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Un balón de fútbol puede convertirse en una bomba revolucionaria. Lo sabe bien Khalida Popal. Nació hace 37 años en la capital de Afganistán, Kabul, y pronto supo que su pasión era tener una pelota entre los pies. «Empecé a jugar de pequeña con mis ... hermanos y sus amigos», recuerda en un impecable inglés con acento británico. No tardó en recibir todo tipo de insultos: «Algunos comenzaron a presionar para que lo dejase. Decían que mi sitio estaba en la cocina y que tenía que aprender a servir a mi futuro marido».
Hizo todo lo contrario. «Con el apoyo de mi madre, que era profesora de educación física, comencé a jugar en la escuela. Solo queríamos disfrutar como los chicos. Un día, varios hombres nos quitaron la pelota y la rajaron con un cuchillo», relata. Esa primera amenaza acabó derivando en ataques físicos. Pero, en vez de arredrarse, Popal entendió que su pasión se había convertido en un objetivo vital.
Lo que no podía saber entonces es que, con un pequeño grupo de mujeres, acabaría creando la primera liga afgana de fútbol femenino y que capitanearía su primera selección nacional. No tuvo sus primeras botas de fútbol hasta que la invitaron a jugar contra Pakistán, y no tiene reparo en reconocer que eran «muy malas». Pero se enorgullece de haber convertido el fútbol en una herramienta del empoderamiento de la mujer afgana y en referente para muchas niñas.
Eso sí, ha pagado cara su osadía. Las amenazas de muerte forzaron su marcha, y en 2011 Popal se convirtió en refugiada. «Es el momento más traumático de todos», reconoce. No obstante, su vida en diferentes países escandinavos -ahora en Dinamarca- le ha proporcionado una perspectiva muy diferente del mundo. Y, desafortunadamente, ve con gran preocupación los cambios que se producen tanto en su país natal como en el mundo occidental que la acoge.
«Afganistán se ha convertido en una cárcel para las mujeres. Los talibanes se han propuesto borrarlas de la sociedad y ya ni siquiera pueden hablar por la calle. Recibo muchos mensajes de jóvenes desesperadas, deprimidas, que a menudo piensan en suicidarse porque ya creen que les han quitado la vida», afirma, visiblemente apenada.
Afganistán ya no cuenta con una selección femenina de fútbol. Al menos de forma oficial, porque Popal ha conseguido que tanto las jugadoras de la absoluta como las de categorías inferiores hayan huído del país y continúen entrenando en Australia y Portugal respectivamente. «Pedimos a la FIFA que les permita representar a su país y que no sea cómplice del machismo talibán», dispara Popal, que ayer dejó clara su intención de continuar luchando por los derechos de la mujer afgana en las jornadas Mundo Cero Talks, organizadas por la Fundación BBK en Bilbao.
«No soy activista por gusto. Las circunstancias me han obligado», afirma Popal, que se declara agnóstica, en una conversación con este diario. «Y veo que huimos de Afganistán para estar seguras en Europa y ahora nos persiguen aquí», denuncia, en referencia al giro que ha dado la percepción sobre los inmigrantes. «Es fruto de un discurso malintencionado que toma casos aislados para hacer generalizaciones y que los políticos utilizan para ganar votos», comenta.
Popal reconoce su preocupación por el auge de la ultraderecha, pero se distancia también del feminismo más radical que ha visto en Europa. «Para mí, no va de arrancarse la blusa y mostrar los pechos. Tampoco es un movimiento contra los hombres. De hecho, creo que los hombres pueden ser feministas. Mi abuelo lo era, por ejemplo. Para mí, el feminismo es la exigencia de igualdad y equidad», sentencia.
Popal señala el beso de Rubiales a Hermoso como ejemplo de que esa lucha aún no ha culminado en ningún lugar. «Estaba allí, en el estadio, lo vi en directo. Fue un hecho muy desafortunado que, sin embargo, ha servido para dejar claro que hay actitudes machistas que no son aceptables. De alguna forma, ha servido para impulsar el fútbol femenino», opina.
Lo pudo comentar ayer con las jugadoras del Athletic Club, a las que visitó en Lezama: «España ha sido pionera en el 'boom' del fútbol femenino, y es apasionante ver a mujeres que han elevado el nivel, que han logrado récords de asistencia a un partido, y que se ven recompensadas con condiciones más similares a las de los hombres».
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