«Mi hija tiene un quiste en el cerebro y hay que operarla ya»
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Más de 1.700 personas esperan en los campamentos de refugiados saharauis para ser evacuadas y recibir tratamiento médico. La burocracia puede retrasar el viaje hasta tres añosAsier Aldea Esnaola
Sábado, 18 de enero 2025
Han pasado tres meses desde que Zainbu Mohamed acudió por primera vez al Departamento de Evacuación de Rabuni, la capital administrativa de Tinduf (Argelia), en busca de ayuda para evacuar a su hija Naha, de 4 años. La pequeña tiene un quiste en el cerebro ... y en los campamentos de refugiados saharauis no disponen de medios suficientes para operarla. Tampoco en Argel, por lo que Europa es su única alternativa. La mujer, de 37 años, está cansada y preocupada. Sabe que el tiempo corre en contra de la niña, que hay que operarla ya, pero el proceso burocrático que debe seguir para que Naha puede ser intervenida -reunir los permisos, registros, el informe médico...- puede durar un año. Como ella, decenas de personas queman sus mañanas cada día en el pasillo del departamento, uno de los últimos pasos para que ellos o sus familiares logren el traslado a otro continente para remediar sus problemas de salud.
Cada uno de ellos ha entrado en un largo y tedioso entramado de listas de espera saturadas en el que las previsiones de salir oscilan entre un mes y tres años. Beiba Mostafa también espera, mientras escucha la voz entrecortada de su hijo Malainin a través del móvil. El niño, de 3 años padece problemas en los nervios craneales y sufre ataques. Además, sus vías respiratorias están muy debilitadas. Tiene tratamiento, pero no en Tinduf. Algunas personas como el propio Mostafa buscan la ayuda de particulares para ir tirando hasta que avance la vía oficial. En su caso, la recibía de Rossana Berini, una cooperante en los campamentos que le suministraba medicamentos. Pero esta alternativa se cerró después de que le fuera negado el visado por discrepancias con el Polisario.
Según las últimas cifras del Departamento de Evacuación, 1.762 personas -niños y adultos- están en lista de espera para ser evacuadas a Europa. Demasiados para la capacidad del Ministerio de Salud y el Gobierno de la RASD República Árabe Saharaui Democrática (RASD), que cuenta con cinco casas para acoger a los evacuados durante su estancia en España -el principal y casi único país al que pueden ir- y una más solo para personas mayores, con cinco plazas. Todas están llenas. Ante esta situación, la alternativa pasa por asociaciones y ONGs que asuman el viaje y el alojamiento hasta que se recuperen o, en el caso de los niños y niñas, por acogerse al programa Vacaciones en Paz.
Poder viajar es una lotería. A veces se logra ir a Argelia, realizar todas las pruebas médicas, que el informe se tramite correctamente a Evacuación y hasta que una asociación española acepte llevar el caso. Todo para que luego se nieguen la invitación o el visado, algo que, en algunos casos, se ha producido hasta en tres ocasiones. Otras veces, descuidos en apariencia pequeños suponen un gran frenazo. Informes escritos a lápiz que deben ser cambiados a ordenador pueden provocar grandes retrasos. Mientras, el tiempo pasa y el informe médico se queda desactualizado.
«Este es el departamento más complejo. Todo el mundo tiene enfermos y quieren ir a España», lamenta Mohamed Fadel, encargado de la oficina de Evacuación al exterior. Jatri Ali Ahamedua, director central, asiente. Ellos y otro compañero forman la plantilla del local, que abre toda la semana, salvo el viernes, y sin horario. «Esto es un no parar», aseguran.
Detrás de la mesa en la que Fadel mete cada día datos en un archivo Excel, se apilan en una estantería de varios pisos carpetas repletas de nombres que esperan que, en algún momento, reciban la llamada de evacuación. Los hay clasificados por quienes tienen visado, pasaporte, los que están en trámite... «Vienen casos muy complicados y hay que correr, llamar a todas partes a ver qué podemos hacer y saltar a otros», explica. Y cuando por fin logran que alguien viaje, deben aguantar las quejas y el malestar de quienes aún esperan una solución. «La pregunta es: '¿por qué se fue este y yo no?'. Tienen razón, pero nosotros sabemos que cuando mandamos dos o tres informes, los doctores que los estudian a veces sólo pueden tratar uno».
A menudo, no hay una respuesta lo suficientemente convincente. Además, los nervios y los agobios también juegan malas pasadas y a veces se producen malentendidos que echan más sal a las heridas, como sucede con los números que se asignan en las listas. «No entieden que los números que tenemos en el departamento son sólo una manera de organizar el trabajo, que no es por prioridad, y es un lío grandísimo», lamenta.
Fadel está acostumbrado a compartir las frustraciones ajenas y propias. «Hay veces que te llaman mentiroso, o te dicen 'mira, esta persona está enferma, se va a morir. Y, si se muere, será culpa de ustedes'. Pero nosotros ¿qué podemos hacer? ¡Ojalá pudiéramos evacuarlo inmediatamente! Estamos en una situación muy difícil», se duele. Los trabajadores del Departamento de Evacuación de Rabuni insisten en que hace falta más personal para poder atender toda la demanda. Y, sobre todo, más recursos, más casas de acogida en España para poder rebajar la lista. «Eso es lo primero, sobre todo para las personas mayores. Y que de una vez se sienten los responsables del Consulado o quién sea y prioricen la atención a estas personas, porque son enfermos. Hay que buscar una manera más sencilla de gestionar este asunto», defiende Fadel.
Sin horarios, la separación entre lo personal y profesional es misión imposible. Padre de cuatro hijos, Fadel apenas pasa por su casa hasta que cae la noche y, una vez allí, siguen las llamadas de trabajo. El protocolo establece que deben dar su número de teléfono para mantener el contacto con cada caso, lo que supone noches enteras pegados al dispositivo, coordinando evacuaciones u orientando a quienes lo necesitan. Algunos enfermos, por pura desesperación, incluso se presentan en su casa. «Resulta muy duro. Pasas mucho tiempo en la oficina. Pero bueno, ¡tenemos que luchar entre todos! Tratamos con enfermos, no vienen a comprar cosas. Estás obligado a romperte la cabeza, a escuchar lo bueno y lo malo», reflexiona. Una obligación de 24 horas por la que los trabajadores del departamento cobran 10.000 dinares al mes, unos 71 euros al cambio. Además, ninguno de los empleados dispone de vehículo propio, lo que les obliga a depender de taxis, de que alguien les haga un favor o del deficiente transporte público.
El móvil de Fadel suena con apenas un margen de diez minutos -a veces menos- entre llamada y llamada. «Mira, este ya me ha llamado cinco veces hoy», muestra el hombre, que se lleva el teléfono al oído. «¿Mohamed?». «Este chico está muy enfermo», comenta tras colgar. Sufre litiasis renal, una enfermedad que genera cálculos en el aparato urinario y provoca un dolor agudo. Su caso es ejemplo de la angustiosa situación que sufren los refugiados. Una invitación rechazada, un intento fallido de acogerse al Vacaciones en Paz por una cuestión de edad... Ahora el equipo del departamento busca una ONG que se haga cargo de su caso, pero su informe médico ya es antiguo y tiene que empezar de nuevo.
Pasados unos veinte minutos, el propio Mohamed Abchir Emhamed asoma por la puerta. Para sorpresa de Fadel trae el informe médico actualizado y con todos los requisitos a la perfección. Sólo falta la traducción, de la que se encarga el propio departamento. Pero surge otro contratiempo: el doctor encargado de hacerlo está de vacaciones. Toca seguir esperando.
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