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M. Pérez
Domingo, 12 de mayo 2024
«Huimos, pero ya estamos muertos». Existe sobre Rafah una sensación de punto final. De que la guerra en Gaza, tras acumular muertos sobre muertos en una sucesión de ataques hasta superar los 35.000 cadáveres, se aproxima a la última escena, a una hecatombre ... humanitaria definitiva de la que ni Israel ni Occidente podrán luego regresar con los mismos talantes que ahora. Por eso, decenas de gobiernos se pusieron este fin de semana de acuerdo, sin quererlo, en exigir al Gobierno de Benjamín Netanyahu que suspenda su planificada invasión del enclave fronterizo con Egipto.
«Sería una masacre total», sentencio ayer con rotundidad Francesca Albanese, relatora de Naciones Unidas. También el secretario de Estado de EE UU explicó con bastante detalle ese final de todo resquicio humano hacia el que parece caminar el conflicto. Antony Blinken sostuvo que una intervención militar en toda regla en un espacio reducido donde se hacina un millón largo de personas supondrá «un coste potencial increíblemente alto para los civiles», generará «caos» y «anarquía» y no eliminará a Hamás, dado que «habrá más insurgencia» y la experiencia demuestra que los milicianos tienen una notable capacidad para dispersarse y reagruparse.
«Huimos, pero ya estamos muertos». Al-Ghoul es palestino. Azuzado por los bombardeos que sacuden la periferia de Rafah causando más de 50 muertos desde el viernes, este fin de semana subió a su mujer, cuatro hijos y a sus suegros en una camioneta con destino a la ciudad de Khan Younis. Allí solo quedan ruinas de los bombardeos, pero es un lugar. Un nombre. Supone trazar un rumbo. «Nunca habrá un sitio tan seguro como Rafah, pero ahora se ha vuelto muy peligroso. Hay que irse. Da igual dónde, lo fundamental es que sea lo más lejos posible», cuenta a un medio palestino.
La familia se va como el agua en un desagüe. Dará vueltas y más vueltas convergiendo hacia la oscuridad. Al-Ghoul es consciente de que en Khan Younis el realojo será imposible y que saldrán rebotados a otro enclave. «Sólo cabe confiar en que lo siguiente no sea peor o que enfermemos. Comenzamos a morir el día en que estalló la guerra y no creo que nos espere un futuro».
En realidad, lo más inmediato que les aguarda son cientos de camionetas, carromatos, coches y tuc-tucs que se desplazan por la carretera, además de cunetas plagadas de gente que duerme agarrada a sus escasas pertenencias o de cadáveres que han sucumbido a la debilidad o los ataques aéreos. La familia Al-Wakeel, con once hijos, pagó 600 euros por encontrar a un transportista que les llevara en su camión por esa ruta. Viajan con ropa, sartenes y telas para construir frágiles tiendas de campaña. ¿Dónde? No lo saben.
Su última parada «después de una noche en marcha terrorífica» ha sido en un antiguo albergue de la ONU en Deir El-Balah. Está reventado por dentro debido a la onda expansiva de los misiles, pero sirve para descansar unas horas. «En cualquier momento pueden bombardearlo de nuevo, así que no es seguro quedarse». El camión se detuvo anteriormente delante de cualquier inmueble, escuela o refugio que encontró a su paso, pero estaban atestados. El terror lo llena todo. Tanto como la depresión y el «agotamiento físico y psicológico» de cientos de miles de ciudadanos que protagonizan su segundo, tercer o cuarto éxodo desde el comienzo de la refriega, según el jefe territorial de la ONU.
Los israelíes conmemoraron ayer a los 1.200 asesinados en la masacre de Hamás y a los casi 800 soldados muertos en la guerra con una ceremonia en Jerusalén. El presidente, Isaac Herzog, anunció que hoy se aprobará una amnistía para los soldados, reservistas y quienes hayan contribuido a la seguridad del país que posean antecedentes judiciales. Daniel Hagari, portavoz de las Fuerzas de Defensa, aprovechó por su parte para anunciar que la operación en Rafah será de «alcance limitado» en respuesta a la presión internacional para que el Gobierno detenga la ocupación.
Aparte de Estados Unidos y la ONU, el Consejo Europeo, Unicef, Alemania, el Reino Unido, España, Irlanda, Noruega y Francia han encabezado en estos últimos dos días los emplazamientos a suspender cualquier intento de invasión. Crece el miedo a que se abra un abismo humanitario. Tel Aviv no ha presentado planes concretos y viables para proteger a los civiles. Y las previsiones de las ONG y de Estados Unidos subrayan que evacuar a toda la población de Rafah en condiciones seguras necesitará meses de planificación o directamente será imposible.
De hecho, Washington se ha ofrecido a proporcionar al Gobierno hebreo el material para que construya ciudades provisionales dotadas de tiendas de campaña, saneamientos, una red de suministro de agua y un sistema de distribución de alimentos y medicamentos. Sin eso, los expertos estadounidenses creen que muchas de las familias que escapan de los campos de batalla moriran en zonas «del todo inshospitas» al sucumbrir al hambre, la insalubridad y las enfermedades.
