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La ONU, el órgano internacional creado tras la Segunda Guerra Mundial para velar por la paz y seguridad en el mundo, debería haber podido parar la guerra de Ucrania. En cambio, «los soldados ucranianos están haciendo con su sangre lo que ustedes deberían haber hecho ... con su voto», reprendió este miércoles el presidente de este país, Volodímir Zelenski, a los quince miembros del Consejo de Seguridad, entre los que estaba, frente a él, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.
Se esperaba una hoja de ruta para alcanzar la paz en Ucrania, pero en lugar de eso el líder vestido de verde oliva planteó una fórmula para restar fuerza al derecho a veto que ostentan cinco miembros permanentes en el Consejo de Seguridad: EE UU, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Apuntaba a la raíz de todos los problemas en la ONU. Justo lo que tiene bloqueado a este órgano en su misión fundacional. Lo mismo que hace irrelevante a esta organización, lacrada por su pecado capital.
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Zelenski ya pidió en 2022 ante la Asamblea General que se retirasen los privilegios a la «criminal» Rusia, «un estado terrorista que cada década invade un país». Este año ha cambiado la estrategia para extrapolar el problema a un nivel global que permita a todos los países sentirse afectados y alcanzar algo más que la paz en Ucrania. Moscú «socava todos los fundamentos de las normas internacionales destinadas a proteger al mundo de las guerras», dijo. «Debemos reconocer que la ONU se encuentra en un callejón sin salida en cuestiones de agresión. La humanidad ya no deposita sus esperanzas en la ONU».
Hacía mucho que el emperador se paseaba desnudo. Zelenski ha elegido ser quien lo diga en voz alta, porque de ello depende la supervivencia de su país. No era sólo una denuncia. Venía acompañado con una fórmula que ha llamado «implementación de la Carta Magna de la ONU». Todas las acciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General han sido bloqueadas «por haber puesto el poder de veto en manos del agresor», lo que ha llevado a Naciones Unidas a un punto muerto. Con Lavrov frente a él, se permitió acusar a Rusia de tomar ilegalmente «a través de manipulaciones en la sombra» el asiento del Consejo de Seguridad que en su día se adjudicó a la Unión Soviética, y que ahora «ha sido ocupado por mentirosos cuyo trabajo es blanquear la agresión y el genocidio que lleva a cabo en Ucrania».
Zelenski propone que la Asamblea General de la ONU, en la que votan todos los países miembros, tenga poder real para sobreseer el veto mediante una mayoría absoluta de dos tercios. Ve «con satisfacción» las propuestas para ampliar el número de naciones con asiento permanente en el Consejo de Seguridad para que represente mejor la realidad actual del mundo. «La Unión Africana debería estar aquí permanentemente. Asia merece una representación permanente más amplia. No es normal que naciones como Japón, India o el mundo islámico queden fuera. La ONU debe tener en cuenta los cambios que han tenido lugar en Europa, especialmente en Alemania, que se ha convertido en uno de los garantes clave de la paz y la seguridad global», defendió.
Su propuesta incluye establecer un mecanismo para responder a las agresiones, ya que la invasión ha demostrado que las sanciones no son suficientes. Sugiere crear grupos de trabajo con los asesores de seguridad de cada país para que la arquitectura internacional «sea sólida», lo que pasa por la retirada al completo de tropas, mercenarios y formaciones paramilitares rusas del territorio soberano de Ucrania reconocido internacionalmente tras 1991. «No debemos esperar a que termine la agresión. Debemos actuar ahora», pidió.
Lavrov no le contestó. En su intervención había preparado una letanía de reclamaciones que databan de hasta 2004. Se quejaba furiosamente de que Rusia «no había sido vista ni oída» durante décadas, de que EE UU ha invertido millones en la elección de líderes ucranianos favorables a sus intereses, de que la OTAN y la UE quieren acelerar la incorporación de Ucrania, y de que ahora Washington intenta «privatizar» la secretaría general de la ONU con «métodos no consensuados».
Tampoco el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, le respondió. Su intervención estaba destinada a narrar las aberraciones de Rusia en Ucrania y a seguir construyendo el caso de crímenes de guerra por el que espera ver juzgado un día al jefe del Kremlin, Vladímir Putin, y sus hombres, sin perderle mientras como socio global. Cada quien con su discurso.
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