Matar osos y lobos en Alaska
'Razzias aéreas'. ·
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'Razzias aéreas'. ·
El gobierno estatal se propone reducir drásticamente las manadas de estos animales para recuperar la población de caribúes y alcesI. Arrugaeta
Sábado, 25 de enero 2025, 18:06
La muerte llega desde las alturas, súbita y rápidamente. Los lobos y osos pardos y negros de las tierras frías de Alaska no deben temer sólo al águila, un depredador audaz que se precipita sobre presas más grandes que él mismo, sino a otra amenaza ... mayor, la de los cazadores que desde helicópteros rastrean el paisaje para localizarlos y abatirlos. No se trata de una práctica esporádica, sino de un plan sistemático para disminuir su población. En los próximos meses, el Estado más septentrional de la Unión se plantea reducir hasta en un 80% el número de estos animales.
La recuperación de las manadas de caribúes y alces es la razón esgrimida para esta matanza. A mediados de los noventa, los primeros contaban con más de 200.000 ejemplares, mientras que en 2019 no superaban las 13.000 cabezas. Los partidarios de la medida defienden esta caída drástica para justificarla y confían en que, gracias a la merma de sus acosadores, aumenten la esperanza de vida y sus tasas de reproducción.
Los informes de las organizaciones ecologistas rebaten estas tesis y achacan el descenso a la falta de recursos naturales provocada por el cambio climático. La degradación de los ecosistemas cercanos al Ártico se ha convertido un grave problema. El aumento de las temperaturas cuadruplica el incremento planetario con terribles consecuencias. Alaska sufre una ola de incendios zombies en invierno, una modalidad de fuego que se propaga por el subsuelo debido a la acumulación de turba, y un dramático incremento de los estivales, favorecidos por las sequías y la dilatación de los periodos cálidos.
Las 'razzias' aéreas no persiguen, en realidad, ningún objetivo medioambiental, sino preservar el negocio de la caza de las especies que, presuntamente, se quiere proteger y que ahora están excluidas de esta práctica deportiva, negocio local de alta rentabilidad. El gobierno nativo parece completamente ajeno a la preservación del entorno. Mike Dunleavy, gobernador de Alaska, es un republicano ultraconservador empeñado en impulsar la economía estatal sin reparar en objeciones ecologistas y, paralelamente, en reducir los gastos en educación y asistencia pública. Contrario a las tesis científicas sobre el cambio climático, ha llegado a manifestarse complacido por el aumento de las temperaturas ya que permiten el acceso a zonas alejadas y facilitan la explotación de los recursos.
Las relaciones entre el gobierno local y el federal han sido tensas con el mandato demócrata. El primero persigue a toda costa los beneficios fiscales y la creación de empleo frente al relativo espíritu conservacionista del ex presidente Joe Biden. En 2021, el dirigente nacional impuso una moratoria en la exploración y extracción de petróleo y gas en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico, la reserva natural más grande de todo el país, aunque permitió la continuidad del Proyecto Willow en la Reserva Nacional de Petróleo, otra zona con gran biodiversidad y que, según algunas estimaciones, alberga 600 millones de barriles de crudo.
El regreso de Donald Trump disipa las tensiones. El magnate está empeñado en recuperar la producción de hidrocarburos sin importar los requerimientos medioambientales, tal y como ha mostrado con su retirada del Acuerdo de París. Su primera iniciativa relacionada con Alaska ya demuestra esa falta de interés por la complejidad social y étnica del territorio. Su determinación de rebautizar el monte Denali, que es el más alto de Norteamérica, como McKinley, no tiene en cuenta que su primera acepción proviene de la comunidad indígena atabascana.
La estrategia de Dunleavy se antoja de una claridad meridiana. Desde el anuncio de la victoria de su candidato, ha solicitado la revisión de la prohibición de nuevos yacimiento, pero también el fin de la protección de las áreas tribales y el permiso, hasta ahora denegado por Washington, para construir nuevas carreteras que faciliten el acceso de la industria minera.
La economía del territorio se cimenta en torno a sus riquezas naturales. La explotación del crudo comenzó en los años 60 y alcanzó su cénit tres décadas después. El declive se ha acentuado en el siglo XXI y actualmente sólo se encuentra al 25% de su capacidad productiva. Algunas estimaciones hablan de la existencia de 50.000 millones de barriles de factible, aunque costosa, comercialización.
El año pasado más de cien osos, adultos y crías, perecieron por los disparos efectuados desde helicópteros. Las protestas de las organizaciones no gubernamentales fueron desestimadas. Su eco ha sido tan leve que la Administración prepara un programa mucho más ambicioso. Pero el mayor problema no radica en los vuelos letales ni en las armas de largo alcance. Tanto los caribús como osos y lobos perderán su hábitat si prosigue la intención de esquilmar el interior de Alaska, la última frontera salvaje de Estados Unidos.
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