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Las primeras coordenadas que llegan son las de la ubicación del lanzacohetes BM-21. Hay que apretar el acelerador a fondo, porque en breve se pondrá en funcionamiento para atacar las posiciones enemigas alrededor de la capital de Donetsk, autoproclamada primero república independiente y anexionada ... después por Moscú el pasado mes de octubre.
Los militares ucranianos no se resignan a perder más territorio y continúan intentando recuperar el centro neurálgico del Donbás, aunque el mayor Mukola Tymchyshyn reconoce que no será fácil. «Tenemos suficiente armamento para defender nuestras posiciones, pero no para avanzar. Esperamos recibirlo en un mes y medio, más o menos», comenta a este periódico, que ha recibido permiso para ser testigo del ataque.
Un dron ucraniano ha despegado para que identifique el punto exacto en el que se esconden las tropas rusas. En cuanto lleguen sus coordenadas, uno de los soldados ajustará el lanzacohetes y Tymchyshyn dará la orden de disparar los 'grad' -'granizo' en ruso- que tanto daño han causado en la guerra que enfrenta a estos dos vecinos que comparten la misma herencia soviética que los cohetes con los que se matan.
El lanzacohetes ha salido de su escondite en medio de un bosque y está detenido en el arcén de una carretera desierta y llena de agujeros. Es un camión tan obsoleto como el Lada en el que viaja Tymchyshyn. Pero los sistemas de comunicación que utiliza el oficial para recibir la información vital para el disparo sí que son del siglo XXI. Es una extraña mezcla, reflejo de cómo Ucrania se defiende de la invasión utilizando tanto la chatarra que tenía en sus arsenales como los modernos sistemas que le envía Occidente. «Todo lo que llega es bienvenido y se utiliza», reconoce con una sonrisa.
Hay una calma tensa. Tanto el lanzacohetes como los dos coches en los que viajan los militares y este periodista están a la vista, junto a una amplia llanura en la que nadie cultivará nada, y son un blanco fácil. El sonido de la artillería parece llegar de todas partes, y los combatientes comienzan a impacientarse. «¡Lo tengo!», anuncia el mayor, dando las indicaciones a su subordinado, que reorienta la batería de cuarenta 'grad' hacia el Este.
Falsa alarma. Las coordenadas cambian. Hay que volver a calcular el tiro. Tymchyshyn mira su tableta, levanta la mano, y el soldado se sube al camión. «Vogon!», grita. ¡Fuego! Y fuego sale de la parte posterior del lanzacohetes, con un ruido ensordecedor. El 'grad' deja una estela en el cielo e impacta a varios kilómetros, provocando una columna de humo. Para entonces, el convoy ya se ha movido a toda velocidad, buscando refugio en unos árboles.
Algo ha salido mal, y hay que buscar otra ubicación para realizar más disparos. A cuatro grados bajo cero, el campo de batalla ucraniano es un desagradable cóctel de barro, nieve, hielo y agua encharcada. Una superficie en la que uno se resbala o queda engullido por la tierra. Pero el camión se mueve con soltura. Esta vez apunta en otra dirección y se repite la espera.
Mientras tanto, Tymchyshyn conversa dentro del coche. «Si Europa y Estados Unidos nos enviasen el armamento más moderno, podríamos liberar el país rápido. La llegada de los Himars americanos, de hecho, supuso un punto de inflexión. Porque ahora podemos atacar a los rusos desde más lejos y el suministro es estable», explica el mayor, que lleva en combate desde el inicio de la invasión. «Mañana hará un año», subraya.
Tymchyshyn incide en que las tropas ucranianas están motivadas, y avanza que prevé otro cambio tan importante como el que propiciaron los Himars cuando los países occidentales formen a los soldados necesarios para operar los tanques Leopard y Abrams. «La victoria es nuestra», sentencia, repitiendo el mantra que recitan todos los soldados ucranianos.
Bajmut no queda lejos de la posición del lanzagranadas. Sin embargo, Tymchyshyn le resta importancia a la localidad. «No es una ciudad estratégicamente importante. Luchamos por cada metro de territorio. Si nos retiramos de Bajmut es porque la prioridad es salvar las vidas de nuestros hombres», aclara. El militar afirma que no se trata de un error estratégico. «El plan es liberar Bajmut junto con otras ciudades, como hicimos en Járkov, cuando capturamos mil kilómetros cuadrados en una semana», apostilla, dejando entrever una nueva contraofensiva.
Llega la información que Tymchyshyn esperaba y no hay tiempo que perder. El lanzacohetes se calibra y dos 'grad' salen disparados. Hay que hacer un pequeño cambio en la trayectoria. Otros dos rompen un extraño momento de silencio. «Salgamos rápido, que los rusos han tenido tiempo para localizarnos y atacarnos. Suelen tardar unos ocho minutos», comenta el oficial. El Lada corre más de lo esperado. Preguntado por si conoce las consecuencias de los cohetes lanzados, o si la operación ha tenido éxito, Tymchyshyn niega con la cabeza. «Aún no».
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