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Miguel Pérez
Martes, 17 de enero 2023, 00:27
Ese hombre de 60 años que en su día viajó clandestinamente a una clínica para tratarse de la próstata, que ahora recibía asistencia por un cáncer de colon y que este lunes salió sujeto por dos policías de una clínica de Palermo con aspecto ... frágil pero vestido con buena ropa y un reloj caro fue en su día un dandi de la Italia de fiesta, balas, luto y cadáveres troceados enterrados en el campo. Se trata de un tipo que en una ocasión apareció con gafas oscuras de aviador en la portada de una revista como máxima expresión del éxito -y posiblemente también de la sumisión que produce el miedo- y al que luego se dedicaron numerosas crónicas policiales como el último gran jefe de la mafia palermitana. Al parecer, hubo tres mujeres en su vida, aunque le gustaba rodearse de acompañantes femeninas, coches caros, artículos de lujo y asesinos brutales habituados a usar sus propias manos para rematar la faena. Ese pasado macabro y despiadado que relatan los informes policiales quizás es el que le permite clavar una mirada fija y desafiante a la cámara mientras es fichado por los Carabinieri.
Asómense a ese retrato, el primero real de Matteo Messina en treinta años de continua elusión de la Justicia. No hay remordimiento. Ni sombra de Giusseppe Di Matteo, el niño que pasó 779 días cargando una argolla y una cadena del cuello por orden suya presumiblemente, en un secuestro que despertó la bilis de Italia por su ausencia de misericordia. Messina, junto a los capos Giuseppe Graviano, Leoluca Bagarella y Giovanni Brusca, mandó raptarle a finales de 1993 para forzar a su padre a no declarar como testigo protegido en la investigación por el asesinato del juez Falcone, su esposa y un escolta.
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A Giusseppe lo llevaron como a un perro de una casa clandestina a otra del Palermo rural durante dos años. Los sicarios Giuseppe Monticciolo, Enzo Brusca y Vincenzo Chiodo tiraban de su cadena. En enero de 1996 le estrangularon y disolvieron su cuerpo en ácido. Monticciolo, uno de los verdugos, habría participado en 1992 en la explosión que mató al magistrado Falcone. Por este crimen y el del también juez antimafia Paolo Borsellino, con menos de dos meses de diferencia, Matteo ha sido condenado a cadena perpetua.
Tampoco Antonella Bonomo muestra su desesperación, terror y tristeza detrás de la mirada de Messina. Era la novia de Vincenzo Milazzo, el jefe de la localidad siciliana de Alcamo, la cuarta más grande de Trapani, en pleno territorio del capo detenido. Antonella y Vincenzo iban a ser padres. Éste, cuyo rostro llevaba impresa la marca de la inhumanidad y una nariz destacadamente torcida, no era un ángel. Experto en la fabricación de heroína, fue acusado del asesinato de una mujer y sus dos hijos gemelos de 5 años para evitar que pudieran delatar su actividad.
Pero Vincenzo hablaba demasiado. Criticaba las matanzas de la Cosa Nostra y estaba convencido de que su desmesurada escalada de violencia atraía demasiado la atención y terminaría por incrementar la presión judicial y policial en perjuicio de los 'negocios'. Su amigo es Totò Riina, padrino de la organización, pero eso no importa. Son, como ya se ha dicho, solo negocios. Decide acabar con su vida. Messina es el brazo armado. Le invita a comer. En la mesa se sientan otros dirigentes de la mafia. Comen, conversan, quizá hasta le preguntan por su próxima paternidad. Luego le disparan por la espalda.
Antonella no sabe nada. A los dos días, Messina o uno de sus cómplices la llaman. Ella, de 23 años, profesora en una escuela, acude al lugar donde le han dicho que está Vincenzo. Esperándola. Quiere verla. Pero, según la investigación policial, al llegar se encuentra con sus asesinos, que la estrangulan convencidos de que su pareja le había contado sucios manejos de la Cosa Nostra. Es la primera vez que la mafia comete un crimen así. Messina demuestra de lo que es capaz y que se ha convertido en un demonio entre diablos. Los cuerpos de la pareja son enterrados en el campo. Otros cuatro miembros de la banda de Vincenzo son asesinados en esos días. Y terminan dentro de bidones de ácido.
El retrato que hacen las crónicas de él, conocido también por el apodo de 'Diabolik', dibujan a un jefe mafioso que en realidad no tiene interés en comportarse como tal, pero sí aspira a ser el 'número uno' de todos los clanes. Una endiablada paradoja que los investigadores atribuyen a su propia naturaleza: amante de una vida acomodada, culto y dedicado a sus negocios, pero al mismo tiempo fiel custodio de los secretos de la Cosa Nostra, que ha dejado en sus manos gran parte de los bienes obtenidos de la extorsión, el narcotráfico y el resto de negocios del crimen organizado.
El comportamiento de Messina nada tiene que ver con la generación anterior. Algunos de sus predecesores, asilvestrados, hicieron de su fuga una travesía descalza sobre un camino de grava: espartana, áspera y repleta de refugios sin comodidades. A 'Diabolik', la Policía le ha seguido el rastro por Brasil, España y otros países desde que a finales de los 80 estuviera por última vez en su pueblo de Castelvetrano, donde los Carabinieri le interrogaron y él respondió que era simplemente un agricultor. En 2021, las fuerzas de seguridad incluso detuvieron a un turista británico tras confundirle con él.
El fiscal del caso explicó este lunes que el seguimiento de las llamadas telefónicas entre sus familiares, el registro de pacientes de la clínica de Palermo donde fue detenido y la aparición de una identidad falsa en ese listado -Andrea Bonafede, el nombre del sobrino de uno de sus más fieles aliados- delataron al prófugo, de quien dijo que nunca fue un jefe único de la mafia. Siempre hubo otros capos a su lado. Quizá porque como su padrino, Totò Riina, llegó a lamentarse en prisión, Messina, al que había considerado un «reloj perfecto», comenzó «a pensar ante todo en sí mismo» y en sus proyectos. Entre ellos, las inversiones en energías eólicas.
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