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Rescatistas observan los destrozos causados por un bombardeo ruso en Jersón. Reuters
«Echar al enemigo de nuestra tierra es el sentimiento más cálido»

«Echar al enemigo de nuestra tierra es el sentimiento más cálido»

A punto de cumplirse una semana de la rotura de la presa de Kajovka, Jersón suma la inundación a la pesadilla diaria de estar en primera línea del frente sur

Mikel Ayestaran

Enviado especial. Jersón

Domingo, 11 de junio 2023, 22:07

El cielo ruge en Jersón. Un cielo gris en el que se mezclan la artillería con la lluvia que castiga aún más a los barrios inundados de la ciudad, los más próximos al río Dniéper y sus afluentes. A punto de cumplirse la primera semana desde la rotura de la vecina presa de Kajovka, a unos 55 kilómetros de distancia río arriba, este es el epicentro de la inundación en la zona bajo control ucraniano. Si la guerra no es poca desgracia, Jersón le suma el desastre causado por el agua que ha convertido calles enteras en un mar de color marrón.

En mitad de las malas noticias, este frente sur recibió un anuncio de esperanza. Veinticuatro horas después de que el presidente, Volodímir Zelenski, anunciara de manera oficial el inicio de la contraofensiva de primavera, sus tropas liberaron la primera localidad. La bandera azul y amarilla vuelve a ondear en la pequeña Blahodatne, en el límite entre Zaporiyia y Donetsk, primer pueblo reconquistado de manos rusas. «Estamos echando al enemigo de nuestra tierra, es el sentimiento más cálido que se puede tener. Ucrania vencerá», son las palabras de boca de un soldado en un vídeo del momento de la conquista difundido en Facebook.

Según Valeriy Shershen, portavoz del llamado Frente Tavria que formó parte en la operación, los ucranianos capturaron a dos soldados rusos y a combatientes separatistas. La toma de Blahodatnees un primer paso de Kiev en su estrategia de romper la conexión terrestre entre Rusia y la península de Crimea, anexionada en 2014.

Horas después, las tropas ucranianas anunciaron la reconquista de un segundo pueblo. «Neskuchne de la región de Donetsk vuelve a estar bajo bandera ucraniana», declaró el servicio estatal de guardia fronteriza. Para dar pruebas del avance alcanzado, los efectivos mostraron un vídeo en el que se ve a las tropas de Kiev corear «¡gloria a Ucrania!» y «¡muerte a los enemigos!».

Un residente local camina por el patio inundado de su casa en Afanasivka. AFP

«El agua está bajando, pero ha empezado a llover mucho y esto dificulta nuestro trabajo», confiesa Oleksandr Yashkin, uno de los responsables de unos equipos de rescate que volvieron a estar en el punto de mira del enemigo. Una de las embarcaciones que evacuaba a personas de la orilla izquierda del río Dniéper fue atacada este domingo por las fuerzas rusas. Como resultado del bombardeo, «tres murieron y otros diez resultaron heridos, entre ellos dos agentes de las fuerzas orden», denunció en Telegram Oleksandre Prokudin, gobernador de Jersón.

Contaminación

El nivel del agua se sitúa ahora en cuatro metros de altura media y todos se preparan para el día en el que baje a niveles normales. «Sólo entonces comprobaremos la amenaza a nivel de salubridad. De momento cada día recogemos pruebas y analizamos los niveles de contaminación», explica Yashkin. El acceso de la prensa a las zonas más afectadas se cerró después de las primeras 48 horas «por motivos de seguridad», informa.

Los soldados blindan los accesos a las zonas anegadas. La antigua línea de defensa ha desaparecido con la crecida, lo mismo que ocurre en la otra orilla del Dniéper, bajo control enemigo. Se percibe la tensión entre los uniformados ante el nuevo mapa que deja la inundación. En palabras de la ministra de Defensa, Hanna Maliar, los rusos volaron la presa «con el único objetivo de prevenir nuestra ofensiva». No lo han conseguido, pero lo que sí ha logrado el agua es cambiar la orografía del frente.

Antes de la ocupación, Jersón tenía 280.000 habitantes, «ahora nos quedamos quienes no tenemos a dónde ir, los mayores que cobramos pensiones de 3.500 grivnas (88 euros al cambio) con las que no nos llega ni para pagar las medicinas», confiesa Lidia Niamenko, quien ha reconvertido su casa en centro de acogida para los vecinos que han perdido las casas bajo el agua. Comen latas y beben agua embotellada gracias a la ayuda que les entregan grupos de voluntarios. «¿Qué será de nosotros? Necesitamos camiones para retirar los muebles y todo lo que ha dañado el agua y gente con fuerza para hacer el trabajo, somos viejos. ¿Qué será de nosotros?», se pregunta una y otra vez en su pequeña cocina esta mujer, de 75 años, antigua profesora de primaria.

«La gente se resiste a dejar su casa, su barrio y esto es un problema porque muchos de estos lugares ya no reúnen condiciones mínimas por el agua, la humedad y la falta de servicios, pero no hay manera, se aferran a lo poco que les queda», apunta Ludmila Petrova, voluntaria del grupo Teplotehnica que acude hasta casa de Ludmila con bolsas de ropa usada y bidones de agua.

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La liberación de Jersón en noviembre es el mayor logro hasta el momento del ejército de Ucrania, pero la alegría para los civiles apenas duró unos días. Las fuerzas rusas se retiraron al otro lado del río, no combatieron por la defensa del centro de la ciudad, pero desde entonces atacan cada día. La artillería era la gran pesadilla de los ciudadanos hasta que hace una semana reventó la presa y a las pocas horas vieron cómo el río devoró distritos enteros. Ahora sus ojos miran al Dniéper, pero sus oídos siguen pendientes del cielo.

«Atacan cada día y no les han importado las inundaciones. El mismo jueves alcanzaron un edificio alto en este barrio y hubo varios muertos y heridos», recuerda Igor Martenov, militar a quien la inundación ha sorprendido de permiso. Abrazado a su esposa, Natalia, miran desde la distancia un tejado de uralita gris, la única parte visible de su casa en el distrito de Shuminskiy, a orillas del Vetiovchino, pequeño afluente del Dniéper convertido en una colosal corriente de agua.

Las lanchas de los equipos de rescate vuelan en zigzag para evitar las copas de los árboles en mitad del estruendo de las explosiones, que en esta parte de la ciudad retumban de manera especial. Con la llegada de la contraofensiva, la guerra acelera su ritmo de forma paralela a este castigo colectivo en forma de anegamiento que castiga a toda la cuenca del Dniéper y ríos vecinos.

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