«A mi generación se le fue el miedo»
'Nataxik' ·
La cantante guatemalteca Ch'umilkaj Curruchiche Niccho lucha por visibilizar el drama de los miles de desaparecidos durante la guerra civil que sufrió su paísSecciones
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'Nataxik' ·
La cantante guatemalteca Ch'umilkaj Curruchiche Niccho lucha por visibilizar el drama de los miles de desaparecidos durante la guerra civil que sufrió su paísEl rostro de Ch'umilkaj Curruchiche Niccho se ilumina cuando habla de Carmen. «Era prima de mi madre y la animó a estudiar en la Universidad. Ella era maestra y tocaba la guitarra, y suponía todo un ejemplo de superación en aquel ambiente de racismo, ... que aún prevalece. Yo también soy pedagoga y música, y, de alguna manera, he recibido su legado», recuerda. ¿Y qué fue de la prima Carmen, un testimonio de entereza en los bárbaros años ochenta de Guatemala? «La secuestraron y pudo ser identificada porque, aunque su cadáver apareció calcinado, no se quemó una parte de la cabeza».
La joven artista, miembro de la comunidad indígena Kaqchiquel, no conoció la guerra civil que asoló su país entre 1960 y 1966. Ella nació un año antes de que se firmara el acuerdo de paz, pero ha vivido la atmósfera luctuosa de la posguerra. «Cuando era una niña me llevaron al destacamento militar de Comalapa, mi ciudad, a 80 kilómetros de la capital. Fuimos muchas familias que habían sufrido el secuestro de sus parientes. Nadie albergaba esperanza de encontrarlos vivos, todos deseaban recuperar sus cuerpos para proporcionarles un entierro digno».
Aquella larga contienda se cobró 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos. La Comisión para el Esclarecimiento Histórico, nombrada por Naciones Unidas para sacar a la luz las numerosas violaciones de los derechos humanos durante aquel periodo, atribuye el 93% de los actos de violencia a las fuerzas gubernamentales.
Ch'umilkaj ha llegado a España para presentar el documental titulado 'Nataxik', memoria en su lengua natal, que cuenta esa búsqueda de justicia que aún persiste, alentada por el trabajo de la Fundación de Antropología Forense. La película cuenta con el apoyo de las agencias vasca y catalana de cooperación al desarrollo. «Narramos los sucesos y las secuelas», explica y señala que, en la película, acompaña a quienes siguen reclamando a los suyos o a los más afortunados, los que consiguen recuperar restos de los deudos.
La revolución cubana y la Guerra Fría constituyeron el marco en el que tuvo lugar el conflicto. Hace sesenta años, Guatemala era un país polarizado entre una elite criolla, propietaria de los principales recursos, y una comunidad indígena, formada por más del 40% de la población, que había sufrido la esquilma de sus tierras ancestrales y sobrevivía anclada en la miseria y la marginación. Pero el estatus quo estalló. La alianza de militares socialistas y organizaciones obreras y estudiantiles contra el gobierno del ferviente anticomunista Miguel Ydigoras Fuente derivó en una insurrección, respondida con la más brutal represión y, posteriormente, la formación de organizaciones guerrilleras.
La guerra había empezado. En los años setenta, el hallazgo de petróleo en la Franja Transversal Norte, la región central habitada por nativos de origen maya, dio lugar a una política de traslados forzosos y de rapiña de los bienes raíces por la cúpula castrense. La política de tierra quemada se implementó sistemáticamente. «El ejército fue entrenado con una estrategia de aniquilamiento», indica.
Los enemigos eran muchos y variados. «Perseguían a los movimientos comunistas, pero también a los líderes campesinos y sindicales, los cooperativistas o los jóvenes que intentaban transformar sus pueblos», señala. Los métodos empleados para reprimir toda oposición al régimen habían sido aprendidos en la Escuela de las Américas, institución radicada en la zona del Canal de Panamá entre 1963 y 1984, y que difundió eficazmente tácticas de contrainsurgencia militar entre las dictaduras del continente.
