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A la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, no debió de sentarle muy bien la pizza que se tomó el pasado miércoles por la noche en un restaurante de Nueva York. Había participado antes en la Asamblea General de las Naciones Unidas y «tras doce horas ... de trabajo» y un sinfín de encuentros bilaterales, según explicó ella misma, prefirió irse a cenar con su hija Ginevra, de 7 años, y no acudir a la Casa Blanca, donde el presidente estadounidense, Joe Biden, brindó una cena de gala a los mandatarios que habían acudido a la sede de la ONU. Optar por ese momento de relajación e intimidad familiar en lugar de aprovechar para verse con Biden, con el que ya se reunió a finales de julio, le granjeó un sinfín de críticas a la dirigente, que volvió a corroborar que en el año que lleva en el cargo ha tenido que renunciar prácticamente a la vida privada.
Doce meses después de su victoria en las elecciones generales, Meloni ha reafirmado la posición de su país en la Unión Europea y en la OTAN, pese al difícil contexto motivado por la guerra en Ucrania, y ha conseguido tranquilizar a quienes temían una deriva por los orígenes ultraderechistas de su partido, Hermanos de Italia (HdI). Aunque su Gobierno esté sostenido por una coalición, de la que también forman parte la Liga de Matteo Salvini y Forza Italia (FI) -la fuerza política fundada por el fallecido Silvio Berlusconi y cuyas riendas lleva ahora Antonio Tajani-, Meloni ha dado además innegables muestras de liderazgo al encabezar un Ejecutivo claramente personalista.
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Ante el débil estado en que se encuentra la oposición, formada por el izquierdista Partido Democrático (PD) y el 'anticasta' Movimiento 5 Estrellas, la mayor amenaza para la continuidad de Meloni en el poder viene paradójicamente de sus aliados, que tratarán de marcar perfil propio en los próximos meses para intentar lograr un buen resultado en las elecciones europeas de junio de 2024. Los comicios se presentan como una oportunidad para que la Liga y FI eviten ser fagocitados por HdI y mejoren los discretos resultados obtenidos en las generales del año pasado. Pero no lo van a tener nada fácil: las últimas encuestas colocan al partido de Meloni rozando el 29%, casi tres puntos más que en la cita con las urnas de 2022, mientras que sus socios de la Liga y de FI no consiguen remontar el vuelo, lo mismo que le ocurre al opositor PD.
«Las elecciones europeas van a marcar un punto de inflexión en la legislatura y nos permitirán saber cuál será el horizonte temporal de este Gobierno», sostiene Luigi Curini, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de Milán. «En los últimos años en la política italiana hemos visto a figuras que lograban mucho éxito, pero luego se apagaban muy rápido, como ocurrió con Matteo Renzi, Giuseppe Conte o Matteo Salvini. ¿Pasará lo mismo con Meloni? Lo sabremos cuando conozcamos el resultado de los comicios europeos de junio del próximo año. La campaña de cara a las urnas va a generar fricciones dentro de la coalición», vaticina.
Las tensiones internas entre la alianza conservadora comenzaron a aflorar con la reciente crisis migratoria registrada en la isla de Lampedusa, lo que propició que desde la Liga se criticara a la jefa del Ejecutivo por su supuesta falta de «mano dura» y por recurrir a la vía diplomática para afrontar el problema. «La realidad es que la cuestión migratoria supera la capacidad del Gobierno. Meloni ha entendido que ese tema, como ocurre igualmente con la economía, pasa por la UE. Por eso tiene mucho interés en aumentar su presencia en Bruselas, de manera que cuente con una mayor influencia en la próxima Comisión Europea que saldrá de las elecciones», señala el politólogo de la Universidad Estatal de Milán. Aunque su Administración nació con la etiqueta de 'soberanista', Meloni no tardó en darse cuenta «de que los vínculos europeos son tan fuertes que no se puede ir solo», por lo que su gran objetivo ahora es «contar más en Bruselas».
En ese marco hay que colocar la invitación que la jefa del Ejecutivo de Roma hizo a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, para que visitara con ella Lampedusa, donde ambas mostraron cercanía en sus opiniones acerca de cómo frenar la inmigración ilegal en el Mediterráneo Central. En lugar de centrarse en distribuir a los desplazados por Europa, coincidieron en que el objetivo principal debe ser impedir que las naves cargadas con migrantes zarpen desde las costas norteafricanas. Meloni también ha mostrado un gran sintonía con Bruselas en la política económica, de manera que su Gobierno apenas se distingue en esta materia del anterior, liderado por un europeísta convencido como Mario Draghi.
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