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Como alertan los expertos, el tiempo para encontrar supervivientes entre los escombros se agota. Las lágrimas de quienes esperan un milagro de los equipos de rescate nunca lo harán. Muge, de 32 años, confía en que alguien trate de dar con su madre. Acaba de ... viajar desde Gaziantep con la esperanza de encontrarla con vida y lo que le ha recibido en Antioquía es «una ciudad de muertos, la peor situación que he visto, mucho peor que allí». Llora y llora a pocos metros de la que fue la casa de la familia, hoy una montaña de cascotes y cristales rotos.
Antioquía, capital de la provincia de Hatay, tiene casi 400.000 habitantes y es uno de los núcleos urbanos más grandes afectados por el terremoto. Una urbe que ya sabe lo que es sufrir el golpe de los temblores de tierra y que varias veces en su historia ha tenido que reconstruirse. Es un crisol de minorías étnicas y religiosas, y también un lugar de acogida para miles de refugiados sirios. Ésta es una de las provincias afectadas y desde donde más quejas se han vertido por la respuesta las autoridades de Ankara. «Aquí hay mucha presencia de minorías y no forma parte de las prioridades de un Gobierno islamista», es el comentario de un periodista local que pide mantener el anonimato. Este tipo de críticas no pasan desapercibidas para un presidente, Recep Tayyip Erdogan, que recordó que «es tiempo para la unidad y la solidaridad» y que ningún país del mundo puede estar preparado para un desastre de este calibre.
El trabajo es descomunal. Apenas han llegado grupos internacionales de rescate, la inmensa mayoría son turcos y han comenzado a trabajar en las últimas veinticuatro horas. Manzanas enteras de edificios se han venido abajo en el centro y las excavadoras trabajan sin descanso. Las familias que han logrado recuperar a los suyos esperan en las aceras con los cuerpos metidos en bolsas de plástico de color gris. Otros muchos confían en que se les entreguen pronto los cuerpos sin vida de sus allegados. Es una espera en medio de las constantes sirenas de las ambulancias y el vuelo bajo de los helicópteros militares. Un puro escenario bélico en el que el enemigo se llama terremoto y en el que cada vez que hay una réplica aterroriza a todos.
Özgur camina frente a lo que fue la asesoría de su padre. Ellos no han perdido a nadie y se sienten afortunados. En su caso «el problema es que en la oficina teníamos dos cajas fuertes con nuestros ahorros y no sabemos cómo las podremos recuperar». Mira y mira el edificio y no se explica cómo ha podido pasar porque «es nuevo. Lo compramos hace tan solo cinco años y pensábamos que resistiría el temblor, pero nos equivocamos». Siente que «como somos la ciudad más alejada la ayuda ha tardado más en llegar y aquí necesitamos la ayuda de todos».
En las calles hay grupos de voluntarios llegados de toda Turquía. Cenk se ajusta los guantes y el casco para entrar en el interior de una casa en la que hace unos minutos han escuchado una voz. «Es una mujer anciana que vivía sola», explica antes de ponerse manos a la obra. Es miembro de la Federación de Montaña otomana y trabaja con otros cuatro compañeros. «Todos estamos en estado de shock. No se nos ha pasado, pero no tenemos tiempo que perder ni podemos venirnos abajo. Es verdad que aquí no han llegado equipos internacionales, pero en cuanto el mundo vea la magnitud del desastre vendrán mucho más», confía.
El paso fronterizo con Siria de Bab al-Hawa está a menos de cincuenta kilómetros, pero a ese país la única ayuda del exterior que ha llegado es la iraní. «No está bien lo que pasa con Siria. No hay derecho a que por culpa de una frontera se hagan distinciones de este tipo porque hemos sufrido el mismo terremoto», opina Cenk, que no puede perder más tiempo hablando porque sus compañeros le reclaman desde el interior de una casa.
Al lado de los montañeros están los jóvenes de Tim Rescue and Search, que han llegado de Estambul y llevan «cuarenta horas sin dormir porque no nos podemos creer lo que vemos». «Es el peor terremoto de la historia reciente por la cantidad de superficie que ha resultado afectada. Un infierno», opina Murad, encargado de dirigir las operaciones de los suyos y de elegir el lugar en el que trabajar. Hay tantos edificios destruidos que es imposible llegar a todos y solo se centran en aquellos con alguna esperanza de encontrar a alguien vivo. Hay otros que siguen intactos desde la noche del temblor y se han convertido en la tumba para todos sus vecinos.
No hay que caminar demasiado para dar con otro grupo de recién llegados. Bercem es arquitecta y ha pedido vacaciones en su trabajo en Alemania para ayudar a las víctimas. Vienen con una furgoneta cargada de agua y comida desde Ankara y su objetivo es «ir edificio a edificio a comprobar si se escucha alguna voz».
Por desgracia, cada vez se escuchan menos voces y más llantos.
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