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Miguel Pérez
Domingo, 19 de febrero 2023, 00:38
Siempre ha tenido una imperiosa necesidad de demostrar quién es el más fuerte». La excanciller alemana Angela Merkel definió así a Vladímir Putin hace ya tres lustros y la aniquilación progresiva que vive Ucrania confirma su opinión. El presidente ruso parece vivir una confrontación bélica ... que hace tiempo sobrepasó el rubicón del Donbás. Ahora se trata de dejar claro ante Occidente quién detenta las principales fortalezas militares y la mayor capacidad de resistencia ante una guerra de auténtico desgaste. En un conflicto que ganará el que dispare la última bala, él está convencido de que será quien apriete ese gatillo.
Putin nació en Leningrado el 7 de octubre de 1952. Hay dos versiones del momento. Una apunta a que sus padres biológicos le entregaron a una familia de acogida y todo ello devino en un trauma infantil y una búsqueda errante que le ha acompañado de adulto. La otra, la oficial, la que él defiende, enmarca aquel acontecimiento en el seno de una familia que pasó previamente por el trance de perder a otros dos hijos. Su padre se llamaba Vladímir Spiridonóvich Putin, formó parte de una unidad de sabotaje del espionaje ruso y estuvo a punto de morir en una emboscada del Ejército alemán.
Su madre, María Ivánovna Pútina, también pudo haber fallecido tras quedar enterrada bajo los escombros de la casa familiar durante un bombardeo. El propio Putin, en un artículo escrito hace siete años, recordaba que fue dada por muerta, pero su padre evitó que la trasladasen a la morgue y logró salvarla. La mayoría de sus tíos perdieron la vida en la guerra y, según parece, la oscuridad de aquellos dramas aún le persigue.
Eso, y el lugar donde llegó al mundo, un barrio obrero asido al lado más triste, mísero y marginal de la ciudad, El jefe del Kremlin vivió los estertores del estalinismo. Sus padres habían soportado el legendario asedio a Leningrado. Y a él le tocó superar más tarde su propia guerra, la de cohabitar con un vecindario áspero donde se movían libremente los peores delincuentes. Muchos psicólogos ven en esa experiencia la actitud de perpetua alerta que desprende el mandatario y su habilidad para imponerse como una presencia amenazadora.
Mientras en la mayoría de Occidente sus líderes rotaban, Putin ha sido durante más de dos décadas una imagen asociada indeleblemente al equilibrio geoestratégico del planeta. Y se ha procurado, gracias a una modificación constitucional, la posibilidad de continuar en el cargo hasta 2036, superando al propio Stalin como el gobernante ruso más longevo. La revista 'Time' le ha nombrado frecuentemente como el hombre más poderoso del mundo. Y dirige una de las dos potencias nucleares más imponentes del planeta. Le basta con apretar el famoso botón rojo para liberar la furia de casi 6.000 ojivas nucleares.
Todo ese poder acumulado ha debido causar algún tipo de modificación conductual en este hombre de 70 años que conserva el paso marcial al caminar. Los politólogos coinciden en que su pulsión invasora forma parte de su viejo sueño de recuperar el pasado imperial ruso o, al menos, salvar lo más posible de la URSS. ¿Y el futuro? ¿Cómo afrontaría Putin una derrota? Y sobre todo: ¿Qué sucederá después de la guerra incluso si sale victorioso, cuando deba convivir con una comunidad internacional que le considera un autócrata indigno y un criminal de guerra? Hoy nadie sabe a ciencia cierta qué sucede dentro del Kremlin, pero sí que las decisiones finales las sigue tomando él, que posiblemente esté cada vez más solo y que deba metabolizar críticas de sus afines que nunca había recibido antes.
De la infancia es posible que le quede al líder ruso una atmósfera de posguerra que le rodea y dirige, También resulta factible pensar que su juventud le haya legado el poso de una mirada fría e inexpresiva que oculta lo que sucede detrás de ella. «De Putin solo se sabe lo que él quiere que se sepa», dice una alta funcionaria estadounidense. Incluso su familia es un semisecreto en el que pocos se aventuran a profundizar.
De su paso por el KGB y de todas las imaginables estrategias y maniobras escalofriantes que haya realizado hasta convertirse en el halcón del Kremlin, le queda el poder de convocar al miedo. Los analistas occidentales le consideran un maestro del amedrentamiento y en este año es cierto que su imagen ha distado de la del político comedidamente cortés y hasta sonriente. Ahí está Merkel para aclarar que bajo la máscara siempre ha permanecido el político fiero obligado a tumbar al rival.
Como sucedía de niño en Leningrado. Como ha ocurrido con sus frecuentes alusiones a la amenaza nuclear. O como el pasado 13 de enero, cuando abroncó a su viceprimer ministro, Denis Manturov, con un sonoro «¿por qué te haces el tonto?» cuando éste no explicó el motivo de que las empresas aeronáuticas aún no hubieran recibido los contratos firmados por el Gobierno para este año. El presidente tampoco ha dudado en humillar al jefe de la Inteligencia rusa o a los generales a los que ha cesado drásticamente por sus fracasos en el frente.
Cuando Putin recibió en su mansión de Sochi a Merkel hace tres lustros, aguardó a que entraran los fotógrafos y abrió la puerta a su perro labrador. Dejó que se acercara a la canciller que se mostró visiblemente violentada. El presidente sabía que a su invitada le aterrorizaban los perros.
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