La odisea papuana de Philip Mehrtens
Secuestrado por independentistas ·
El piloto neozelandés es rehén de un grupo que busca desde hace décadas liberar a Papúa occidental de una polémica soberanía indonesiaSecciones
Servicios
Destacamos
Secuestrado por independentistas ·
El piloto neozelandés es rehén de un grupo que busca desde hace décadas liberar a Papúa occidental de una polémica soberanía indonesiaPhilip Mark Mehrtens aparece cariacontecido, un espíritu doliente situado entre dos mundos y dos tiempos. A la izquierda y derecha de la imagen, vemos indígenas armados con fusiles automáticos. En su calculada puesta en escena, la fotografía se antoja un 'tableau vivant' un tanto surrealista. ... Pero no se trata de ninguna simulación, sino de un drama verdadero y terrible. El protagonista es un piloto neozelandés secuestrado hace varios días por el Ejército de Liberación Nacional de Papúa Occidental (TPNPB).
Los captores han asegurado que no liberarán a su rehén hasta que Indonesia, a la que pertenece el sector occidental de la isla, no reconozca su derecho a la independencia. Si fuera esa su demanda real, posiblemente, el retenido permanecería el resto de su vida en algún rincón de la jungla papuana. Pero todo hace pensar que el hecho busca, sobre todo, publicidad para un conflicto poscolonial prácticamente desconocido más allá de Oceanía.
La fotografía destila un costumbrismo de apariencia 'kistch', pero no se aleja de la realidad del territorio. La supuesta ironía de la puesta en escena no puede ocultar una tensión que, periódicamente, se traduce en violencia, aunque raramente llega a los medios de comunicación extranjeros. El avión que gobernaba Mehrtens aterrizó en Paro, en el interior de la provincia y fue inmovilizado y destruido por miembros de una milicia prácticamente ignorada en Occidente.
Los países poderosos vinculan la isla con un exótico reducto de la Edad de Piedra. El viaje del magnate Nelson Rockefeller al país en noviembre de 1961 dio a conocer por primera vez esta zona. El acaudalado y futuro vicepresidente de Estados Unidos se desplazó para participar en la búsqueda de su hijo Michael, antropólogo que, entonces, investigaba la cultura de los asmat, una de las tribus papuanas. El joven nunca fue hallado. Algunos aseguran que murió ahogado al volcar su embarcación, otros, que fue devorado por nativos que practicaban el canibalismo.
Para entonces Papúa ya estaba incendiado. La carestía de las especias en el siglo XVI proporciona el remoto origen a este conflicto. Entonces, las potencias europeas, incluida España, se embarcaron, literalmente, en la obtención de rutas y puertos para favorecerse del mercadeo de nuez moscada, orégano, canela o menta. En ese afán, el marino alavés Iñigo Ortiz de Retes llegó a una isla que llamó Nueva Guinea porque sus habitantes le recordaban a los nativos del lejano Golfo de Guinea.
El reino español no tuvo oportunidad de participar en el botín. Alemania, Inglaterra y, sobre todo, los Países Bajos, se repartieron la segunda isla más grande del mundo, con más de 785.000 kilómetros cuadrados. La mentalidad eurocéntrica la consideraba 'terra nullius', tierra de nadie, cuando, en realidad, se trata de uno de los territorios con mayor diversidad cultural del mundo, con más de 800 lenguas. Pero la opinión de la población nativa nunca tuvo valor en la mentalidad colonial y también ha carecido de relieve en la poscolonial.
La presa fue dividida para satisfacer a sus múltiples pretendientes. Los holandeses crearon formalmente la colonia de las Indias Orientales tras el Congreso de Viena de 1815, que supuso el reparto del mundo entre las grandes potencias. El sector occidental de Papúa quedó en sus manos, mientras la oriental se fragmentaba entre Alemania, que ocupaba la parte nororiental, y Gran Bretaña, instalada en el sur. Tras la Primera Guerra Mundial, los germanos fueron expulsados y la mitad este recibió el estatus de dominio de Australia bajo mandato de la Sociedad de Naciones.
El fin de la Segunda Guerra Mundial reestructuró el orden mundial. Con gran desconsuelo, los holandeses hubieron de hacer las maletas en Oceanía y fueron sustituidos por la elite político y militar de la isla de Java. La metrópoli europea era reemplazada por otra, deseosa de hacerse con su rosario infinito de archipiélagos entre el sur de Filipinas y el norte de Australia. El nuevo poder se llamaba Indonesia y su líder era Kusno Sosrodihardjo, más conocido como Sukarno.
La política de bloques malogró las apetencias independentistas de los papuanos. La fiebre descolonizadora a mediados de los años cincuenta fue apaciguada por el presidente Kennedy y es que la justicia quedaba en segundo plano ante la expansión comunista. El hábil Sukarno se inclinaba a la izquierda y, ante el riesgo de que la Unión Soviética desembarcara en la región, el presidente norteamericano le sedujo con su atractiva sonrisa y la promesa de que Papúa Occidental no tenía por qué escapar a su control.
Los papuanos fueron traicionados. El Acuerdo de Nueva York de 1962 confería la mitad de la isla a Yakarta bajo la promesa de realizar un referéndum de autodeterminación en 1969. Indonesia llevó a cabo una vergonzosa votación con un millar de indígenas seleccionados que votaron a favor de la anexión.
