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Nueva York llora a un búho euroasiático escapado del zoológico que con su capacidad de supervivencia enamoró a cuantos sueñan con volarQuerido Flaco, ayer estuve en tu árbol de Central Park. Era de noche, llovía a mares y la tormenta no me dejaba ni caminar, hasta que encontré tu morada. Sabía que estaba en alguna parte de East Drive, a la altura de la 104, pero, ¿ ... quién encuentra un árbol en el bosque de la metrópolis, allí donde se pierden las calles y uno se enfrenta con sus sombras?
Ser búho en la ciudad que nunca duerme parece una simbiosis natural, aunque debe ser extraño. En la oscuridad de la noche, Gotham, visto desde Central Park, parece una experiencia paranormal, como ver tu cuerpo desde fuera. No me extraña que te quedaras a vivir allí. Encontré tu árbol por los globos, los ramos de flores y los dibujos de búho que te han dejado tantos neoyorquinos, acongojados por tu pérdida. Todo Nueva York te llora. El crítico literario de 'The New York Times' ha escrito 'La Balada del Flaco'. La revista 'New Yorker' te ha inmortalizado. No ha habido en la historia de la Gran Manzana otro pájaro que conquistase tanto los corazones y el imaginario colectivo.
En esta hoguera de las vanidades donde ardemos, te convertiste en un símbolo de libertad. Desde el día en que algún vándalo -o liberador, según se mire-, le hizo un agujero a tu jaula, descubriste que había vida más allá del zoo donde te criaste los primeros 13 años de vida. Nosotros también entendimos que un año de libertad vale más que cuatro décadas en cautiverio, que es lo que dicen que podrías haber vivido. Por eso se organizaron las voces de 'Free El Flaco', que frenaron los intentos de capturarte. Tú no caías en la trampa y acabaron rindiéndose, sorprendidos de cómo despertaban tus instintos de supervivencia y nuestra atracción por ti. «¿De qué vas a volver al zoo, cuando puedes ver el cielo?», se pregunta Alfonso Lozano, un cámara observador de aves, que se inspiró en ti para dejar su trabajo y hacerse fuerte por su cuenta. Estabas dispuesto a desafiar los malos augurios. Decían que un animal nacido y criado en cautiverio no podría sobrevivir en una ciudad como Nueva York, donde cada año mueren 250.000 aves al estrellarse contra los rascacielos, según la New York City Audobon Society.
Aprendiste a cazar como si lo hubieras hecho toda la vida. No es que te faltasen ratas. Para cuando los forenses examinaron tu cuerpo, caído en plancha en el patio de un edificio noble de la calle 89, cerca del río Hudson, pesabas prácticamente lo mismo que cuando te alimentaban en el zoo: 1.85 kilos. Tenías buena musculatura, reconocieron admirados. Los informes de toxicología tardarán meses y tal vez no se sepa nunca de qué moriste, pero mi amigo Gabriel Willow, ornitólogo y naturalista urbano, está convencido de que alguna de esas ratas estaba envenenada. Dice que los búhos como tú tenéis un gran sentido de la orientación y no pudiste confundirte con el reflejo de un cristal, sino que estarías neurológicamente afectado. La autopsia tampoco ha encontrado trauma craneal. Solo tu cuerpo reventado al caer sobre el pavimento, con hemorragias bajo el esternón. Aquí se pone mucho veneno, porque en esta ciudad viven más ratas que personas, y eso no es metafórico, aunque podría serlo.
Hay otros árboles por los que pasaste a donde peregrinan quienes encontraron en ti una alegoría de sus propias vidas. «Flaco significa libertad», dice Alfonso. Tú eras la esperanza. Sé que en el fondo estabas muy solo. Tenías a todo Nueva York rendido a tus pies, pero entre los millones de aves que pasan por esta ruta migratoria del Atlántico, no encontraste ni una sola hembra de búho euroasiático con la que aparearte. Buscaste en los confines de Manhattan. Los fotógrafos que te seguían a diario para colgar en las redes cada uno de tus aleteos se preocuparon cuando pasaron tres días sin verte. La cuenta de Manhattan Bird Alert dio el chivatazo en Twitter. Estabas en un jardín del East Village. Te viniste a mi barrio, porque no hay otro con más jardines comunitarios. Sorprendida de tanto alboroto, Corrine Jennings abrió la cancela a la jauría de fotógrafos paparazis que te buscaba. Dicen los expertos que tu ulular era el del cortejo, pero ni allí encontraste compañera. Volviste a la parte alta de Central Park, a seguir contemplando desde tu rama la ciudad de los rascacielos hasta el final de tus días.
Al portero de la 87 le temblaron las piernas cuando vio tu cuerpo emplumado en el suelo. Dicen que todavía estabas con vida, pero ya era tarde. Llevamos casi un mes de luto. La lluvia nos dio un respiro el domingo para tu ceremonia. Y ahora que te busco, perdida en esta noche tormentosa, me doy cuenta de que esto nunca tuvo que ver contigo, sino con nosotros mismos y nuestras ansias de liberarnos de las cadenas que nos atan al mercantilismo de nuestras vidas. Desde las lomas de Central Park veo de lejos las luces de los rascacielos llamándome de vuelta. Me dan ganas de subirme a tu árbol, atarme a una rama y quedarme allí en silencio. Veo las ratas correr por las aceras y quiero gritarles que no pienso volver a la jaula, aunque dentro de un año caiga al suelo despanzurrada. Pero no todos somos tan valientes. Camino al subterráneo, en busca de mi celda. Yo también soy de otro continente, pero al final, esta es mi casa. Todos somos Flaco.
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