La gente pasa junto a un árbol de Navidad hecho con proyectiles de artillería en Kiev REUTERS

Nochevieja entre ratas y muertos

En las trincheras de Ucrania un pastel puede alegrar la despedida de 2023 a miles de soldados que encaran un oscuro tercer año de guerra

Domingo, 31 de diciembre 2023, 01:18

La ley marcial es clara. Esta noche nadie podrá lanzar petardos ni cohetes pirotécnicos en Ucrania. «En tiempos de guerra puede dañar la salud psicológica. Esto se debe al hecho de que el efecto de la explosión de fuegos artificiales es similar al sonido de ... las explosiones de proyectiles y cohetes», cita la normativa. Por eso, cualquier intento de preservar esta tradición para despedir el año puede costarle a los ucranianos una sanción económica o incluso la pena de cárcel si el festejo es multitudinario. Que se lo pregunten a la pareja de Chernihiv que el pasado 4 de octubre celebró el cumpleaños de la mujer prendiendo unos fuegos artificiales y fue condenada a cinco años de arresto parcial.

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La prohibición recuerda a los ciudadanos que el país está en guerra. Es su segunda Nochevieja bajo la amenaza de la maquinaria bélica rusa. Y llega a ella con el miedo en el cuerpo, espeluznada por el descomunal alarde de fuerza que Moscú realizó el viernes con un bombardeo masivo sobre una decena de regiones de la exrepública. Las autoridades de los óblast pidieron ayer a sus vecinos que no se distraigan con las fiestas, permanezcan cerca de los refugios y atentos a las sirenas antiaéreas. Existe un profundo temor a que Moscú quiera entrar en 2024 a sangre y fuego, especialmente después de que los ucranianos respondieran ayer con un intenso bombardeo sobre la rusa Bélgorod que causó 14 muertos y 108 heridos.

En el frente del Donbás, el pastel alemán es el rey del fin del mundo. Para muchos soldados, resultará esta noche el colofón a una cena donde está asegurada la remolacha cocida con patatas y legumbres. Pero el dulce es el dulce allí donde silban las balas. Los botes de leche condensada vuelan junto con las galletas. A veces, en los periódicos, aparecen artículos de nutricionistas que aconsejan moderar esta afición entre los soldados. En cualquier caso, las raciones de comida militares son muy aceptables aseguran los mismos expertos.

Volodímir, de 46 años y miembro de una brigada de asalto de montaña, es el encargado de preparar el borsch, la tradicional sopa ucraniana, en una trinchera del frente de Zaporiyia. También tiene algunos pollos y patos. La cena de Nochevieja será parecida a ésta, pero con el pastel y algún extra más. El exiguo escondite donde cocina apenas es una oquedad excavada en la tierra. Muchos militares prefieren no meterse en refugios bajo techado dentro de las trincheras. En caso de una explosión cercana, pueden hundirse y dejarles atrapados.

Los desaparecidos

La cocinilla se cubre con una lona para no delatar la posición a los tiradores rusos que vigilan a solo unos metros al otro lado del campo de batalla. En esta época son escasas las horas de luz. La oscuridad cae rápido. Las botas pesan al adherirse la tierra en ellas. Si hace un buen día, es decir el termómetro está por encima de cero grados, el barro lo empantana todo. Y todavía así, hay quien tiene humor para colocar dentro de la carcasa de una bomba rusa, a modo de maceta, unas ramas de abeto recogidas de los numerosos árboles que han sido seccionados por los misiles, cuenta el reportero del 'Pravda' ucraniano Yaroslav Havas.

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De ser ciertas las informaciones que corren entre la tropa, la vida en estas trincheras puede resultar insufrible para un civil, pero resulta indudablemente mejor de la que tienen los invasores al otro lado de la línea de combate. Según el propio jefe de las Fuerzas Armadas, Valeri Zaluzhnyi, «los rusos ya ni siquiera se llevan los cuerpos de los suyos. Hay montañas de cadáveres apilados» cuya descomposición está tan avanzada que se mimetizan con el fango. El Kremlin no ha facilitado hasta ahora el número de desaparecidos en sus filas, aunque cada vez son más recurrentes las protestas de familias que carecen de noticias de sus allegados desde que se subieron a un tren con destino al Donbás en 2022.

