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La comunidad internacional duda sobre la fiabilidad de las conversaciones entre Washington y Moscú para alcanzar un alto el fuego absoluto y duradero en Ucrania. ... La insistencia con que la UE y los aliados de la OTAN reunidos en Bruselas -entre ellos, Alemania, España, Francia, el Reino Unido o Polonia- exigieron este jueves y viernes pasados al secretario de Estado, Marco Rubio, que la Casa Blanca ponga fecha al Kremlin para pronunciarse sobre la paz no es casual.
Las negociaciones discurren entre evasivas y falta de información mientras las dos treguas parciales de buena voluntad que Estados Unidos pactó con ambos bandos -infraestructuras energéticas y navegación en el mar Negro- no funcionan. En medios occidentales existe además una creciente sensación de que el bregado equipo negociador ruso, con el veterano ministro de Exteriores Serguéi Lavrov al frente y escoltado por un halcón de la economía y la geopolítica como Kirill Dmítriev, director del Fondo Nacional de Inversiones, tiene un control de los tiempos del que Donald Trump carece.
Ucrania sostiene que Moscú solo busca dilatar el proceso para continuar obteniendo ganancias militares y consolidar su papel como la parte victoriosa, fuerte, en una posterior negociación. Un buen número de países de la OTAN comparte esa idea, y la de que Putin quiere aprovechar el diálogo para salir en paralelo del ostracismo internacional.
Informes de Inteligencia aseguran que las tropas rusas han multiplicado su presión mientras no hay rastro en el Kremlin y su Estado Mayor de que prevea detener -ni siquiera ralentizar- su maquinaria bélica en un horizonte próximo. Al revés, un inquietante análisis internacional desvelado por 'The Kyiv Post' avalaría que prepara una ofensiva global para esta primavera en más de mil kilómetros de frente.
Desde que las delegaciones estadounidense y rusa se sentaron en Riad el 18 de febrero, la artillería y la aviación invasoras han arrojado un 60% más de bombas que en los meses precedentes. Mientras el viernes los máximos responsables del Estado Mayor de Francia y el Reino Unido se reunían con altos mandos ucranianos para estudiar la operativa de una misión de paz internacional en caso de que se firme un alto el fuego, en la región de Dnipropetrovsk una lluvia de misiles y drones sobre barrios residenciales y parques infantiles mató a 18 personas -entre ellas 9 niños- y dejó heridos a 61 vecinos de Krivói Rog. Esta pasada madrugada, Moscú ha vuelto a castigar el país vecino con 110 aeronaves no tripuladas repletas de explosivos.
El Gobierno de Volodímir Zelenski se apoderó en agosto de la región rusa de Kursk para usarla como moneda de cambio en una negociación política y desviar allí algunas de las fuerzas enemigas que le asediaban en el frente del Donbás. En marzo perdió este territorio tras un vertiginoso asalto ruso, cuyas grabaciones mostraban a los drones del Kremlin reventando los blindados ucranianos en plena huida.
Kiev teme ahora que se materialicen los temores de los que alertaron ya en su día varios generales: en su repliegue las maltrechas tropas están arrastrando detrás de sí a 60.000 militares rusos que habían sido desplegados en Kursk. Como si fuera líquido en un embudo, este contingente golpea una línea de 320 kilómetros entre Sumy, Járkov y Kupiansk con la pretensión de fracturar el frente y precipitarse hacia el interior de Ucrania por el noreste.
A 30 kilómetros de la frontera, Sumy se ha convertido en el centro del éxodo de miles de civiles que huyen de los pueblos y aldeas. 'The Washington Post' ha constatado cómo los desplazados buscan desesperadamente viviendas o camas libres en la atestada ciudad mientras divisan las columnas de humo de los bombardeos. Para muchos analistas, se trata del preludio del gran ataque multifrontal que Rusia quiere lanzar a lo largo de la primera línea completa en cuanto el barro invernal se seque y los caminos y campos resulten de nuevo practicables a sus brigadas motorizadas.
Según expertos occidentales, las unidades se han movilizado para apoderarse de promontorios y pequeñas poblaciones para instalar posiciones de dominio al tiempo que han multiplicado las misiones de reconocimiento sobre las defensas y la artillería ucranianas. Zelenski ha anunciado que su ejército aguarda ofensivas de calado inminentes en Sumy, Jarkov y Zaporiyia. De darse el caso de una gran campaña rusa, los analistas estiman que durará entre seis y nueve meses. El Kremlin ya ha dicho que cree difícil conseguir la paz antes de 2026.
El presidente estadounidense, Donald Trump, admitió hace una semana que se sentía «decepcionado» y «enojado» con Putin. Confiaba en lograr un alto el fuego en Ucrania con la misma velocidad que en Gaza, aunque también en la Franja el espejo se ha roto e Israel ha reanudado la ocupación de modo virulento. Medio centenar de senadores republicanos y demócratas reaccionaron y acordaron el martes un paquete de sanciones sobre el petróleo, el gas y los minerales rusos con vistas a presentarlo en el Congreso si Putin evitaba comprometerse. Sigue en 'stand by'.