La política de reclutamiento forzado de los muchachos al cumplir los 18 años fue una de los mecanismos empleados. «Fueron entrenados para masacrar a sus propias comunidades», denuncia. También resultaban muy útiles los 'orejas' o delatores, vecinos encargados de elaborar listas negras de supuestos colaboradores. «Los soldados entraban en las aldeas por la noche, raptaban a los apuntados y al amanecer aparecían sus cadáveres».
El apoyo de Ch'umilkaj a las labores de los forenses que abren fosas en Comalapa le ha permitido descubrir una terrible singularidad. «Cada fosa hallada en mi pueblo es diferente, cada una responde a una forma diferente de torturar», confiesa. «En una hay acuchillados, en otra, quemados o descuartizados, la práctica más dolorosa según la Fundación. Incluso sabemos que a los presos se les obligó a practicar la antropofagia. En los demás destacamentos, el procedimiento era diferente. A los detenidos se les ponía de rodillas y les disparaban en la nuca».
En las zonas rurales mataban las tropas y en las ciudades los cuerpos de seguridad secuestraban a plena luz del día con total impunidad. Alaíde Foppa de Solórzano, poeta, profesora y disidente, refugiada en México, regresó en 1980 a Ciudad de Guatemala para una breve tramitación de documentos. Fue secuestrada dentro de su propio vehículo en una zona residencial por agentes del servicio de inteligencia. Nadie vio nada. Su hijo Alejandro reconoció que atestiguar en un caso de este tipo era un suicidio. «El terror era tan grande que hoy nuestros papás ven un policía o un soldado y les causa temor», cuenta la joven cantante.
La huida era la única manera de sobrevivir. «La gente se iba a la montaña, al exilio en México o emigraba a la capital abandonando su ropa típica y la cultura para que no sospecharan», reconoce. «Todos tenemos algún conocido, familiar o vecino, terriblemente marcado por la guerra».
La justicia de transición, la pretensión de verdad, reparación y garantías de que algo así no puede repetirse, es abordada por 'Naxarit'. Pero el pasado se proyecta violentamente en la escena pública de Guatemala. El juez Miguel Ángel Gálvez, responsable del procesamiento y condena de nueve políticos y militares implicados en la represión, permanece en el exilio, como ocurre con otros treinta altos funcionarios y periodistas, incluido Jordán Rodas, exProcurador de Derechos Humanos, o la exFiscal General Thelma Aldana.
Hace seis años que Ch'umilkaj fusiona los sonidos ancestrales Kaqchikel y la música contemporánea. «Me siento parte de la 'world music' y mis letras hablan del acercamiento a la naturaleza. Narro lo que me inspira la tierra, hablo de las historias que me contaban de pequeña y de la labor de las mujeres y también me refiero a quienes sufrieron tanto y ya no están», señala. Ha sufrido el racismo incluso en ámbitos tan insospechados como la Universidad. «Era la única indígena y los compañeros me decían que debía cambiarme de vestimenta, pero yo tengo claro de donde soy y no me avergüenzo de mi origen. Los indígenas somos objeto de atracción turística, pero no sujetos de derechos».
El país celebra hoy elecciones generales. La candidata mejor posicionada para relevar al conservador Alejandro Giammattei es Zury Rios, hija del general Efraín Ríos Montt, expresidente y artífice de la represión a gran escala en los años ochenta. La dirigente del partido Valor defiende el legado político de su padre y la implementación de la pena de muerte. «No quiero pensar en lo que puede suceder. Además, el alcalde de Comalapa es un antiguo militar», confiesa y admite que el exilio siempre es una alternativa que barajan todos los que han alzado la voz exigiendo cambios. «El riesgo es muy fuerte».
La esperanza se sostiene frágilmente sobre los más jóvenes. «Nuestros padres siguen diciéndonos que no nos pronunciemos, que siguen mandando los mismos, pero somos una generación a la que el miedo se nos fue y necesitamos pronunciarnos para crear cambios, grandes o pequeños. Si nos acomodamos, si seguimos negando esta violencia puede seguir perdurando», sostiene. «Como joven, como artista y como kaqchikel, me niego al silencio y la impunidad de los hechos cometidos».
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G. Elorriaga
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