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«Cuanto más nos encierren, más fuertes nos volveremos. Las mujeres no nos rendiremos». Kiana y Ali, los dos hijos gemelos de la periodista iraní Narges Mohammadi, recogieron en Oslo el Premio Nobel de la Paz que la Academia ha otorgado a su madre, presa ... en una cárcel de Teherán por su lucha «contra la opresión de las mujeres en Irán» y la defensa «de los derechos humanos y la libertad de todos». Los dos jóvenes, exiliados en París junto a su padre, Taghi Rahmani, no la han visto desde hace ocho años. Ella renunció a huir. Lo sacrificó todo, incluida la caricia de su familia, y se enfrentó al régimen de los ayatolás mientras entraba y salía de presidio y mientras su salud se iba deteriorando. Mohammadi es un símbolo de resistencia. Una vela que no se apaga.
Y que no se calla. Es la voz del movimiento 'Mujer, Vida, Libertad'. En la ceremonia, Kiana y Ali leyeron en francés el discurso escrito por su madre tras las rejas de Teherán. «Este premio me da esperanza y me inspira», agradeció. «Confío en el impacto innegable del Nobel de la Paz en el poderoso movimiento de los iraníes por la paz, la libertad y la democracia». Mohammadi dijo en su mensaje que se sentía «una más de los millones de mujeres iraníes orgullosas y resilientes que se han levantado contra la represión, la discriminación y la tiranía». Tiene 51 años y acumula condenas por 31 años de prisión. Durante una de ellas recibió 154 latigazos.
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En el discurso leído por sus hijos y redactado «detrás de los altos y fríos muros de una prisión», Mohammadi se definió así: «Soy una mujer de Medio Oriente y vengo de una región que, a pesar de su rica civilización, ahora está atrapada bajo la opresión de un gobierno religioso despótico». La tiranía «convierte la vida en muerte, la bendición en lamento y el consuelo en tormento». «Oprime -agregó- a la humanidad, el libre albedrío y la dignidad humana. La tiranía es la otra cara de la moneda de la guerra. La intensidad de ambas es devastadora: una directamente, con sus llamas destructivas de destrucción visible; la otra de manera insidiosa y engañosa, destrozando a la humanidad».
Recordó a Mahsa Amini, que falleció en 2022 tras ser arrestada y torturada por no llevar su velo correctamente, y a las ciudadanas iraníes acosadas por las autoridades. «La opresión sobre las mujeres a través del uso obligatorio del hiyab, una imposición gubernamental vergonzosa, no nos hará conformarnos porque creemos que el velo no es una obligación religiosa ni una tradición cultural, sino más bien un medio para mantener la autoridad y sumisión en toda la sociedad». Por eso, defendió «la abolición del hiyab obligatorio», que sería como «abolir todas las raíces de la tiranía religiosa» y supondría «la ruptura de las cadenas de la opresión autoritaria».
Cuando la abogada iraní Shirin Ebadi recibió el Nobel de la Paz en 2003, también por su lucha en favor de los derechos de la mujer, fue recibida en Teherán por miles de ciudadanos. Irán aún creía en la reforma desde dentro. Resultó un espejismo. Ebadi tuvo que huir del país en 2009. Ahora, con el puño de los ayatolás apretando más que nunca, Mohammadi celebra el galardón desde la distancia, encerrada y, aun así, igual de determinada. Mientras se leía en Oslo su discurso inició una huelga de hambre en solidaridad con las mujeres baha'ís, una religión considerada apóstata por las autoridades del país. El Gobierno de Irán se mostró ofendido por la elección del Comité del Nobel. «Se ha premiado a una persona culpable de violar la ley reiteradamente. Tomamos nota», avisó.
La de Mohammadi es una historia de coraje. Cuando su marido, Taghi Rahmani, también activista, tuvo que salir de Irán en 2012, ella se quedó con sus dos hijos, hasta que tuvo que enviarlos tres años después a París con su padre. «Como la madre de Moisés, confié a mis dos hijos al río Nilo», escribió tiempo después desde la cárcel de Evin, en Teherán, donde cumplía pena por atentar 'contra la seguridad nacional'. En prisión, según denunció, fue maltratada y sufrió abusos. Enfermó. Problemas neurológicos, crisis epilépticas, un ataque cardíaco... Salió libre por última vez en 2020 y, pese a su frágil salud, apareció sin velo en un vídeo para denunciar las «torturas y los abusos sexuales» que padecen las presas. Un mes después fue condenada a diez años de reclusión, la pena que le ha impedido recoger el Nobel de la Paz pero que no ha evitado que su voz se escuche en todo el mundo. «Pronto oiremos derrumbarse el muro de Irán gracias a la implacable voluntad del pueblo iraní», difundió en otra carta desde el presidio.
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