Secciones
Servicios
Destacamos
Alberto Gómez
Jueves, 19 de enero 2023, 18:35
En una sociedad acostumbrada a las luchas por conseguir o mantener el poder, dar un paso al lado resulta casi revolucionario. No es habitual que un político abandone la vida pública en pleno liderazgo, salvo que asome la sombra de la traición o la derrota. Por eso el anuncio de la retirada de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, ha sorprendido a casi todos. Con la voz temblorosa por la emoción, apunto de romperse, la dirigente laborista ha confesado que ya no tiene «energía» para presentarse a su reelección en octubre. Lo hace después de conquistar las urnas con una aplastante victoria en 2020, cuando llevó a su partido a gobernar en solitario, algo que ninguna formación neozelandesa había logrado desde 1996.
Ardern acaparó la atención mundial cuando normalizó en 2018 su entonces reciente maternidad al llevar a su bebé a la Asamblea General de la ONU en Nueva York. Ahora se reconoce incapaz de hacer frente a las exigencias que acarrea el cargo de primera ministra que ocupa desde hace cinco años: «No lo dejo porque sea duro, sino porque este trabajo conlleva una gran responsabilidad y no puedes hacerlo a no ser que tengas el depósito lleno y algo más en la reserva». No es la primera vez que un líder se retira, pero la decisión de la mandataria laborista extraña por su juventud, apenas 42 años, y reabre el debate en torno a las dimisiones: ¿debilidad o fortaleza?
La socióloga y politóloga María Gabriela Ortega, de la Universidad Camilo José Cela, reconoce que se trata de un anuncio «llamativo» porque las dimisiones «no se estilan», sobre todo cuando no existen sospechas o acusaciones de corrupción detrás. Pero considera que es una decisión más «estratégica» que emocional: «En Nueva Zelanda también están sufriendo la inflación, la subida del precio de la vivienda, los efectos de la guerra… Retirarse ahora evita acudir a las urnas con ese desgaste acumulado». Experta en relaciones internacionales, Ortega recuerda que la política requiere dedicación completa: «Eres el representante de millones de personas, de todo un país. Es evidente que tienes que estar disponible todo el tiempo, pero también ocurre en muchos otros trabajos».
¿Y ha de ser así? ¿No debería la política ser compatible con la conciliación familiar? «Nadie pregunta por la conciliación de Justin Trudeau (el líder de Canadá). Muchas generaciones han puesto el trabajo por delante de la vida personal, y eso ha cambiado en los últimos años. Pero no creo que sea un síntoma de debilidad, una crítica que no deja de ser machista, sino resultado del convencimiento de que hay que trabajar para vivir y no al revés». Ardern, explica Ortega, demuestra «fortaleza» e incluso altura de miras al haber sido capaz de entender que su proyección internacional puede reportarle una carrera a largo plazo que no garantizaban los sondeos en Nueva Zelanda y que, sin embargo, no haría bien en comenzar de manera inmediata: «Por lo que ha comentado, dejará pasar el tiempo y se dedicará a su familia. Sería incongruente que ahora aceptase un puesto con la misma presión, como en el Parlamento europeo».
El politólogo Manuel Alcántara admite que, por costumbre, hemos asumido que el poder «es algo tan sumamente atrayente que obliga a quemarse en él». La renuncia de Ardern le parece «un síntoma de madurez democrática», aunque recuerda que muchos otros políticos han dicho «'hasta aquí he llegado'» en algún momento: «Shinzo Abe dimitió cuando era primer ministro japonés, aunque él tenía problemas de salud. Y el propio Pablo Iglesias, con independencia de las filias o fobias que despierte, dejó la vicepresidencia del Gobierno de España y creo que nunca le dimos la atención debida a esa decisión». El caso opuesto sería el de Nayib Bukele, presidente de El Salvador: «Tiene la misma edad que Ardern y es su contraposición, un hombre sin límites, capaz de cualquier cosa para quedarse en el poder».
Alcántara entiende que la política moderna exige tiempo completo y eso puede pasar factura, pero no contempla otras posibilidades en el escenario actual: «En un panorama idílico podríamos tener políticos que le dedicaran unas cuantas horas y se fueran a casa, como ocurre en municipios con menos de trescientos habitantes, pero para dirigir un país hace falta tiempo». El politólogo madrileño descarta que la juventud de la primera ministra neozelandesa haya tenido algo que ver con su decisión: «Hablan de la generación de cristal, pero por fortuna me muevo en el mundo académico y me relaciono con gente de esa edad y no diría que son débiles precisamente. Además, hay cristales irrompibles».
