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El elevado precio humano que se cobra una guerra empantanada divide a Ucrania. Zigor Aldama
Entre el hastío y el miedo, la sociedad ucraniana comienza a agrietarse

Entre el hastío y el miedo, la sociedad ucraniana comienza a agrietarse

Las ciudades viven una extraña normalidad, con hombres temerosos del reclutamiento y crecientes críticas al Gobierno, pero sin una alternativa real a la estrategia de Zelenski

Sábado, 9 de diciembre 2023, 20:08

Kiev se ha convertido en una ciudad extraña. Por un lado, parece haber recuperado la normalidad: los bares y las discotecas han reabierto y en su interior se suceden las fiestas de todo tipo, las tiendas operan con normalidad, y el transporte público vuelve a llenarse en hora punta. Por otro lado, el peligro se siente muy cerca: las sirenas antiaéreas continúan aullando cuando Rusia ataca la capital de Ucrania con misiles o drones -el mayor ataque con estos últimos sucedió hace menos de un mes-, las instalaciones eléctricas a menudo se rinden, dificultando que la población se caliente cuando el mercurio cae por debajo del cero, y la población masculina entre 27 y 60 años vive con miedo a que le llegue una notificación de reclutamiento.

Civiles y militares rinden homenaje a los muertos en Kiev. Zigor Aldama
Imagen - Civiles y militares rinden homenaje a los muertos en Kiev.

Es un contraste que a menudo se plasma en una sola imagen. Por ejemplo, en la de quienes disfrutan de una cerveza frente al bosque de banderas azules y amarillas que recuerdan a los caídos en la guerra. O en un chispazo social, cuando un soldado uniformado y con el arma reglamentaria al cinto se sienta a tomar un 'frapuccino' en un café de moda junto a su pareja, vestida con ropa de lujo y luciendo orgullosa sus labios 'vareniki', como en Ucrania se conoce al resultado de una generosa infiltración de botox. Es una operación en auge entre las élites, y revistas de moda como Elle la consideran «un desafiante acto de resiliencia femenina».

En este ambiente enrarecido, en el que el toque de queda aún vacía las noches, la población ucraniana se debate entre el hastío por una guerra empantanada que sigue cobrándose un elevado precio humano y el miedo a que Occidente comparta ese sentimiento y le acabe dando la espalda al país. «El entusiasmo por ofensivas que lograron liberar ciudades como Jersón se ha desvanecido. Ahora es evidente que nuestros soldados no logran avanzar, y temo que la unión social que la invasión rusa provocó se desmorone», comenta Oksana, en referencia a los roces políticos y el descontento social que comienza a cundir entre la ciudadanía. «Además, como los combates ahora se centran en Donbás, muchos sienten que la guerra se ha alejado de ellos y se preguntan si merece la pena continuar peleando», añade.

Es imposible olvidarse de la guerra en Kiev. Zigor Aldama

No es una opinión popular, pero está más extendida de lo que la narrativa patriótica oficial quiere hacer creer. La victoria ya no se da por hecho, y se aprecia en las estadísticas de enrolamientos voluntarios: las largas colas que se vieron al principio de la invasión, hace ya casi dos años, son historia. Ahora, la mayoría de los nuevos reclutas -Ucrania ha movilizado a un millón de personas en total- llegan al ejército a la fuerza.

«Van a hacer carne picada conmigo»

Y muchos temen convertirse en carne de cañón, porque la mayoría no tiene experiencia ni un entrenamiento adecuado. Para que no escapen, el Ejecutivo de Volodímir Zelenski ha reforzado el control de fronteras, y son habituales tanto las detenciones -6.000 solo frente a Rumanía- como el descubrimiento de los cuerpos de quienes mueren en el bosque o ahogados en el río tratando de cruzarlas. Los adinerados se arriesgan menos y sobornan a funcionarios: entre 500 y 10.000 euros, según Reuters, por inventarse alguna minusvalía o enfermedad.

Dima, programador informático de 23 años, no se ha presentado voluntario para empuñar un Kaláshnikov, pero no tratará de dar esquinazo a los temidos reclutadores que entregan notificaciones en mano por la calle. «Si me llaman, iré. De momento, lo que hago es donar dinero a las Fuerzas Armadas», cuenta desde Kiev. Está convencido de que, si esta guerra no la gana Ucrania, lo único que se logrará es retrasar un enfrentamiento inevitable. «Si no detenemos a los rusos, tocará volver a luchar en el futuro. Lo demuestra lo que ha sucedido con Crimea y el Donbás», afirma, recordando que su padre luchó en Afganistán y convencido de que ahora volvería al frente «con total convencimiento».

Un operario de tanque en el Donbás. Zigor Aldama

A sus 51 años, Oleksandr no lo tiene tan claro. Sufre tanto el estrés de que le llamen a filas como las consecuencias del hartazgo que muchos en Europa están desarrollando hacia los ucranianos. Porque es camionero, y sus homólogos polacos le han declarado la guerra, acusando a los transportistas como él de competencia desleal. Las protestas en la frontera, que han forzado a Varsovia a pedir la reinstauración de las restricciones que se imponían a los camioneros ucranianos antes de la guerra, le han obligado a cambiar de ruta y a ir con su pescado por Hungría, sumando cientos de kilómetros al viaje hasta Lituania.

«Siento que si me llaman a filas harán carne picada conmigo. Ya serví en el ejército de la Unión Soviética, pero el entrenamiento que recibimos era muy escaso. Aprendimos a beber y a pelearnos entre nosotros, no a defender al país», recuerda, subrayando que se dedicó a hacer de chófer de oficiales. «Luego les robaba gasolina», añade con guasa. Su opinión sobre la guerra también ha cambiado. «Es un negocio entre Estados Unidos y China, que son los que están luchando ahora por el poder hegemónico. Y a nuestros políticos no les importa lo que sufren los civiles», sentencia.

El famoso músico Taras Topolia durante una sesión de entrenamiento militar. Zigor Aldama

Esa última afirmación es compartida cada vez por más ucranianos. La figura de Zelenski se ha erosionado por la falta de avances. De hecho, la confianza en su gobierno ha pasado del 74% el año pasado al 58% actual. Yulia, profesora de música y madre de tres hijos residentes en el extranjero, no votó a Zelenski, al que considera «un actor perfecto pero un político débil», sin embargo le respeta «por no haber abandonado a los ucranianos tras la invasión» y ahora se ve obligada a apoyarle «porque en la guerra tenemos que estar unidos».

Además, Yulia opina que no es momento de celebrar nuevas elecciones generales, previstas para el 31 de marzo del año que viene, porque «Zelenski es quien debe acabar el trabajo». Y, como muchos otros, considera que eso supone «recuperar los territorios ocupados por Rusia», ya que negociar una salida supondría «la muerte en vano de muchas personas» y dejaría a Ucrania en una posición de vulnerabilidad frente a futuros ataques rusos.

Dima es de la misma opinión. «Apoyo a Zelenski y lo haré hasta el final. Ahora debemos dejar a un lado nuestros problemas domésticos. Ya habrá tiempo para atajarlos», sentencia. Pero Ucrania se está quedando sin hombres para empuñar un arma, y la propia Yulia reconoce que no todo el mundo vale para ello. «No creo que mi marido pueda siquiera cargarla. No se puede forzar a la gente a ir a filas si no están preparadas física y mentalmente. Sin motivación, su cerebro se bloqueará en el frente». Y sin consenso al respecto, las primeras grietas se abren en la sociedad ucraniana.

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