En la Casa Blanca se comenta que el Kremlin ha acusado la amenaza y que por eso el miércoles envió a Kirill Dmítriev a Washington con la misión de engrasar la relación bilateral. El amigo personal de Putin salió del encuentro, que rompe tres años de aislamiento con funcionarios rusos, asegurando que había «buena sintonía», pero también «obstáculos» en el camino. En suma, el mantra de Moscú desde hace tres semanas. De una entrevista Trump-Putin, ni asomo de fecha.
En Washington ya no todo son aleluyas. Aunque nadie conoce en realidad cuál es la estrategia de Trump, los analistas comienzan a señalar que ha hecho demasiadas concesiones a Putin sin que un solo fusil ruso haya dejado de disparar: la promesa de cesiones territoriales a Moscú, el veto a que la OTAN se instale en Ucrania o, mismamente, la reanudación de relaciones diplomáticas que rompe el aislamiento internacional -y europeo en particular- a la superpotencia en castigo por su invasión. Una encuesta reciente subraya que el 75% de los ucranianos no confía en que Trump consiga un acuerdo justo y diferentes entrevistas con mandos y soldados en el frente apuntan a que la tropa ni siquiera cree en una tregua.
La Casa Blanca ha tenido que levantar esta semana sus propias sanciones a Moscú para recibir al enviado de Putin. Kirill Dmítriev se reunió con Marco Rubio y con el enviado especial de Trump, Steve Witkoff. Se congratuló por los avances en el proceso de paz -no especificó cuáles-, aunque el director del Fondo de Inversión pareció más interesado en destacar la necesidad de desarrollar la relación bilateral -que ha mejorado respecto a la etapa de Joe Biden, precisó-, la reanudación de los vuelos entre Rusia y EE UU o la oferta a las empresas estadounidenses para que «ocupen el lugar» dejado por las compañías europeas en suelo ruso al marcharse forzadas o en señal de protesta por la guerra.
Trump se ha justificado con dos argumentos. Uno: como líder de una superpotencia con muchos intereses en su mano, a Putin hay que saber tratarle. Dos: la guerra es especialmente encarnizada y complicada de desactivar. Basta un ejemplo: Moscú ha atacado en más de 90.000 ocasiones a su país vecino solo este año mientras Kiev ha dirigido 77.000 operaciones con drones contra los rusos.
Aun así, la Casa Blanca no se libra de la sospecha de haber proporcionado un balón de oxígeno a Putin, que necesita evitar una humillación con Ucrania y remontar la fatiga económica de tres años de guerra. Los mediadores de Washington parecen adolecer de una gran falta de preparación para un diálogo que no exige cowboys sino expertos en geopolítica y en la realidad ruso-ucraniana. Enfrente tienen a Lavrov -un político duro, irónico y talentoso que se inició como diplomático en la URSS en 1972- y a un experimentado líder inversor global como Dmítriev, pero también a dos pesos pesados como el asesor presidencial, Yuri Ushakov, y el exjefe del servicio secreto Sergey Beseda.
El presidente de EE UU, en cambio, ha designado a un equipo de afines con Steve Witkoff a la cabeza. Íntimo amigo suyo, empresario inmobiliario y sin conocimientos de diplomacia, Witkoff se ganó la desconfianza mundial cuando en una entrevista dijo que Putin le pareció sincero, no es «un mal tipo», dijo, y le alabó por haber rezado por Trump tras el atentado sufrido en la campaña electoral.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, criticó este sábado duramente a Estados Unidos tras la condena de su embajada en Kiev al «horrible» ataque con misiles ocurrido sobre la localidad de Krivói Rog, pero sin mencionar la autoría rusa. En este bombardeo, ocurrido el viernes y calificado por las autoridades como una «nueva masacre de civiles», murieron 18 personas y 61 resultaron heridas. Nueve de los fallecidos eran niños. Se han decretado tres días de luto.
Zelenski agradeció la «claridad» con la que se expresaron los aliados europeos sobre este ataque, en contraste con la «débil» reacción de EE UU, donde hay políticos y diplomáticos que «tienen miedo de pronunciar la palabra 'ruso' al hablar del misil que asesinó a niños».
Los ucranianos se preguntan cómo piensa afrontar Washington los crímenes de guerra provocados por Moscú y si serán «olvidados» de la misma manera que la Casa Blanca ha dejado de investigar el traslado forzado de niños ucranianos a Rusia y retirado la financiación al grupo que persigue estos secuestros.
Estados Unidos ha anunciado a sus socios europeos su voluntad de darse de baja en el equipo internacional que indaga las acusaciones contra altos cargos políticos y militares que participaron en la orden de invadir Ucrania o han infringido los derechos humanos. Esta última semana se han publicado varias denuncias contra soldados rusos grabados por drones mientras ejecutaban a prisioneros.
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