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«Mi esposo y yo nos sentamos en la platea de la primera fila. El tirador apareció literalmente a diez metros de nosotros. Estaba camuflado. No lo vi bien, pero me pareció que la barba era postiza. Empezó a disparar con una ametralladora. Le disparó ... a mi marido delante de mis ojos. Vi que estaba herido, pero no tuve tiempo de ayudarlo. Todos corrieron. Yo simplemente me dejé llevar por la marea de gente». La mujer está en estado de shock absoluto. Es una de las supervivientes de la matanza del Crocus City Hall. Quiere creer que su marido sigue vivo. Aguarda junto a un nutrido grupo de personas que, como ella, buscan a parejas, hijos o padres, con la esperanza de que alguien les comunique que han salido ilesos o, en el peor de los casos, heridos.
Varios testigos coincidían anoche en la perfecta sincronización de los terroristas y en su falta de piedad. «Disparaban a quemarropa, a centímetros de la gente que tenían delante. A otros los remataron», afirmaba un hombre de mediana edad que, como el resto de espectadores, acudió al concierto del veterano grupo de rock Piknik. Una mujer creyó ver a los asaltantes caminando a lo largo de la platea sin dejar de apretar el gatillo mientras «empujaban a la gente hacia el centro de la sala». Una hora más tarde, ya a salvo, no supo precisar si aquellas personas pudieron escapar por el escenario o fueron asesinadas fríamente. Pero se temía lo peor.
Otra joven explica cómo el asalto le sorprendió en el balcón superior del auditorio. «Faltaban unos diez minutos para el inicio del concierto y ya se había sentado mucha gente. En algún momento escuchamos el sonido de los disparos, aunque a mí me parecieron fuegos artificiales. Mi amigo, sentado al lado, me miro y dijo también: 'Fuegos artificiales, ¿o qué?' Y después vimos a un montón de gente caminando deprisa por la parte inferior, cerca del escenario, como si estuvieran jugando al tren. No entendí que significaba». Pero enseguida los 'fuegos artificiales' «se hicieron más fuertes y cercanos. El pánico se desató y muchos comenzaron a dispersarse en distintas direcciones, a chocar entre sí, a caerse. No hubo evacuación: comenzó el tiroteo en la sala, vi una línea de fuego que se dirigía hacia la gente y todos nos tumbamos en el suelo, unos encima de otros, intentado arrastrarnos hasta las salidas».
Los supervivientes recuerdan el pánico absoluto a que otros terroristas entraran por las puertas y empezaran a disparar con sus ametralladoras. «Nadie sabía cuántos podía haber. Pero podían llegar por cualquier lugar». Algunos testigos afirman que se «toparon con diferentes puertas cerradas. Nosotros, por ejemplo, tuvimos que derribar una para cruzar hacia la calle. La gente entró en pánico, algunos lloraron, otros llamaban a sus familiares y hasta había un grupo esperando un ascensor que no funcionaba. Cuando salimos al fin, el fuego ya había comenzado».
El terror ni siquiera se detuvo allí, en el exterior. Los espectadores corrían en todas direcciones mientras el humo se elevaba sobre el edificio en grandes nubes oscuras. Y lo peor: «Al pasar por la parte delantera del Crocus, vi gente corriendo y golpeando las ventanas, sin saber cómo salir, porque todas las demás puertas estaban cerradas».
El ataque terrorista comenzó inesperadamente . Un vecino de la capital aseguró que solo un milagro le salvó: fue al baño veinte minutos después de entrar en la sala y, en cuanto empezó a escuchar las rágafas, b uscó cómo escapar. En el camino se topó con uno de los terroristas. Pero pasó por su lado aparentemente sin verle. Quienes en ese momento se encontraban en el vestíbulo no tuvieron la misma suerte. Fueron «fusilados» sin ninguna piedad. Los asaltantes estaban «preparados y entrenados. Cuando entraron en el edificio, lo primero que hicieron fue matar a los guardias y a las personas que estaban en las puertas. Luego bloquearon la entrada principal». Este testimonio lo corroboró otra fuente citada por un medio local.
A partir de ahí, se dirigieron hacia el auditorio. No se desviaron hacia los camerinos, donde estaban los integrantes de Piknik. «Nos preparábamos para el concierto como de costumbre, sentados en el camerino. Estaba a punto de salir hacia el escenario cuando nuestros músicos corrieron a mi encuentro. Lo primero que pensé fue que había un cortocircuito en alguna parte, porque vi humo. Nunca se sabe qué tipo de historias técnicas hay. Pero entonces escuché gritos y disparos. Me dijeron que volviera al camerino y me atrincherara», aseguró el bajista Marat Korchemny en el 'Pravda'
Un espectador explicó el miedo que sintió al perder de vista a su hermano y a su hija durante el ataque. «Había fuego por todas partes. Lo habían hecho para que se quemara todo», apostilló convencido.
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