El Gobierno ucraniano, por el contrario, oculta celosamente su número de bajas militares, pero sí ha reconocido esta misma semana la existencia de 16.000 desaparecidos. De ellos, supone que muchos se encuentran en las morgues. Los depósitos almacenan una cantidad «astronómica» de cadáveres y en un número elevado no han sido identificados porque sus familias huyeron al extranjero al inicio de la invasión del 24 de febrero de 2022 y no ha sido posible comparar sus ADN. Por eso, el Ejecutivo iniciará desde el próximo martes una campaña en los países que han acogido a los principales cupos de refugiados para encontrar a aquellos clanes familiares donde falte algún miembro, engullido por la guerra, y conseguir sus muestras genéticas.

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Un funeral en Kiev por un soldado ucraniano AFP

El hedor de la muerte, de los cadáveres expuestos a la intemperie y de la basura acumulada en las trincheras después de tantos meses de enfrentamientos son olores habituales, señala Mykola cerca de Bajmut. Dice aguantar porque «entre los ocupantes y nuestras familias solo estamos nosotros». La descripción que hace del frente recuerda a los relatos históricos de las dos guerras mundiales. Y hay más coincidencias. «Son ratas. Somos amigos de ellas, les damos de comer pan. Incluso tenemos una casi domesticada que vive con nosotros en el refugio», relata Volodímir en el 'UP' digital.

Las zanjas están sembradas de roedores. Decenas de pueblos han quedado sumidos en el abandono y los campos de cereales no han sido cosechados desde hace casi dos años, lo que ha multiplicado la colonia de ratones que muerden la ropa de los militares, roen las teclas de los móviles y rompen los cables de los equipos electrónicos, incluidos ordenadores, sistemas de transmisión y de artillería, como sucedía en la II Guerra Mundial con los de comunicación. La exposición a la orina de estos animales, nada remilgados tampoco a la hora de morder a los soldados, ha provocado además una auténtica epidemia de leptospirosis. De ahí, que Volodímir y sus compañeros se entreguen a «domesticar» ratas, porque ellas se encargan de mantener lejos a los ratones.

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Llamamiento a filas

«Si alguien está esperando en casa, hay alguien a quien acudir. Este es un gran incentivo para seguir aquí, incluso en estas condiciones, aunque no negaré que quiero meterme en un baño caliente, tener a mi hijo en mis brazos y llevar a mi mujer a un restaurante», afirma Oliv en 'Obozrevatel'. Sus palabras traslucen el gran problema al que el Gobierno de Zelenski se enfrentará en 2024: el agotamiento y el relevo de cientos de miles de soldados que en febrero entrarán en su tercer año de combates consecutivo. Moscú mantiene desplegados en el territorio ocupado a 617.000 efectivos, lo que ofrece una idea de las necesidades de alistamiento y entrenamiento que necesitan las fuerzas ucranianas.

Ruslan, un tirador destinado a Zaporiyia, admite que «todos estamos muy cansados. Pero si ponemos aquí a un soldado que no esté preparado, durará una semana y luego entrará en pánico. Los bombardeos, la amenaza constante de muerte, las toallitas húmedas en lugar de ducha, un retrete al aire libre, no hay lugar ni siquiera para lavar la ropa... Es muy duro», explica a 'Censor.Net'.

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Mykola coincide en que «los luchadores deben recuperarse. El llamamiento es más pertinente que nunca», sobre todo porque «quedan muchos años de guerra», especula el coronel Oleksandr Gramarchuk, un veterano del Donbás, donde llegó en 2014. «Muchos cometen un gran error al subestimar al enemigo –advierte–. Los rusos han dedicado más tiempo y recursos que nosotros a entrenar a sus tropas. Sobre el futuro, no me manejo en las categorías del optimismo o el pesimismo. Soy realista. El fin de la guerra, según los clásicos, es la victoria o la derrota»

Soldados ucranianos en la línea del frente en la región de Zaporiyia EFE

«Imaginen cómo miramos a quien busca excusas para no luchar»

En el frente se leen atentamente las noticias sobre el nuevo proyecto de ley de movilización, que rebaja a 25 los años para ser convocado a filas, establece penas duras para los ucranianos que intentan zafarse del alistamiento y reduce los motivos físicos o de otro tipo para no ir a la guerra. Al francotirador Andriy Rybalko le resulta «muy triste que mucha gente no tenga idea de quién está en el frente. La contusión está presente en todos los que luchan durante mucho tiempo y nadie han ido en busca de bajas. Ninguno era soldado profesional. Pero esta gente lleva casi dos años luchando. Imaginen lo cansados que están y cómo miran a quienes encuentran excusas para no ir a defender su tierra», se lamenta.

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