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m. pérez
Sábado, 3 de diciembre 2022, 14:37
Issei Sagawa mató de un disparo a una compañera de clase en su apartamento de París. Violó el cadáver, le comió la nariz y otras partes del cuerpo. El resto lo guardó para los días siguientes. La Policía encontró kilos de carne de la víctima ... almacenados en el frigorífico. El asesino fotografió detalladamente el acto de canibalismo. Cuando resultó imposible mantener por más tiempo los restos, tres días después, intentó hundirlos dentro de dos maletas en un estanque en el parque de Bois de Boulogne. Dos jóvenes le vieron. Salió huyendo. La Policía tardó solo 48 horas en acudir a su casa y detenerle. Confesó el crimen y su macabro ritual con naturalidad. Todo ello ocurrió en 1981. Cuatro años más tarde quedó libre por demencia. Una neumonía ha puesto ahora fin a la sórdida y terrible historia del 'canibal de Kobe', fallecido a los 73 años en un hospital de Japón.
La muerte cierra una increíble crónica de atrocidad, perversión, locura, sensacionalismo, dinero y presuntos errores judiciales. El argumento es: un tipo capaz de desmembrar y comerse cocinado el cadáver de su víctima siguiendo un recetario japonés se libra de la cárcel y pasa el resto de su existencia viviendo de la fascinación pública por su crimen. Los actos de Sagawa causaron tal impacto social en su momento que se le considera uno de los primeros asesinos antropófagos de la criminalística contemporánea. Mucho antes, desde luego, que el personaje de Hannibal Lecter. La banda británica The Stranglers le menciona en su canción 'The Folies' de 1981. También los Rolling Stones le citan en otro tema y el dramaturgo de vanguardia Juro Kara se inspiró en el salvaje crimen para su novela 'La carta de Sagawa', ganadora del premio Akutagawa, el galardón literario más prestigioso de Japón.
Gran parte del interés morboso en este caso reside en su propio devenir. Pese a la abundancia de pruebas y que él mismo reconoció los hechos con pasmosa calma, Sagawa solo pasó año y medio en la prisión de Le Santé y apenas tres encerrado en una institución psiquiátrica. Al parecer, tras escuchar su confesión, el tribunal consideró que solo un absoluto loco podía declarar actos y fantasías tan delirantes. Entre otras rarezas, justificó su carácter maniaco por una pesadilla que tuvo en la infancia donde sus padres le hervían a él y a su hermano en una olla. También dijo que de niño se sentía atraído por probar los muslos de sus compañeros de clase. En 1985 fue deportado a Japón. Recibió tratamiento psiquiátrico durante quince meses y, de forma inesperada, quedó en libertad desatando oleadas de protestas ciudadanas. Las informaciones del caso apuntan a que hubo algún tipo de fallo documental entre las autoridades judiciales japonesas y galas, pero también a la influencia de su multimillonario padre.
Fuera por una u otra razón, o por una combinación de las dos, el caso es que Sagawa salió a la calle sin cargos y fundamentó desde entonces una notable parte de su cotidianeidad en la atención pública hacia el atroz acto de canibalismo cometido en París. Participó en artículos, concedió entrevistas y publicó un libro de memorias ficcionado donde contaba su crimen hasta la sordidez y el asco extremos. Irrepetibles de reproducir sus impresiones sobre el color y sabor de la grasa y la carne humana. Se transformó en un 'best seller'. Vendió 200.000 ejemplares. Escribió otros cuatro libros, algunos rizando el rizo, como un ensayo sobre los asesinatos en serie de varios niños en Japón en 1997 y una recopilación de fantasías antropofágicas. El amarillismo lo festejaba. En una muestra de auténtico paroxismo sensacionalista, fue portada de una revista gastronómica. Le contrataban para escribir críticas cinematógraficas, una de sus pasiones. La industria pornográfica intentó reclutarle. En un alarde de brutal exhibicionismo, hay imágenes suyas en las que posa desnudo empuñando un cuchillo y un tenedor.
Entre declaraciones en las que contaba cómo engulló a Renee Haltevelt porque «quería sentirla en mi interior» o cómo «en varias ocasiones me daban unas ganas enormes de comerme a la mujer con la que en ese momento estaba haciendo el amor», el 'canibal de Kobe' apareció por última vez en 2017 protagonizando un documental grabado en su casa donde ya se atisban claras señales de falta de lucidez. Residió en un piso de 35 metros cuadrados hasta que le llegó el momento del fallecimiento el pasado 29 de noviembre en un hospital de Tokio. Durante los últimos años recibía las atenciones de su hermano, vecino del mismo edificio y que nunca llegó a casarse por el estigma del apellido Sagawa.
