Mueren 61 migrantes en otro naufragio frente a la costa de Libia

El bote volcó «a causa de las fuertes olas», señaló la OIM. Los supervivientes fueron trasladados al centro de detención de Tariq Al Sekka, cerca de Trípoli. «Más de 2.250 personas han perdido la vida en el Mediterráneo Central este año», lamentó en la red social X Flavio Di Giacomo, portavoz de la OIM. «Esta cifra dramática demuestra que por desgracia no hacemos lo suficiente para salvar vidas», agregó.

'Alarm Phone', un grupo que colabora en la localización de migrantes perdidos en el mar, recibió un llamada de auxilio lanzado desde la patera. De inmediato, alertó a las autoridades libias. Los guardacostas de ese país se negaron a intervenir, según denuncia 'Alarm Phone' en X. En la zona no había ningún buque perteneciente a las ONG de rescate. El más cercano estaba a medio día de navegación.

Dicen los científicos que el Mediterráneo, víctima de tanto estropicio ecológico, es un mar que se muere. También es la tumba de los que tienen una única esperanza: llegar a Europa, especialmente a la isla de Lampedusa, la puerta italiana del continente. En Italia se ha celebrado este fin de semana la fiesta de las juventudes del partido político de la primera ministra del país, la ultraderechista Giorgia Meloni. Invitó a Santiago Abascal, de Vox, y a Rishi Sunak, primer ministro británico y firme defensor de contener el flujo migratorio irregular. En el festejo estuvo también el multimillonario Elon Musk, propietario de X y Tesla, que defendió el cierre de fronteras y el fomento de la natalidad en el primer mundo para que no haga falta mano de obra procedente de países pobres.

En paralelo a esa celebración, las olas se cobraban su tasa en vidas. Ese mar que «se añora» y «se teme», como cantaba Joan Manuel Serrat. «El Mediterráneo Central sigue siendo una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo», recordó la OIM, un organismo dependiente de la ONU. La embarcación en la que iban 86 personas había partido desde Zuara, a unos 70 kilómetros de Trípoli, la capital de Libia y donde, según Médicos sin Fronteras, están retenidos miles de extranjeros que esperan turno para subirse a una de esas ruletas rusas flotantes.

Su situación allí es límite. Esta organización médica ha denunciado en un informe que solicitantes de asilo y migrantes sufren allí malos tratos. Se sienten entre la espada y la pared. Hay cerca de 700.000 personas en Libia que quieren huir hacia Europa. Proceden de unos 40 países, sobre todo de Egipto, Siria y Bangladesh. El sábado, la Agencia contra la Inmigración Ilegal del Gobierno de Libia liberó a 106 sirios, sudaneses y palestinos con la condición de que no volvieran a intentar llegar por mar a la Unión Europea.

Pese al aluvión de migrantes que acoge Libia, es Túnez el gran punto de partida para los que eligen el Mediterráneo como vía de escape. Nueve de cada diez pateras parten desde sus costas. En lo que va de año, han desembarcado en tierra italiana más de 150.000 personas a través de las rutas marítimas desde Túnez y Libia. Ese número contempla a los que llegaron. Otros, flotando a merced de vientos y mareas, se ahogaron. Como las 61 últimas víctimas.

Este nuevo capítulo de una tragedia sin fin rescata la imagen de Aylan Kurdi, niño sirio de tres años que falleció en 2015. Yacía muerto y solo en la playa turca de Bordum. La cara hundida en la arena. Su menudo cuerpo pesa en la memoria de Occidente. Iba en un bote con 20 personas. Trataban de llegar a la isla griega de Kos, centro turístico a sólo 6 kilómetros donde las playas son sólo para tostarse al sol.