Por encima de todas las recriminaciones occidentales, el gran varapalo para el primer ministro Benjamín Netanyahu ha procedido de Egipto, que ayer decidió sumarse a la denuncia por genocidio presentada por Sudáfrica ante la Corte Penal Internacional; un tribunal que esta semana entrante podría ordenar a Netanyahu que detenga su ofensiva, según circula en las televisiones árabes. El Ministerio de Exteriores explicó desde El Cairo que su petición «se produce a la luz del empeoramiento de la gravedad y el alcance de los ataques israelíes contra civiles en la Franja, y la continua perpetración de prácticas sistemáticas contra el pueblo palestino».
La decisión tiene un gran calado, ya que rompe con un proceso de normalización de las relaciones entre el Estado hebreo y Egipto desde 1979, cuando firmaron un tratado de paz que significó la retirada de los israelíes de la península del Sinaí. Las autoridades egipcias son además una parte fundamental de las negociaciones desarrolladas en El Cairo para conseguir un alto el fuego y juegan un papel importante en la lógística de la ayuda humanitaria a través del paso de Rafah. La semana pasada ya saltaron chispas cuando los soldados israelíes tomaron el control del cruce fronterizo en el lado palestino. Desde entonces. la ONU asegura que no han entrado más camiones por este punto.
El portavoz militar, Hagari, añadió en su discurso dominical que las incursiones de las tropas están siendo «precisas» y evitan las «áreas densamente pobladas». Obvió señalar que los ataques aéreos y de artillería empujan a los civiles a una desbandada. En la última semana, unos 180.000 palestinos han evacuado la ciudad, fronteriza con Egipto, e iniciado un nuevo éxodo hacia Al-Mawasi, una franja próxima al mar en el sur de Gaza que Netanyahu ha declarado como área humanitaria.
Otras 120.000 personas han sido expulsadas del norte de la Franja en dirección al mismo lugar debido a los nuevos combates en Jabaliya y Beit Lahia entre los soldados y los miembros de Hamás. Combates que, por otro lado, han generado una reacción crítica en sectores militares y políticos israelíes al entender que el ejército cometió un error al no establecerse con mayor solidez en aquellas zonas que primero invadió tras los atentados de Hamás del 7 de octubre. Esta circunstancia parece figurar en el origen de que grupos armados de milicianos hayan logrado reagruparse y reiniciar las hostilidades sobre lo que venía siendo tierra 'conquistada'.
Al-Mawasi es una lámina de un kilómetro de ancho y catorce de longitud que antaño albergaba a 1.500 habitantes de origen beduino. El dato basta para comprender los problemas que genera en la actualidad una concentración de cientos de miles de personas. El trasiego de los últimos siete meses, acentuado por el desalojo «forzoso» que ya ha dejado el oeste de Rafah «con las calles vacías», señala que Al-Mawasi podría acoger a más de un millón de personas, prácticamente un imposible. Singapur, el segundo territorio más densamente poblado del mundo, tiene unos 7.700 habitantes por kilómetro cuadrado.
Calificado por Tel Aviv como 'zona segura', el lugar ha sido bombardeado al menos en seis ocasiones. Los que han arribado allí se encuentran con un «sitio miserable», un amasijo de escombros y un suelo baldío sin saneamientos ni agua. Tampoco la ayuda de las agencias llega. Tiendas de campaña improvisadas, dunas, palmeras, pequeños cultivos dispersos que la gente ha arrasado en busca de raíces u hojas con las que alimentarse y caminos de tierra jalonan el «inhumano» refugio, que ha llevado a las ONG a cursar una dura queja contra Israel. «Obligar a los civiles a evacuar a zonas inseguras es intolerable», ha declarado el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. Mientras, Philippe Lazzarini, responsable de la ONU en territorio palestino, ha denunciado que la calificación de zonas seguras por parte del ejército es «falsa y engañosa».
Los bombardeos selectivos conducen a los ciudadanos a recoger sus escasos bártulos y embarcarse en una huida incierta hacia los puntos donde les dirigen los panfletos lanzados desde el aire por la fuerza aérea, o donde les lleva su propia intuición. Entre los fallecidos este fin de semana, en Dar al-Dalah, en el centro de la Franja, dos médicos, padre e hijo, sucumbieron bajo las bombas mientras acudían a una emergencia. No hay piedad en Gaza. En ese contexto, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha vuelto a exigir un alto el fuego inmediato. «Reitero mi llamamiento, el llamamiento de todo el mundo a un alto el fuego humanitario inmediato, a la liberación incondicional de todos los rehenes y a un aumento inmediato de la ayuda humanitaria. Pero un alto el fuego solo será el comienzo. Será un largo camino para recuperarse de la devastación y el trauma de esta guerra», ha dicho en una conferencia internacional de donantes en Kuwait.
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