El presidente indonesio se sintió complacido y modificó radicalmente su política interna. El apoyo previo al Partido Comunista Indonesio, el tercero más importante del mundo, dio paso a una de las más feroces campañas contra la izquierda de un país que se recuerda. Un oportuno intento de golpe de Estado brindó la ocasión para emprender la feroz represión de sus antiguos aliados y de miembros de la minoría china o cristiana.
Las estimaciones hablan de un millón de personas asesinadas. La famosa película 'El año que vivimos peligrosamente', protagonizada por Mel Gibson, se ambienta en esos tiempos de masacres. En 1967 el presidente Sukarno fue reemplazado por el general Suharto y otras cuatro décadas de dictadura prooccidental.
La política indonesia en Papúa se asemejó a la llevada a cabo en el resto de provincias insulares. El régimen se afanó en un proceso de homogeneización y de lucha contra las tendencias centrífugas. Las guerrillas secesionistas de Aceh, Timor Este o Papúa, fueron respondidas con fuego a discreción. Paralelamente, el país con mayor número de ciudadanos de fe musulmana del mundo, llevaba a cabo una ambiciosa política de repoblación para transformar rápidamente el tejido demográfico de las islas Molucas, Sulawesi o Célebes, Aceh, Timor Oriental o Papúa. La hábil ingeniería demográfica recurrió a cinco millones de colonos procedentes mayoritariamente de Java, la creación de ciudades de nueva planta y operaciones de limpieza étnica, para aplacar los movimientos independentistas.
La llegada de la democracia o Reformasi a finales de la década de los noventa, evidenció las frágiles costuras del país, entonces sumido en una grave crisis financiera que sacudió todo el Sudeste Asiático. Había urnas, pero ningún margen para la división del país, agitado por el extremismo nacionalista e islámico. El archipiélago de las Molucas sufrió una contienda entre las milicias musulmanas, apoyadas por las Fuerzas Armadas y los nativos cristianos. Tan sólo hubo una excepción. La presión internacional y la sombra del genocidio empujaron a Indonesia a conceder la independencia a la pequeña Timor Oriental, anteriormente una colonia portuguesa con mayoría católica.
Nada cambió sustancialmente en la Papúa indonesia, dividida administrativamente entre las provincias de Papúa y Papúa Occidental. La población es escasa, menos de un millón de habitantes, y se halla dividida entre la comunidad foránea, mayoritariamente urbana, y la indígena, formada por medio centenar de grupos étnicos y dedicada, fundamentalmente, a la agricultura de subsistencia en poblados prácticamente aislados. El territorio, dotado con una de las mayores biodiversidades del planeta, carece de infraestructuras viarias en su interior y sufre un grave proceso de deforestación por el auge de plantaciones de aceite de palma y la apertura de minas de oro y cobre.
Las políticas conciliatorias no han aplacado las tendencias segregacionistas ni detenido una guerra de bajo perfil que se ha extendido durante treinta años y recrudecido en el último lustro. Los secuestradores del piloto neozelandés pertenecen, presuntamente, al brazo armado el Organisasi Papua Merdeka (OPM), el movimiento político que ha sustentado la resistencia desde la anexión.
El mundo desconoce que entre 100.000 y 500.000 papuanos han perecido a lo largo de este periodo de control indonesio y miles han huido al otro lado de la frontera, a Papúa Nueva Guinea. La ira crece en el paraíso tropical. En 2019, una residencia de estudiantes papuanos en Java fue rodeada por jóvenes islamistas y nacionalistas que los provocaron al grito de '¡Monos, salid!' y que desencadenó el asalto policial. La respuesta en Papúa se prolongó durante varios meses con un saldo de más de treinta muertos, muchos atrapados en edificios incendiados. Los incidentes se repitieron el mes pasado con otra docena de víctimas mortales.
Indonesia se aferra a las medidas policiales, el apagón de internet y el aislamiento para ahogar la cólera. El régimen de Yakarta acusa al Comité Nacional de Papúa Oeste, formado por diversas ONG en 2008, de alentar los disturbios. En realidad, no puede dar marcha atrás a un proceso que podría replicarse en otras islas y desbaratar la unidad nacional y el futuro, político y económico, de una de las potencias emergentes más importantes. El deseo de volar del piloto Mehrtens puede esperar.
Papúa Nueva Guinea, el sector oriental, ha corrido mejor suerte que el territorio bajo control indonesio. Australia le concedió la independencia en 1975 bajo el estatus de país soberano dentro de la Commonwealth. Curiosamente, el régimen de Port Moresby no ofrece ninguna solidaridad a sus vecinos e, incluso, rechazó la petición de independencia que los papuanos occidentales plantearon ante la Asamblea General de la ONU en 2017. El apoyo al régimen indonesio es una manera de impedir que el conflicto se inmiscuya dentro de sus fronteras. Además, cuenta con sus propios problemas. Aunque mantiene un alto crecimiento económico, el 37% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y el crimen organizado, formado por las 'raskol gangs', es un fenómeno alarmante. Papúa Nueva Guinea también ha experimentado un movimiento separatista en la isla de Bouganville.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.