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El 7 de octubre por la mañana, Daniel Shek descansaba en su casa en el centro de Tel Aviv. Las sirenas no le sorprendieron al comienzo, pero la alarma no callaba y entonces, al consultar las noticias, se dio cuenta de que algo extraño estaba ... pasando. La vida de Shek, de 69 años, como la de todos los israelíes y palestinos, cambió desde ese momento. Este diplomático jubilado, cuyo último destino fue el de embajador en París, encabeza el departamento diplomático del Foro de Familias de Rehenes y Personas Desaparecidas, organismo establecido por las familias de las personas que fueron secuestradas o dadas por desaparecidas durante el ataque del 7 de octubre. Hamás capturó a unas 250 personas de varias nacionalidades, entre ellas ancianos y niños, y las ha usado como arma para presionar al enemigo. Las autoridades calculan que quedan aún 101 en la Franja, civiles y militares, y que la mitad ha muerto.
El grupo islamista golpeó un sábado a primera hora y el martes comenzaba a funcionar este grupo surgido de la sociedad civil con Shek y su esposa, Emily Moaty, ex diputada laborista, a la cabeza. «No tengo a nadie de la familia o de mi círculo cercano secuestrado, pero desde hace un año trabajo cada día por ellos y agradezco a las familias esta oportunidad porque ya son parte de mi vida», señala el veterano diplomático.
El foro nació como algo voluntario y espontáneo, pensaban que sería cuestión de días o semanas, que su gobierno aceptaría negociar, como es tradición en Israel, pero ha pasado un año y un centenar de rehenes siguen en Gaza, las autoridades estiman que la mitad de ellos siguen vivos. El ex embajador realiza un símil deportivo para explicar el sentimiento de unas familias que «al principio pensaban que esto era un sprint, con el tiempo entendieron que es un maratón, pero ahora ya ni siquiera es un maratón. Es una carrera extraña donde la línea de meta sigue retrocediendo y nunca se sabe cuándo terminará».
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Mikel Ayestaran
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La asociación ocupa ahora seis plantas de un edificio cedido por la firma de ciberseguridad Check Point muy cerca del ministerio de Defensa, epicentro de las protestas semanales. Expertos legales, médicos, especialistas en salud mental, trabajadores sociales, estrategas de medios, operadores de redes sociales, diplomáticos… un ejército de miles voluntarios y de personal contratado forma parte de una estructura multinacional que «esperamos disolver lo antes posible, ojalá mañana mismo. Nuestro gran objetivo es dejar de existir», explica Shek.
A lo largo de estos doce meses han vivido momentos de esperanza como la tregua de una semana a finales de noviembre en la que fueron liberados 110 rehenes sanos y salvos. La ventana se cerró demasiado rápido y desde entonces la mayoría de noticias han sido trágicas, con la excepción de las operaciones militares puntuales de rescate que han salido bien. El último gran golpe para las familias llegó en septiembre, cuando el ejército encontró los cuerpos de seis cautivos ejecutados en un túnel de Rafah.
Hamás ha cambiado de estrategia tras las operaciones de rescate del ejército y los captores tienen la orden de asesinar si notan que los soldados se acercan y deben escapar. El portavoz militar, Daniel Hagari, confirmó que fueron «brutalmente asesinados por terroristas de Hamás poco antes de que llegáramos a ellos».
En el moderno edificio la actividad es frenética. El departamento de prensa atiende a medios de todo el mundo y en la planta baja hay un gran almacén con todo el material que preparan para obtener fondos (camisetas con el eslogan 'Bring Them Home' (Traedlos a casa), lazos amarillos, pegatinas…) y para las movilizaciones semanales, donde los rehenes están presentes gracias a los carteles que preparan en este foro que ya opera como cualquier gran ONG y se mantiene gracias a donaciones privadas, no recibe un solo euro del gobierno. «Lo bueno de no tener dinero público es que somos independientes. Al comienzo pensaba que, pasadas las primeras semanas de shock, algún representante del gobierno vendría al foro y diría: 'muchachos, han estado haciendo un trabajo increíble, que realmente respeto. Pero ahora nos haremos cargo'. No sucedió y por eso hemos tenido que llenar el vacío dejado por las autoridades».
El epicentro de las protestas es Tel Aviv, donde cada sábado cientos de miles de personas colapsan los aledaños del ministerio de Defensa para pedir un alto el fuego que traiga a los rehenes de vuelta a casa. Es una movilización de una duración y magnitud sin precedentes en la historia de Israel, pero no ha logrado que Benjamín Netanyahu cambie de estrategia y acepte un acuerdo con Hamás.
«Consideramos esta situación inaceptable. Mucha gente habla del alto precio que supondría la liberación de los rehenes, pero se habla muy poco sobre el precio que la sociedad israelí pagará por no liberarlos, por abandonarlos. Existe esta cuestión fundamental en nuestra sociedad de solidaridad y responsabilidad mutua y Netanyahu está jugando con esta cuestión fundamental», considera Shek, que insiste en la urgencia de llegar lo antes posible.
La aplicación del principio de recuperar a los cautivos (Pidión Shvuim) es la base sobre la que las autoridades judías se han apoyado en las últimas décadas para firmar acuerdos de intercambio de prisioneros con sus enemigos. El Talmud afirma que «la cautividad es peor que la inanición y la muerte», pero no se trata de una verdad absoluta, ya que deja la puerta abierta al debate porque «no se rescata a cautivos por más de su valor debido», y es esta lectura la que en el pasado provocó críticas dentro de la sociedad israelí a los acuerdos que sellan sus dirigentes. El último caso ocurrió en 2011 con el soldado Gilad Shalit. Después de cinco años de cautiverio, Israel excarceló a cambio de su libertad a 1.027 presos palestinos, entre ellos Yahya Sinwar.
El foco de atención mediática se ha trasladado en las últimas semanas de Gaza a Líbano, pero desde este foro no bajan la guardia un segundo y alertan a la comunidad internacional del riesgo que supone «una crisis de rehenes de estas proporciones porque seguro que otros grupos han tomado nota y puede volver a repetirse en cualquier otro conflicto». m. a.
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