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«Acabo de ver por la ventana cómo nuestro sistema de defensa derriba un misil ruso sobre el mar». Tranquilo y con una sonrisa, Dmitro Barinov resta importancia a lo que ha presenciado desde su despacho. La alarma antiaérea continúa sonando en Odesa, pero el ... subdirector de la Autoridad de Puertos Marítimos de Ucrania reconoce encogiéndose de hombros que se ha acostumbrado ya a la sensación de que puede morir en cualquier momento. Lo que le preocupa es hacer bien su trabajo, porque de él dependen miles de agricultores y una parte nada desdeñable de la economía de Ucrania.
Barinov es uno de los responsables de que se cumpla la Iniciativa sobre los Cereales del Mar Negro, un acuerdo al que Ucrania y Rusia llegaron el 22 de julio gracias a la intermediación de Turquía y Naciones Unidas. En teoría, el pacto permite a Kiev continuar exportando sus productos agroalimentarios a través de un corredor seguro que se ha limpiado de minas y cuya navegabilidad certifican Ankara y la ONU. La Iniciativa deja tres puertos operativos, de los cuales el de Odesa, un fortín protegido por las Fuerzas Armadas, es el más relevante. Pero Barinov denuncia que los inspectores rusos retrasan deliberadamente las operaciones.
«Ahora mismo se gestionan 2,5 barcos al día en los tres puertos. Cuando, en realidad, podrían ser doce. Los rusos aducen que, por no sé qué regulación laboral, solo pueden trabajar hasta las 15.30 horas. Y los inspectores hacen catas de todos los contenedores y ponen pegas a la tripulación o al número de botes salvavidas a bordo. Cualquier cosa que retrase las operaciones», explica, afirmando que este cuello de botella tiene consecuencias desastrosas para los agricultores ucranianos y, por extensión, tanto entre las poblaciones más desfavorecidas del Tercer Mundo como en los precios de los alimentos a nivel global. «Han bajado desde que firmamos la Iniciativa, pero podrían hacerlo más», sentencia.
Las estadísticas reflejan claramente lo que expresa Barinov: si en octubre del año pasado se aprobó la salida de 194 buques, el mes pasado la cifra cayó a 85, la menor desde agosto. «Ahora estamos entre 1,3 y 1,5 millones de toneladas de carga al mes -poco más de un tercio que el pasado octubre-. Y como se acerca la cosecha de primavera -estimada en 53 millones de toneladas- preocupa que nos quedemos sin espacio para almacenar el grano», comenta, inquieto también porque se pierda parte del cereal. «También es imprescindible que se exporte todo lo posible para que los agricultores puedan acceder al capital necesario para hacer la inversión a la que obliga una nueva cosecha», añade.
«Antes de la invasión, Ucrania tenía 20 millones de toneladas de grano almacenadas a la espera de su exportación. Hoy son 40», informa Barinov, que incide en un dato relevante: el país aporta la mitad del cereal que distribuye el Programa Mundial de Alimentos, de Naciones Unidas. Las rutas logísticas alternativas abiertas por carretera no son capaces de compensar el impacto que tienen los puertos a medio gas. «Un buque de 100.000 toneladas es equivalente a 4.000 camiones. Además, se carga en solo tres días y reduce considerablemente el papeleo», explica el funcionario.
Alexander Khan, importador de fertilizantes y de maquinaria agrícola en Ucrania, añade que las nuevas líneas logísticas encarecen aún más el producto. «Antes, llevar una tonelada de maíz costaba hasta 30 dólares. Pero ahora son cien. El transporte supone cada vez un porcentaje mayor del precio», comenta. Algo parecido sucede con los fertilizantes nitrogenados, muchos de los cuales son fabricados en Rusia. «Se han encarecido tanto que los agricultores van a utilizar muchos menos», avanza. Es un hecho que puede resultar en una caída de la productividad.
Por si fuese poco, Khan señala el incremento de las exportaciones de aceite de girasol brasileño para dejar caer que hay gato encerrado. «Brasil no tiene tanta producción. En realidad, es aceite ruso que se reexporta desde allí para evitar problemas y sanciones», dispara. Algo similar a lo que sucede con la miel procedente de China o la fruta marroquí que se etiqueta como europea. «Todos en la industria conocemos estas triquiñuelas», señala el empresario.
Para más inri, Irán era uno de los principales mercados del grano ucraniano, y ahora Teherán ha preferido vender drones suicidas a Moscú. «Ucrania está perdiendo mercado», se lamenta Khan. Es una coyuntura que, en su opinión, impulsará a los agricultores ucranianos a dejar de lado el maíz, que necesita de muchos fertilizantes, y buscar cobijo en el girasol, la soja y la colza de verano. «Se va a cuidar menos la tierra y eso tendrá consecuencias a largo plazo», concluye.
A pesar de todo, Barinov todavía recuerda emocionado la salida del primer barco de la Iniciativa -«se llamaba 'Razoni'», y considera que el acuerdo del Mar Negro ha sido un éxito. Al fin y al cabo, ha facilitado la salida de 27,7 millones de toneladas de grano -un tercio menos que la campaña 2021-22-. Por eso, confía en que se firme una extensión más allá de marzo. «Pero que dure un año y no cuatro meses como hasta ahora, porque tanto los productores como las navieras necesitan certezas para trabajar», señala, subrayando que Ucrania también hace todo lo posible para que el puerto de Mykolaiv se sume al acuerdo. «Esto no solo es positivo para la economía de Ucrania, sino para la de todo el mundo», apostilla, antes de hacer un llamamiento para que avancen las negociaciones al más alto nivel.
Barinov no elude las críticas que Rusia hace a la Iniciativa. Por ejemplo, la que afirma que Ucrania utiliza el corredor marítimo con fines militares. «Inspeccionan todo el contenido de los barcos. Sería imposible darle ese uso», responde con una carcajada. Menos gracia le hace la aseveración rusa de que el cereal no llega a los países que más lo necesitan. «En ninguna parte del acuerdo se estipula que tenga que ser así», analiza.
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