Reflexiones de un europeo poco ardoroso
Jose María Ruiz Soroa
Jueves, 27 de marzo 2025, 19:36
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Jose María Ruiz Soroa
Jueves, 27 de marzo 2025, 19:36
Pues verán, se me ocurre que no fue una muy buena idea aquella occidental de mantener en activo la OTAN cuando el Pacto de Varsovia ... se evaporó en 1989 y la Guerra Fría terminó. Y menos aún ampliar el territorio de sus miembros incluyendo a los países del extinto bloque soviético, uno tras otro, de forma que Rusia se encontrase al final con que tenía a la Alianza Atlántica en su propia frontera. Además, a una OTAN multiusos, no sólo defensiva. Fue el hegemón norteamericano el que impulsó esta ampliación continua, que los europeos acogieron sumisamente.
Tampoco fue buena idea ignorar que para Rusia rige un principio existencial de temor ante lo que venga de su flanco Oeste y de ahí su exigencia de un colchón de países amigos y 'finlandizados'. Por lo que, una vez terminada la juerga de Yeltsin, el implacable Putin iba a perseguir por todos los medios evitar lo que para el Estado ruso es un imperativo nacional. Que las buenas intenciones de la OTAN, las nuestras, podían no ser vistas como tales por otros países, y que reaccionarían contra ellas por los medios a su alcance. Que en el caso de un dictador cruento como el ruso eran muy probablemente los bélicos.
Y así terminamos metidos de hoz y coz en la heroica guerra de Ucrania, siempre detrás de nuestro hegemón. A pesar de que, por muy injusta y cruel que fuera la agresión rusa, se trataba del patio ruso, no del nuestro. Y que lo que estaba en juego era la geopolítica mundial, no la democracia europea.
Después, de repente, los intereses de Washington mudaron y Ucrania se convirtió en moneda de cambio. Y los europeos nos encontramos de pronto con una realidad que siempre había estado ahí, la de que Rusia es nuestra vecina territorial, no la de USA sino la nuestra. Pero que nos habíamos embarcado durante tres largos años en un conflicto en el que todo lazo con Rusia había sido cortado. Ahora Putin era el nuevo Hitler dispuesto a invadirnos, se supone. O por lo menos esa es la imagen que nos habíamos creado. Y el hegemón nos había abandonado a nuestra suerte.
Las campanas de la guerra empezaron a resonar en las mentes de los dirigentes europeos. Necesitamos defensa, el oso está a las puertas. Pero, ¿cómo diablos conseguirla en una Unión posheroica, pacifista por naturaleza y valores y además desunida en lo militar? Hasta un ejército tan mediocre como el ruso valía más que veintisiete distintos. ¿Un ejército europeo? Quimérico. ¿Subarrendar lo militar a los dos únicos países con ejército fiable, Francia y el Reino Unido? Quimérico. Sólo queda preparar el kit de supervivencia mientras «aumentamos nuestras capacidades de seguridad». O eso nos dicen.
Y, pienso yo, ¿no sería una buena idea comenzar a explorar la posibilidad de una coexistencia pacífica con Rusia? ¿Resucitar una estructura de paz y seguridad con ella? ¿Algo así como la vieja OSCE? No parece tan difícil porque Rusia no parece tener intereses expansionistas sino sólo de controlar su flanco. Podríamos ahorrarnos el kit y las capacidades. Y sacar la pata.
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