayudar en las labores tras el terremoto.
«El principal reto es convertir una fuerza de operaciones para que sea eficaz en la prestación de ayuda. Por eso, por ejemplo, nuestra distribución de alimentos la hacemos a través de las ONG y hemos empezado priorizando las tareas de rescate entre los escombros porque las primeras horas son vitales», desgrana. Desde que llegaron el jueves al campamento montado en la Universidad Técnica de Iskenderun han distribuido más de veinte toneladas de alimentos con sus 55 vehículos pesados, que desembarcaron en una playa junto al resto del equipamiento porque el puerto estaba impracticable. La amplia autonomía de movimientos de este grupo es su mayor ventaja para responder a este tipo de emergencias, ya que puede llegar a cualquier punto y desplegarse de inmediato. La operación es como si fuera una invasión, pero de ayuda humanitaria.
«En los primeros momentos de una catástrofe, lo que queremos es aportar nuestras capacidades y no estorbar ni consumir preciados recursos locales», resume el teniente coronel Mario Ferreira, comandante del Batallón Reforzado de Desembarco. En esta misión, su objetivo es claro: «Poner orden en el caos es el mayor reto». Con dicho propósito, partieron de inmediato para Meydan, la plaza del centro de Iskenderun. Barrida como si hubiera sido bombardeada, sus edificios han quedado reducidos a montañas de escombros. Pala en mano, por sus cimas desfilan los equipos de rescate, entre ellos los infantes de Marina, buscando señales de vida. Cuando creen detectar alguna, como una voz o algún pequeño ruido, de inmediato ordenan que se paren las excavadoras. Solo en ese momento de silencio se disipa un poco la nube de polvo entre los amasijos de hierro y hormigón y los coches despanzurrados. Como restos de una vida pasada, la que ocupaba los edificios que se desplomaron, afloran zapatos, sombreros, lavabos rotos y hasta un ejemplar en turco de '1984', de Orwell.
Sudando bajo el sol, que ha dado una tregua al frío, los infantes de Marina se afanan rebuscando entre los escombros. Pero esta vez no tienen la misma suerte que sus compañeros de la noche y lo que encuentran bajo los cascotes es un cadáver. Pidiendo respeto, los operarios turcos prohíben que se tomen fotos del hallazgo de víctimas. Ante su elevadísima cifra, que supera ya las 25.000, dichas imágenes se han vuelto cada vez más sensibles para el Gobierno del presidente Erdogan. Amenazando su reelección en los comicios que adelantó a mayo, arrecian las críticas por su gestión de la emergencia y la criminal falta de control sobre las construcciones en este país tan expuesto a los terremotos.
El dolor en las zonas arrasadas por el seísmo ha empezado a mezclarse con la tensión por la propia situación, por la llegada de ayuda a cuentagotas... y, ante ese incremento de la inseguridad, voluntarios de algunos países han decidido suspender las labores de rescate. En la provincia turca de Hatay, por ejemplo, la Unidad de Socorro en Desastres de las Fuerzas Austriacas (AFDRU) y dos organizaciones alemanas decidieron este sábado cesar sus operaciones por el incremento de las amenazas a la seguridad en la zona. El caos desatado por el terremoto ha generado, además, enfrentamientos esporádicos entre grupos armados.
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