Joana Serra
Berlín
Lunes, 31 de julio 2023, 21:15
Las imágenes del refugiado iraquí Salwan Momika, de 37 años, en el corazón de Estocolmo, sonriendo tras sus gafas de sol y quemando unas páginas de lo que parecía ser el Corán, sacudieron de nuevo las relaciones entre la Europa nórdica y el mundo islámico. ... La de este lunes fue su segunda profanación en un mes del libro sagrado de los musulmanes, en esta ocasión ante el Parlamento sueco. La anterior se produjo junto a la embajada de su país de origen. También esta vez reclamó a gritos la prohibición del Corán, en dirección a los medios que seguían su acción y protegido por un cordón policial. Su acto había sido anunciado, convocado y autorizado por la Policía de la capital sueca.
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Esta vez, sin embargo, su quema del Corán se produjo ante unas circunstancias políticas que hace unas semanas parecían impensables: los gobiernos de Suecia y Dinamarca están estudiando cómo restringir o prohibir este tipo de actos, por lo menos si se convocan ante embajadas extranjeras. Algo que topa con el precepto de la libertad de expresión, tal como está contemplado en la Constitución de ambos países.
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El jefe del Gobierno sueco, el conservador Ulf Kristersson, y su homóloga danesa, la socialdemócrata Mette Frederiksen, abordaron la cuestión el fin de semana. Suecia está «ante el mayor peligro para su seguridad desde la Segunda Guerra Mundial», afirmó en un comunicado Kristersson. Se refería no solo a las protestas generadas por las acciones anteriores de Momika -la más grave, el asalto e incendio de la embajada sueca en Bagdad por centenares de manifestantes-, sino a un eventual ataque terrorista. Estocolmo ha reforzado ya sus dispositivos de seguridad, según informaron fuentes de su gobierno a finales de la semana pasada.
A la preocupación por la seguridad del país se une el temor a un posible nuevo veto de Turquía al ingreso de Suecia en la OTAN. A principios de julio, en la cumbre de la Alianza en Vilna, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, anunció el desbloqueo de su país a la incorporación de Estocolmo. Pero la ratificación por parte del Parlamento de Ankara no se ha materializado ni se espera que ocurra hasta otoño. Y Turquía está entre los Estados que exigen a Estocolmo la prohibición de esas quemas.
«Condenamos con la máxima energía los repetidos ataques contra el Corán y ratificamos que no son aceptables bajo ningún pretexto», aseveró este lunes la Organización de Cooperación Islámica (OCI), en una reunión de urgencia a escala ministerial convocada por Arabia Saudí.
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Estocolmo y Copenhague han decidido ir de la mano en la búsqueda de soluciones. Sus gobiernos han condenado cada una de las profanaciones del Corán, tanto las protagonizadas por Momika como las que anteriormente llevó a cabo un agitador neonazi sueco-danés, Rasmus Paludan. Pero hasta ahora argumentaban que no podían prohibirlas por estar bajo el amparo de su Constitución. Ahora afirman «buscar fórmulas» para adoptar medidas, pese a admitir que el proceso puede llevar su tiempo y que no serán de fácil aplicación.
En el aire está la sospecha de qué hay detrás de estos «actos individuales» del neonazi escandinavo o del refugiado iraquí. El propio Kristersson apuntó a posibles «agentes estatales». En medios suecos se baraja una vez más la hipótesis de un presunto interés desestabilizador de Moscú, al menos en lo que se refiere al ingreso en la OTAN que parecía desbloqueado, pero que de pronto puede topar con el siguiente obstáculo. Entre las objecciones planteadas durante meses por Turquía estaba que Suecia acoge en su territorio a enemigos del Islam, además de a terroristas y opositores kurdos.
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