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mikel ayestaran
Enviado especial. Ivankiv
Jueves, 27 de octubre 2022, 18:22
«Bat, bi, hiru, lau…» (uno, dos, tres, cuatro…). Datsa, de 8 años, cuenta cada impulso que da en el columpio bajo la atenta mirada de su madre, Olena. Hace más de un mes que regresó de Irún, donde ha pasado tres meses huyendo de la guerra. «La decisión fue dura. Datsa ya había estado una vez en el País Vasco, las Navidades anteriores a la invasión rusa, pero esta vez era diferente. Lo pensamos bien y finalmente decidimos que lo mejor era sacarla de aquí hasta que la situación mejorara», explica su madre.
Este es el parque preferido de la pequeña en Ivankiv, localidad del norte del país vecina de la central de Chernóbil, y solo hay que alzar la vista para ver el museo de la artista Maria Prymachenko arrasado. Al menos 25 cuadros de esta pintora, una de las más famosas del país, ardieron y donde antes la luz de los cuadros coloristas llenaba este rincón del parque, ahora es pura ceniza y escombro, toda una metáfora del paso de los rusos por aquí. «Ya tiene 8 años y no se le puede mentir, le he contado la verdad, que el país vecino quiere nuestra tierra y que está matando a nuestra gente. No hay preguntas más difíciles de responder que las que me hace ella», apunta Olena.
Las tropas rusas ocuparon la ciudad desde el primer día de la invasión hasta su retirada del frente norte en abril. Ivankiv, que antes de la guerra tenía unos 11.000 habitantes, y las aldeas vecinas se quedaron sin agua, electricidad, ni gas y con el principal puente de acceso a la zona reventado. En ese contexto surgió la oportunidad de regresar a Gipuzkoa con sus padres de acogida, Eva y Josema, y se fue. Regresó a finales de agosto con la idea de empezar el curso escolar, pero la reciente oleada de ataques lanzada por Rusia a nivel nacional a base de misiles y drones kamikaze ha obligado a cancelar las clases y estudian a distancia. Superando la timidez inicial, Datsa susurra que «quiero dar las gracias a mi familia de Irún», en un español primerizo y dulce.
La guerra ha supuesto el éxodo de 7,7 millones de ucranianos y países como España han acogido a 147.000 personas, según datos del Ministerio del Interior. La conexión española con Ucrania se ha ido estrechando con el paso de los años desde el desastre de Chernóbil y hay decenas de organizaciones que ayudan a los niños de las zonas afectadas por la radiación a pasar temporadas con familias de acogida.
Datsa no estuvo sola en Irún. Su misma familia de acogida tenía también a Lizaa, de 15 años, que lleva cinco viajando cada verano a la ciudad fronteriza con Francia, y su madre, Nataliya, para quien fue la primera visita a España. Fueron «hermanas» durante su estancia y en Ucrania viven separadas por apenas quince kilómetros. Es la distancia entre Ivankiv y Prrybirsk, donde Lizaa y su madre tienen una casa de campo con un gato, dos perros y muchos conejos a los que cuidar.
«Yo en Irún vivo muy bien, pero… quería ver a la familia, a los amigos y a mi gato, pero ahora que les he visto lo que me gustaría es poder regresar lo antes posible porque aquí no hay nada que hacer y mi escuela está cerrada. No tenemos búnker o sótano y el centro está cerrado. Recibimos clases a distancia, como durante la pandemia, pero no hacemos gran cosa», lamenta Lizaa con una contundencia y madurez que sorprenden para su edad.
El viaje de regreso ha sido en autobús y han necesitado cuatro días para recorrer los 3.000 kilómetros de distancia. Todavía tienen las maletas sin deshacer en un cuarto decorado por muñecos de peluche que ha ido trayendo de sus diferentes visitas y donde carga la batería del ordenador portátil que le acaban de regalar en su reciente quince cumpleaños. «Cuando estaba allí seguía las noticias a través de canales ucranianos. Me he encontrado el país mejor de lo que esperaba», asegura.
Su madre escucha y se alegra por la seguridad de su hija en cada respuesta como si entendiera palabra por palabra. «Yo quiero lo mejor para ella, que estudie lo que más le guste y sea feliz. Es cierto que aquí no hay bombardeos como en Mariúpol o Zaporiyia, pero la frontera con Bielorrusia está muy cerca y en cualquier momento Rusia puede volver a cruzar», advierte.
Nataliya trabaja como guía de viajes para turistas en Chernóbil, un negocio parado desde el estallido de una guerra en la que los rusos llegaron a cavar trincheras en la tierra contaminada que rodea a la central. La frontera está a tan solo 70 kilómetros de Ivankiv y Bielorrusia ha decretado el estado de alerta y desplegado a su ejército a lo largo de la línea divisoria. La amenaza está muy próxima, pero Datsa y Lizaa saben que tienen una familia que les esperan si tienen que volver a escapar de un país donde no queda lugar seguro.
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