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El exprimer ministro británico, Boris Johnson, ha reconocido en la investigación pública de su gestión de la pandemia que falsas alarmas de mortandad humana pronosticadas para el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), la enfermedad de las vacas locas o la fiebre aftosa, le llevaron ... a desconfiar en los peores pronósticos sobre la Covid-19, cuando llegaron a sus oídos en enero y febrero de 2020.
Más tarde, cuando la evidencia indicaba que ya había transmisión en el Reino Unido, cuestionó a asesores científicos o a su ministro de Hacienda, Rishi Sunak, sobre los efectos que tendrían las medidas que se contemplaban en marzo. Dictó el encierro el 23 de ese mes. ¿Estaba ya convencido?», le preguntó la juez Heather Hallett. «¡No tenía otro instrumento!», respondió.
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Johnson anunció el establecimiento de una investigación pública en diciembre de 2021. Su comparecencia, que continuará este jueves, era la más esperada. Aunque la sesión diaria comienza a las 10.00, hora británica, el exprimer ministro llegó a las 7.00, para evitar incidentes con grupos de familiares de fallecidos, o de indignados con un líder político que provoca sentimientos intensos y contrarios.
La juez tuvo que expulsar de la sala a mujeres que interrumpieron en pie las primeras palabras de Johnson, diciéndole que no creían en su petición de disculpas. El ahora testigo comenzó su testimonio confirmando que por razones técnicas que desconoce se borraron de su teléfono móvil todos los mensajes de WhatsApp en las fechas investigadas. Sunak, actual primer ministro, tampoco tiene ningún mensaje.
La publicación de los textos que intercambiaban Johnson y sus asesores ha revelado odios, desorden, juramentos, obscenidades,… El exprimer ministro señaló a la juez, y al público que seguía la comparecencia en 'streaming', que la publicación de mensajes de WhatsApp es una novedad y que en el Gobierno de Margaret Thatcher también había peleas, propias de la política.
La investigación se divide en varios módulos y Johnson y sus colaboradores forman parte del que se centra en la gestión política de la pandemia. En enero y febrero de 2020, el entonces primer ministro le prestó poca atención. Como cree que es otra falsa alarma, no asiste a reuniones del comité de emergencias, coge vacaciones. Mantiene contactos con Downing Street, pero no se afana.
El Ministerio de Sanidad y Asistencia Social le dice que están bien preparados, los científicos le aconsejan que descarte una reacción rápida y fuerte, porque gastará la paciencia de la población y habrá un rebrote más fuerte del virus. Le dicen que el cierre de fronteras tendría un efecto minúsculo. Johnson, en un mensaje que no era público, mantiene que lo normal es que se mueran solo los viejos.
El 28 de febrero le llega un informe preocupante. La pandemia avanza imparable. No existe un plan. El sistema de test y localización es mínimo. No hay datos sobre la situación en el Reino Unido. No hay suficientes camas ni equipamiento para tratar a los enfermos y proteger al personal sanitario. El diálogo con el abogado que le interroga es ordenado y razonable. Es notable el número de preguntas sobre asuntos que Johnson no recuerda.
La sesión del miércoles se cerró con la decisión del primer encierro, el 23 de marzo, con la advertencia de Johnson de que el sistema de autonomías no funciona bien, porque hubo filtraciones y anuncios diferentes. El abogado interrogador le descubre una mentira, porque el líder afirma una cosa y la contraria. Cuando se va, la gente congregada en el exterior le abuchea.
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