El primer ministro indio Narendra Damodardas Modi achaca a la oposición de su país cierta incapacidad para soñar. Le reprocha su silencio ante el hecho que el gigantesco Estado fuera la undécima potencia mundial en 2014, cuando asumió el poder, y se haya convertido en ... la quinta y, según los vaticinios, alcance la tercera posición, sólo por detrás de Estados Unidos y China, a lo largo de esta década. Pero, tal vez, la falta de entusiasmo de sus rivales se deba al precio que ha pagado la perla del Imperio colonial inglés para lograr ese estatus. El gobernante se ha convertido en otro de esos ambiciosos dirigentes que, en un marco teóricamente democrático, aúna el encendido discurso nacionalista con recursos autoritarios y una retórica religiosa vinculada al hinduismo, la fe mayoritaria en el gigante asiático.
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Nadie puede achacar la falta de ambición a este individuo de familia humilde. De niño acompañaba a su padre mientras ofrecía te a los viajeros de una estación de tren en Gujarat, su Estado natal, y luego ejerció de cantinero en el interior de autobuses. Su camino hacia el poder se inició con un peregrinaje por los 'ashrams' o centros espirituales del hinduismo, y la licenciatura en Ciencias Políticas a través de estudios cursados a distancia.
Ese bagaje espiritual lo condujo al yoga, el veganismo y la militancia juvenil en la RSS, organización derechista de corte confesional. Además, tras cuatro años de matrimonio, abandonó a su mujer y ha mantenido su soltería hasta la fecha, lo que ha propiciado la leyenda sobre su altura moral y capacidad de sacrificio. Ahora bien, el desembarco en la política de gran calado vino a partir de su compromiso con el Bharatiya Janata Party (BJP), formación nacionalista hindú creada en1980 que aspiraba a ser el rival del Partido del Congreso Indio, la organización de la familia Gandhi.
El triunfo electoral en el estado noroccidental de Guyarat en 2001 constituyó el prólogo de su aventura nacional. Su ideario económico ultraliberal quedó de manifiesto en su desempeño como ministro principal. Fomentó las grandes inversiones en infraestructura a costa de la mengua del gasto social. Las altas tasas de desarrollo, superiores al 15% anual, enmascararon la escasa mejora en el ámbito de la salud, educación y pobreza durante trece años de mandato. También hay errores manifiestos. Sus posiciones fundamentalistas quedaron al descubierto con ocasión de la ola de violencia antimusulmana de 2002. Se le acusó de connivencia con una Policía ineficaz y funcionarios que alentaban ataques de las turbas saldados con cientos de muertos. Así, EE UU incluso llegó a prohibirle el visado.
Las denuncias no prosperaron y tampoco afectaron a su creciente halo de administrador eficaz y honesto. Ese crédito le otorgó la victoria en las elecciones nacionales de 2014. Modi ganó y puso en marcha su fórmula 5T, que aboga por privilegiar el talento, la tradición, el turismo, la tecnología y el comercio. Esa agenda se plasmó en enormes desembolsos en redes de transporte y comunicaciones y la creación de institutos para la investigación puntera.
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Esa apuesta por la inversión extranjera, el apoyo al empresariado y la modernidad, tenía un coste mucho menos vendible a la opinión pública. Suprimió medidas de protección medioambiental, sus leyes laborales obstaculizaron la formación de sindicatos y la aplicación de una estricta norma antiterrorista amordazó a los medios de comunicación hostiles. En el plano fiscal, disminuyó el impuesto de sociedades y patrimonio y redujo los fondos para programas sociales y subsidios, lo que afectó a áreas tan sensibles como los comedores escolares y el acceso al agua potable. Además, impulsó una reforma agraria para facilitar la compraventa de la tierra que tuvo que retirar ante la fuerte oposición campesina.
La popularidad del jefe del Ejecutivo, en cualquier caso, ha crecido entre acólitos y nacionalistas, y las encuestas le auguran una mayoría amplia tras los comicios que India celebrará entre este viernes y el 4 de junio. Las cifras son descomunales. Unos 1.000 millones de electores acudirán a las urnas en otra demostración de fuerza del país más poblado del mundo y que goza de la mayor democracia. Los 170 millones de miembros del BJP también le señalan como la entidad política más nutrida del planeta.
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La revancha de Modi se antoja completa. En junio, quien fuera vetado por la Casa Blanca habló ante una sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes estadounidenses. Recordó que es suya la 'i' de los BRIC, el club de las potencias emergentes, y que se está urdiendo un nuevo escenario internacional en Delhi con mucho que contar. Por supuesto, no se refirió a ese débito que le achacan en su propio país. Allí, sus detractores le echan en cara la práctica de una creciente represión política, del aumento del 300% de los delitos de odio hacia las minorías religiosas, que el sistema de castas permanece y la condición de las mujeres no ha mejorado. Sólo el 20% tiene un empleo remunerado.
El haber es espectacular. India posee más de 800.000 millonarios y su número se duplicará en 2026, sus autovías suman 10.000 kilómetros cada año y se han puesto en marcha 150 nuevos aeropuertos. Pero la realidad social se precipita en abismos insondables. Al menos una tercera parte de sus ciudadanos vive en la pobreza y el 22% sufre el analfabetismo. El gigante tiene pies de barro y un líder carismático que tuitea con entusiasmo sobre el progreso que viene.
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