Para la socióloga y politóloga Aída Vizcaíno el paso a un lado de Ardern es «un acto de honestidad que asocian a debilidad por machismo». Cualquier dimisión, reconoce, resulta «llamativa» en nuestra cultura política: «Pero cuando lo hace una mujer se diluye el muro que en el caso de los hombres separa la esfera pública de la privada. No acabaremos con los liderazgos testosterónicos hasta que consideremos normal algo así». Aunque el anuncio de la primera ministra, sostiene Vizcaíno, también hunde sus raíces en la incorporación de la salud mental a la agenda política, un asunto que ha pasado de ser un tabú a aflorar por la pandemia: «Un cargo así requiere una inversión de energía brutal, hiperconexión… Eso desgasta a cualquiera, sea hombre o mujer, pero el sistema las penaliza más a ellas porque les pide más. A las tensiones propias del poder se suman exigencias estructurales vinculadas al cuidado de la familia».
También existe, en su opinión, una lucha generacional: «Cada vez que una generación se consolida en el poder es cuestionada por las anteriores, y en este caso se ha extendido esa idea de que ahora aguantan menos». Pero, con su dimisión, Ardern confirma su posición de «pionera» en el ejercicio de un liderazgo que Vizcaíno vincula más a su condición de mujer que a su edad: «Está demostrado que cuando las mujeres ocupan espacios de poder hay más rotación. Duran menos, hay reemplazos. Pero el problema es que seguimos considerando privados motivos como los cuidados o la salud mental, y al ser privados les corresponden a ellas».
El filósofo Daniel Innerarity lo tiene claro: «La política es una trituradora de líderes porque les exige eficacia en el corto plazo y rendimiento electoral en una sola oportunidad y a veces ni siquiera eso, y son las maquinarias de los partidos e indirectamente los electores y las encuestas los que no somos capaces de tolerar debilidad». Esa tendencia a lo implacable «más allá del año que hace a las personas, daña nuestro propio sistema político porque nos somete al rendimiento cortoplacista que hace que como sociedad no seamos capaces de abordar asuntos que requieren paciencia».
Pero el pensador vasco advierte de que la actividad política «es poco comprendida y en general es mucho más dura de lo que parece, aunque desde fuera se vea como un chollo que tiene que ver con el brillo». Acercarse a cualquier representante público con un cargo de relevancia «hace que te des cuenta de que su trabajo tiene un componente de exposición pública y sacrificio que no valoramos». Por eso es importante que sean capaces de reconocer «su incapacidad y su debilidad mental», para que aprendamos que «son humanos que tienen sus limitaciones, como todos». A la renuncia de Ardern sólo le pone un pero: es una mujer. «Habría preferido que fuera un hombre porque el hecho de que sea mujer desata todos los tópicos y lugares comunes: que se tiene que ocupar de la familia, que es frágil... Me desagrada eso».
La filósofa Amelia Valcárcel deja clara su predilección por Helen Clark, primera ministra de Nueva Zelanda entre 1999 y 2008, antes que Ardern, a quien critica con su habitual rotundidad: «Nunca me ha parecido que tenga tamaño suficiente. Ahora parece que a esta jovencita gobernar le produce un gran cansancio. Vaya por delante que la prefiero a los trepas y las garrapatas, que hay muchas, y a esa gente que no se va de la política ni con agua hirviendo cuando deberían estar en su casa porque no son ni competentes, ni inteligentes, ni buenas personas. Pero -zanja- no creo que renunciar sea lo que haya que hacer porque el agotamiento no es un argumento de peso».
Valcárcel confía en que las nuevas generaciones «no sean débiles porque de ellas depende el mantenimiento de la democracia», aunque «entre una generación de cristal y otra de cemento armado no sé con cuál me quedo». Y advierte de que el discurso de Ardern puede resultar «irritante» para quienes no tienen sus privilegios: «No puedes decir que abandonas una responsabilidad pública porque no puedes más. Hay mucha gente que no puede dejar trabajos muchos más duros, aunque Nueva Zelanda es un lugar tan extraño y bellísimo que supongo que allí les dará igual». La filósofa tampoco comparte el diagnóstico de machismo que detectan algunos colegas: «Venir quejándose, diciendo que la vida es muy dura para las mujeres… Más difícil es que te amenacen y te metan en un prostíbulo. Pero ella tiene una pareja que la apoya, un cargo electo… ¡Caray! No tiene ninguna gracia lo que ha hecho. Lamento si sueno concluyente, pero ya sabe que suelo serlo».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Alfonso Torices (texto) | Madrid y Clara Privé (gráficos) | Santander
Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.