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De aquellos polvos vienen estos lodos. El conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos, que se puede remontar en la historia todo lo que a uno le convenga, estalla de nuevo y vuelve a dividir al mundo: hay que tomar partido en función de razones ... ideológicas o religiosas. Unos justifican la violación y tortura de mujeres y la decapitación de hebreos a manos de Hamás con el argumento de que los judíos llevan décadas haciendo lo propio, mientras otros esgrimen su derecho a la defensa tras el ataque del pasado sábado para aplaudir el constante bombardeo de civiles en la franja de Gaza, cuyas morgues se llenan de cadáveres de niños. Están quienes reiteran que el estado de Israel debe dejar de existir, y quienes encuentran en textos sagrados sus razones para promulgar su expansión.
Siempre es más fácil analizar la realidad en blanco y negro que sumergirse en los matices de la compleja paleta de grises que la dibujan. Es más sencillo abrazar un discurso unidireccional para sentirse arropado en un bando que molestar a ambos con pensamiento crítico. Pero eso lleva al bíblico ojo por ojo, diente por diente, un círculo vicioso en el que una barbarie justifica la siguiente y que no cesará hasta que todos estén ciegos y desdentados.
Por eso, hoy ponemos el foco internacional en esta situación que amenaza con recrudecerse y alargar el horror un poco más, un problema que eclipsa a cualquier otro.
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Es evidente que el conflicto palestino-israelí no tiene solución. Al menos, no con las enfrentadas posturas actuales de ambos bandos, condenados a vivir en un constante estado de guerra en el que lo único que cambia es su intensidad. Porque ninguno tiene la fuerza suficiente como para aniquilar al enemigo, ni mucho menos la voluntad política para sentarse a negociar y salvar así miles de vidas.
La propaganda lo envenena todo, pero es una situación en la que hay algunos hechos irrefutables. De un lado está Israel, un estado moderno y democrático que se desliza hacia el autoritarismo de derechas pero que ha sabido crear riqueza y prosperidad en un secarral; del otro lado está una sociedad depauperada, medieval, guiada por un islamismo radical y cleptócrata que antepone la guerra santa al bienestar de su población. Pero también es cierto que el Estado judío existe a costa del musulmán, y que este último -al que ni siquiera se le concede aún el estatus de Estado- no puede avanzar debido al acorralamiento al que le tiene sujeto el hebreo, que le ahoga y le roba terreno sin cesar.
Curiosamente, la Real Academia Española define hebreo en su primera acepción como «dicho de una persona: del pueblo semítico, también llamado israelita y judío, que conquistó y habitó la antigua región de Canaán, después Palestina». Conquistó. Y, como muestran de forma muy gráfica los mapas del territorio que controlan ambas partes, ha seguido conquistando a pesar de la condena de Naciones Unidas. «Los asentamientos israelíes no tienen validez legal y constituyen una violación flagrante de la legalidad internacional», sentenció su Consejo de Seguridad en la resolución 2334 de 2016 con la abstención del principal aliado de Israel, Estados Unidos.
Muchos van más allá y señalan que esa conquista sionista, que arrancó con la inmigración del siglo XIX y avanzó con la apropiación de Palestina por los británicos -en la declaración de Balfour de 1917 otorgaron esas tierras a un 'hogar nacional judío'-, se cimentó con la creación ilegal de Israel como compensación por el holocausto judío de la Segunda Guerra Mundial, y que la única justificación para todo ello es la excusa que proporcionan los textos sagrados.
Lo cierto es que la historia a menudo sirve para afirmar una cosa y la contraria, y que si retrocedemos lo suficiente en el tiempo todos somos africanos. El mundo se ha ido conformando a través de guerras y de conquistas, así como de la mezcla de etnias. Pueblos colonizados también habían sido conquistadores, y víctimas fueron antes o después verdugos. Buen ejemplo de ello es la propia Israel. Negar todo eso es obviar cómo se ha dado forma a la Humanidad. Y, por esa razón, nadie en su sano juicio aboga por la expulsión de los blancos de Australia o de América.
La clave está en cuidar la convivencia dentro de un sistema justo para lograr que en el siglo XXI no se continúen cometiendo los errores y las barbaridades del pasado. Desafortunadamente, el ser humano todavía no está a la altura de un reto que desafía su propia naturaleza depredadora. Además, la división ideológica y religiosa en bloques dificulta un necesario debate sosegado: Irán apoyará a los palestinos independientemente de cuántos niños decapiten, y Estados Unidos hará lo propio con Israel sin importarle cuántas vidas siega con los misiles que le compra. Al final, cada uno mira por sus intereses exclusivamente, obviando los beneficios que ofrecería una paz global que parece alejarse cada día más.
Es todo por hoy. Siento haberte dejado con mal cuerpo, pero espero haberte explicado bien algo de lo que está ocurriendo ahí fuera. Si estás apuntado, recibirás esta newsletter todos los miércoles en tu correo electrónico. Y, si te gusta, será de mucha ayuda que la compartas y la recomiendes a tus amigos.
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