El hombre que sobrecogió Francia cuando salieron a la luz las imágenes de su víctima sádicamente mutilada nació en Kobe el 11 de junio de 1949. Hijo de una importante familia de industriales, con vinculos empresariales en varios países, cursó estudios de literatura en París, donde fijó su residencia en 1977. Discreto, introvertido, de gestos refinados y aspecto frágil –medía 1,50 metros y pesaba 40 kilos–, era un intelectual brillante. La fortuna paterna le permitía una vida acomodada. Él mismo se definía como una persona protitípica japonesa, aferrada a las tradiciones. Su familia ya tenía trazado el futuro del joven Issei, la presidencia de una de sus empresas europeas, pero la devoción por la antropofagia ganó la partida y mató a su amiga Renee.
Estudiante de 25 años originaria de Países Bajos, ella solía acudir al apartamento del que sería su asesino para darle clases de alemán. La noche del 11 de junio, Sagawa la invitó a cenar y le propuso mantener relaciones sexuales. Ella se negó. La velada continuó unos minutos sin más incidentes. Parecía que el momento de sofocó había pasado sin más consecuencias. Renee comenzó a recitar un poema alemán de espaldas a su verdugo, que aprovechó para coger una escopeta de un armario y dispararle en la nuca. No fue un acto de violencia espontánea. Issei reconoció que en una visita anterior ya había intentado quitarle la vida propinándole un golpe por la espalda, pero «de repente se dio la vuelta y me sonrió. No tuve el coraje de seguir adelante». Sagawa adujo en su confesión que la muerte de Renee fue involuntaria y se produjo al dispararse accidentalmente una escopeta que él quería mostrarle.
Pero luego cogió un cuchillo eléctrico.
«Mientras cortaba aquel cuerpo, yo no era Issei, era un médico. No era un médico, era un diablo. Era Mefistófeles en persona. Cortaba y fotografiaba. Como un autómata», declaró en su momento, admitiendo que hizo treinta fotos del desmembramiento, devoró varios trozos de carne, unos crudos y otros cocinados, y el resto los guardó hasta que empezaron a descomponerse . «Comerme a esta chica, fue un gesto de amor». Fueron sus primeras palabras a la Policía, a quienes explicó que ya había fantaseado con consumar su primer asesinato a los veinte años con una prostituta: «Pero aquella mujer no me interesaba. Simplemente jugaba con ella. Fue un primer paso hacia lo inevitable».
El 'vampiro de Japón', como se le denominó cuando las autoridades francesas le deportaron en 1985, poseía una extraña fascinación por los libros de canibalismo y las civilizaciones antiguas que lo ponían en práctica. En especial, le llamaba la atención que devorasen el corazón de sus víctimas. Él mismo indicó al juez que al comerse a Renee quería «quedarme con su energía». Leía todos los reportajes que caían en sus manos sobre los dictadores Idi Amin y Jean Bedel Bokassa, quienes se jactaban de celebrar banquetes con carne humana. También sentía una gran atracción por las mujeres altas y del norte de Europa. «Mi interés se mueve hacia la belleza blanca, no sé por qué», solía repetir. Él se consideraba «feo» y dueño de un cuerpo imperfecto. Una noche penetró en el apartamento de una estudiante alemana de idiomas en Tokio, pero la inquilina se despertó y salió huyendo por la ventana. Sus actos estaban provocados por «un deseo sexual».
A Sagawa le gustaba además pintar cuadros de cuerpos femeninos. Afirma que así se distraía de sus demonios internos. Apenas vendía alguna pieza. «Nadie quiere colgar en su casa el cuadro de un asesino», se lamentaba. En una ocasión empezó a salir con una mujer, que salió huyendo en cuanto conoció su pasado por la prensa. Otras, en cambio, le enviaban cartas para que les contara qué sentía en sus alucinaciones caníbales. Nunca pudo salir de Japón porque las autoridades le denegaron el pasaporte a perpetuidad. De sus numerosas declaraciones, se deriva que vivía en un laberinto demente. O era, al menos, lo que intentaba hacer creer. Conocedor del interés morboso y voyeurista que despertaba, en alguna ocasión destacó que «el público me ha hecho el padrino del canibalismo». Otras veces reconocía el monstruo que llevaba dentro y expresaba su «arrepentimiento». Era enconces cuando pedía ser ejecutado sobre la tumba de Renee o, en su defecto, que otros humanos le devorasen.
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