El domingo próximo estamos llamados a las urnas para elegir a los nuevos miembros del Parlamento Europeo. En un mundo cada vez más inestable, nunca el proyecto de integración continental ha sido tan importante para garantizar el bienestar, la libertad y la seguridad de sus ... ciudadanos. Sin embargo, las campañas electorales en los distintos Estados miembros apenas tratan de los asuntos que centrarán el debate europeo en los siguientes años, como el mercado interior, la defensa, la política industrial, la energía y la emergencia climática. Nuestros políticos tienden a discutir sobre todo de cuestiones nacionales. A los ciudadanos también les cuesta levantar la vista, porque el entramado institucional de Bruselas sigue siendo difícil de entender, un verdadero paraíso para los expertos. La UE adolece más que de un déficit democrático de uno político, es decir, es todo un reto conectar las políticas comunitarias con los valores y las preferencias de casi 450 millones de votantes.
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Otro reto para movilizar a los ciudadanos es que elegimos a un Parlamento del que no saldrá un Gobierno europeo que represente la voluntad de la mayoría expresada en las urnas. La cámara de Estrasburgo participará en la selección del presidente o presidenta de la Comisión y en la posterior confirmación o rechazo de su equipo de comisarios. Pero no hay una traslación directa de las preferencias políticas expresadas en las urnas a la composición de esta institución, que por otro lado dista mucho de tener las competencias propias de un Gobierno supranacional.
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Con todo, es muy necesario tomarse en serio estas próximas elecciones y hacerlo en clave europea. El Parlamento se ha convertido en un verdadero colegislador y en casi todas las materias comunitarias puede tener la última palabra frente a la Comisión y el Consejo. Es la única institución que representa al ciudadano de a pie, sin mediación de gobiernos nacionales o de asociaciones de intereses. Una participación alta reforzará la legitimidad de una Unión imprescindible, que sufre el auge de movimientos antieuropeos e iliberales en casi todos los Estados miembros. Son partidos que cabalgan la ola nacionalista y populista desatada con la crisis del euro y multiplican los miedos a la inmigración descontrolada. A la probable crecida de la ultraderecha con una agenda destructora de muchos de los logros alcanzados, hay que responder con el voto decidido a favor de distintas opciones europeístas. La Unión no es un proyecto político y económico terminado y dista de ser perfecto. Pero es la manera de acercarnos, paso a paso, a un ideal compartido de civilización al que llamamos Europa.
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