Un mundo de fuego y lluvia
El clima pasa factura al planeta ·
El peor verano de desastres naturales en décadas confirma el aumento de los fenómenos extremos y su azote en regiones antes más tranquilasEl clima pasa factura al planeta ·
El peor verano de desastres naturales en décadas confirma el aumento de los fenómenos extremos y su azote en regiones antes más tranquilasmiguel pérez
Sábado, 7 de agosto 2021, 22:52
Albert Hammond cantaba en los 70 que nunca llueve en el sur de California. Tal era la fama de esta porción de Estados Unidos conocida por los veranos secos y la abundancia de días de sol. Pero ahora la estrofa carece de validez. Wyoming, Oregón ... o Idaho también son ya parte de la canción. Dos tercios del oeste de Estados Unidos sufren una sequía extrema. La peor desde 1580, según el estudio de los anillos de los árboles. Y los Estados arden. Arden como nunca se ha visto en décadas.
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A un incendio tan extenso como la superficie de Nueva York en Oregón se le da ya prácticamente por perdido. Con suerte se apagará en otoño cuando revierta su propio clima interno. Es un fuego autosuficiente. El creciente calor de los últimos años ha sembrado California de madera fácil. Se calcula que cien millones de árboles están secos. Y pueden prender tan rápida y violentamente como el pueblo que desapareció en quince minutos hace un mes en Canadá convertido en una antorcha en un tórrido valle.
Mientras Norteamérica lucha contra el fuego, al otro lado del Atlántico media Europa central se ha ahogado en una gran inundación, igual que India y China. Todas ellas tan rápidas e irracionales que numerosas víctimas ni siquiera vieron venir el agua en Alemania y Hubei.
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Pero la catástrofe no acaba aquí. Griegos, macedonios y otras poblaciones del Mediterráneo se han convertido esta semana en una réplica de la gran hoguera americana.
Sometida a una ola de calor inédita, arde Grecia. Arde Turquía. Arden los olivos. Y se quema toda esperanza. «¡Incluso en el último minuto: que los responsables nos escuchen y manden ayuda aérea!», exclamaba angustiado el viernes el presidente del Consejo Municipal de Eastern Mani, Georgia Lyrofonis, apremiando la llegada de hidroaviones sobre la devastada ciudad de Gythio. «La gente está atascada. El frente es enorme y los vientos son fuertes.
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Todos dan lo mejor de sí mismos, pero la batalla es desigual», era su resumen de la tragedia.
Todo lo anterior, más los fuegos que arrasan Siberia con temperaturas en el suelo de 60 grados centígrados, ha sucedido en poco más de un mes y se ha cobrado la vida de al menos 2.000 personas. Como sucede en Europa Central, todavía queda una cuarentena de desaparecidos y en Norteamérica la bola de fuego sigue en aumento y se esperan más víctimas según se apaguen los parques y pueblos arrasados. Anteayer se produjo además la primera víctima mortal en Grecia.
Analizados en su conjunto, los científicos y meteorólogos muestran cierto asombro ante la cadena de cataclismos extremos y eventos compuestos (sequías-incendios, calor-humedad-inundaciones), en el peor arranque de verano desde hace mucho tiempo. Guha-Sapir, una autoridad en el seguimiento de inundaciones, lluvias torrenciales e incendios, contabiliza 208 catástrofes naturales en el mundo desde el pasado enero, lo que representa un 11% de subida respecto al promedio de la última década.
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En varias zonas de Estados Unidos y Canadá, las altas temperaturas -entre 42 y 54 grados centígrados- no se daban desde 1889. Y las riadas de China son las séptimas más graves ocurridas en el gigante asiático desde 1996, en un suceso cada vez más frecuente e intenso.
«Lo que sucede es totalmente congruente con lo que la ciencia dice desde hace muchos años: que estos fenómenos extremos se están haciendo más frecuentes y destructivos», subraya Patricia Espinosa, jefa del área de cambio climático de la ONU.
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En este sentido, cobra enorme importancia lo que diga este próximo lunes el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), una agencia de Naciones Unidas que desde hace tres décadas estudia el efecto invernadero y su impacto, y realiza incluso modelos predictivos sobre el futuro del planeta. Este documento servirá de base para la cumbre de Glasgow que tendrá lugar en noviembre con la participación de 159 países y varios objetivos fundamentales; no solo materiales, como las herramientas que frenen el calentamiento global, sino sociales.
Cabe aquí recuperar la crisis del clima como el gran problema de cabecera de la sociedad y los Gobiernos tras haber perdido notoriedad en este último año y medio de pandemia y acelerar los programas destinados a evitar el deterioro ambiental del planeta.
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Ocho años después de su anterior informe, que ya daba un varapalo a las naciones por sus altos niveles de contaminación pese a conocer los riesgos, el IPCC será ahora todavía más duro. Al parecer, el panel limitará en mayor medida el cupo de carbono que puede emitirse a la atmósfera para no sobrepasar un calentamiento superior a 1,5 grados, alertará de que no existen atajos ni trampas en este camino y, muy probablemente, advertirá que sin este control el mundo camina hacia el colapso, con sucesos extremos cada vez más frecuentes, como demuestra este verano.
De la tragedia ya se están extrayendo conclusiones. «No es un problema solo de países pobres, ahora es muy obviamente un problema de países ricos», asevera Debby Guha-Sapir mientras pone el dedo sobre los desastres ocurridos en Alemania, Bélgica, Canadá, Estados Unidos o Reino Unido, por cuya capital corrió recientemente una gran riada.
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En efecto, el calor soportado por la franja superior del hemisferio norte y la región subártica resulta más propio del Sahara, mientras las lluvias torrenciales en el corazón de Europa han sido comparadas por los meteorólogos con las tormentas tropicales. La aproximación de estas catástrofes a los países desarrollados -donde muchos las identifican con Asia o África y sus rigurosas sequías-, puede contribuir a concienciar mejor a sus sociedades. No solo en lo emocional, sino también en lo económico, ya que los destrozos tienden a ser mucho más costosos. El mundo se encuentra hoy en un territorio desconocido donde ni llueve ni hace calor como antaño.
A pesar de los esfuerzos ímprobos de los más de 1.450 bomberos desplegados, los incendios continuaban este sábado arrasando Grecia a gran velocidad. A unos 30 kilómetros de Atenas, el desastre siguió su imparable avance hacia el este y el lago Maratón, la mayor reserva de agua de la capital, tras provocar la evacuación de una decena de localidades. Mientras tanto, tres grandes fuegos barrían el oeste de la península del Peloponeso y en la isla de Eubea el agravamiento de la situación obligó a huir en barco a más de 1.300 personas.
Las escenas apocalípticas que volvieron a repetirse en Grecia cobraron una mayor dimensión al saberse que más de 56.000 hectáreas han ardido en los últimos diez días, según detalló el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales. Los fuegos han elevado a 70.000 las hectáreas quemadas en 2021, frente a un promedio de unas 8.800 en el periodo de 2008 a 2020.
Mientras, en la vecina Italia, las llamas que llevan asolando la isla de Sicilia provocaron que el presidente de la región, Nello Musumeci, declarase este sábado el estado de emergencia por seis meses. Cerdeña fue escenario además de un nuevo incendio, concretamente en el complejo turístico en Oristano, donde los bomberos tuvieron que intervenir a toda velocidad para impedir que llegara a un bosque cercano.
En Turquía, por el contrario, las lluvias que cayeron en el oeste del país contribuyeron a dar un cierto respiro a la región de Antalya, muy castigada por el fuego los últimos días.
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