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José Múgica, el político más pobre del mundo

Perfil ·

El expresidente uruguayo, una figura reconocida por su ética y compromiso social, inicia la batalla contra el cáncer de esófago

Sábado, 11 de mayo 2024, 18:02

El uruguayo José Múgica, también conocido como Pepe Múgica, es una especie de rara avis, un político que concita adhesiones más allá de afinidades ideológicas. Su personalidad extrovertida y ajena a cualquier protocolo, el lenguaje coloquial, plagado de exabruptos, y un aspecto desaliñado, impropio de ... un expresidente, generan una ola de simpatía. Pero, sobre todo, la buena opinión se cimenta en su caudal ético, en el hecho de que no haya aprovechado la trayectoria política para enriquecerse, práctica habitual de la clase dirigente. Tras abandonar su cargo como jefe de Estado, volvió a su modesto hogar en un suburbio rural de Montevideo. El anuncio de que, a sus 88 años, padece un cáncer de esófago ha provocado la solidaridad de quienes lo reconocen como un modelo desgraciadamente carente de seguidores.

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Ahora bien, el ex dirigente de la pequeña república sudamericana no es Gandhi. No es un apóstol de la paz e, incluso, no ha renegado plenamente de su periodo violento, cuando fue un líder de los guerrilleros tupamaros. Aquel hijo de pequeños propietarios agrícolas, que no acabó sus estudios secundarios, se embarcó pronto en la militancia, al principio en el ala progresista del Partido Nacional, una de las formaciones tradicionales de Uruguay.

No fue una carrera de largo recorrido. Pronto se radicalizó, decepcionado por el inmovilismo de la escena política local, en manos de dos organizaciones de centro derecha, y el enorme poder de una burguesía latifundista. Su adhesión al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T) lo condujo a la clandestinidad en 1968. Como planificador de la guerrilla, participó en el secuestro de personalidades y el asesinato de funcionarios policiales implicados en torturas, asaltó bancos y perpetró atentados con explosivos. Aún sufre las secuelas de seis heridas de bala y cuatro estancias en la cárcel.

La actividad subversiva fue aplastada con expeditivos medios y, además, provocó la toma del gobierno por el Ejército, artífice de una rigurosa dictadura. Múgica fue apresado por cuarta vez y permaneció en cárceles militares durante trece años, sin ser juzgado. En realidad, se había convertido en un rehén sobre el que pendía la amenaza de ser ejecutado si los tupamaros reanudaban sus actividades.

La liberación en 1985 y el restablecimiento de la democracia dieron paso al abandono de la lucha armada y el inicio de otro proyecto político escorado hacia el socialismo. Fruto de esta posición, creó el Movimiento de Participación Popular, a su vez integrado en el Frente Amplio, coalición de partidos progresistas y muy diversa condición. De ascendencia vasca, en 1994 fue uno de los impulsores de una manifestación contra la extradición de tres miembros de ETA refugiados en Uruguay y, tres años después, redactó una carta para la cúpula de la organización pidiendo clemencia para el edil Miguel Ángel Blanco.

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El dirigente logró la sintonía con el régimen de Chávez y, a la vez, con la Administración de Obama

Su atractivo para el electorado resultó evidente. En 1994 se convirtió en diputado y, cinco años después, en senador, puestos desde los que inició su carrera hacia la jefatura del Ejecutivo. El triunfo de su compañero Tavaré Vázquez en las elecciones de 2004 rompió la inercia política y llevó al poder a la izquierda. Múgica asumió la cartera de Agricultura, esencial en un país dependiente de las exportaciones agropecuarias. Este primer cometido ministerial supuso una prueba de su nueva estrategia, alejada de maximalismos. El triunfo del antiguo sindicalista Lula da Silva en Brasil sirvió de acicate para modelar una candidatura más pragmática que lo llevó a ganar los comicios de 2010.

Su aspecto desastrado

El estilo del nuevo presidente resultó sorprendente. Quien se autodefinía como «un terrón con patas» porque ama la tierra se vio catapultado a la gran política, pero no abandonó su peculiar aspecto desastrado. Esa singularidad resultaba apreciada fuera de su país, donde concitaba críticas por difundir una imagen de precariedad y falta de formación. El dirigente logró la sintonía con el régimen de Chávez y, al mismo tiempo, con la Administración de Barack Obama.

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El gobierno del antiguo guerrillero fue positivo ya que mantuvo el desarrollo e implementó políticas tributarias y sociales que combatieron la miseria y el desempleo. Entre otras medidas, legalizó el consumo de marihuana, el aborto y el matrimonio gay. En el capítulo de fracasos quedó la falta de inversiones en infraestructuras o educación, o el descontrol de la inflación y el déficit fiscal. En cualquier caso, tras finalizar su mandato, regresó a su humilde casa en Rincón del Cerro, a la chacra donde cultivaba flores y verduras, y, desde entonces, ha cedido el 90% de la pensión como expresidente a proyectos sociales.

Su estilo ha permanecido sin cambios, ajeno a todas las tentaciones, abogando por la sobriedad, que no la pobreza, acumulando doctorados honoris causa en todo el mundo e inspirando documentales como el que le dedicó el director bosnio Emir Kusturica. Hasta hace cuatro años seguía implicado en las actividades del Frente Amplio. Recientemente, se reconocía complacido por compartir su tiempo con Lucía Topolanksy, esposa y compañera de fatigas políticas. «Nosotros estamos viejitos, pero todavía no estamos lelos, nos valemos por nosotros mismos, somos poco complicados, bien sencillos, y felices hasta donde se puede ser feliz cuando se está acercando el último viaje». El revés de salud ha complicado esta dulce mirada sobre la vida, pero seguro que Pepe no se rinde.

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