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Antes de alcanzar la alcaldía de su ciudad dijo: «Quien gane en Estambul ganará en Turquía». Acertó. Recep Tayyip Erdogan estuvo al frente de esta ... gran urbe entre 1994 y 1998. Y luego cumplió su previsión: fue primer ministro del país a partir de 2003 y es el presidente desde 2014. Durante este prolongado periodo en el poder, ha desmantelado en buena medida el Estado de derecho y ha debilitado el sistema de control que pone límites a los gobernantes.
Pero en esta deriva autocrática, Erdogan teme que aquel viejo lema electoral de 1994 vuelva a cumplirse: «Quien gane en Estambul...». Y la Justicia turca ha encarcelado al que hasta hace poco más de dos semanas era alcalde de esta ciudad, el socialdemócrata y opositor Ekrem Imamoglu, justo un día antes de su designación como candidato del Partido Republicano del Pueblo (CHP) para las elecciones presidenciales de 2028. Iba a ser el gran rival de Erdogan y ahora está encerrado y acusado de corrupción y de colaboración con grupos terroristas. La joven población turca, que sólo ha vivido con Erdogan en el poder y que está harta de perder poco a poco su libertad, ha llenado las calles con las manifestaciones más masivas en una década en protesta por el arresto del único político que parecía capaz de 'derrocar' al sultán. Este sábado se celebró otra, y no será la última.
Según la Constitución, el presidente ya no podrá ser candidato en esos futuros comicios. «No me presentaré», se comprometió en marzo de 2024. La oposición no se fía. Podría hacerlo si adelanta la cita con las urnas. Le ven capaz de agarrarse a ese truco y, por eso, las protestas se suceden cada semana.
Erdogan ha aprovechado que la situación geopolítica sopla a su favor. En Estados Unidos manda Donald Trump, que también quiere moldear los tribunales y las instituciones en función de sus intereses. Turquía, miembro de la OTAN y con un ejército poderoso, se ha convertido en un actor principal de la Alianza y en un socio de la Unión Europea en la guerra que mantienen Rusia y Ucrania. De ahí que ni Washington ni Bruselas hayan levantado la voz contra el sesgo cada vez más totalitario del actual Ejecutivo de Ankara.
Estambul es la obsesión de Erdogan. Su partido, el islamista y nacionalista AKP, perdió las elecciones municipales de 2019 en esa urbe de casi 17 millones de habitantes tras 25 años al mando de la alcaldía. Su candidato fue batido por Imamoglu por apenas 14.000 votos. El presidente, insatisfecho con ese resultado, maniobró para repetir los comicios y en ese segundo paso por las urnas el político socialdemócrata venció con 800.000 papeletas de ventaja. Esa fue la reacción de la ciudadanía ante los intentos de control del Gobierno. La gente no era tan apática como se creía ni estaba tan domesticada por unos medios de comunicación al dictado del Ejecutivo. En las últimas elecciones locales en Estambul, en 2024, Imamoglu ganó con un millón de sufragios de diferencia. Ese resultado confirmó que era una amenaza creciente para el futuro de la presidencia de Erdogan, que acaba de cumplir 71 años.
Desde su creación en 1923, la República de Turquía nunca ha sido una democracia plena. La detención de líderes políticos, como el primer ministro Adnan Menderes en 1960, no es una novedad. Erdogan jamás ha cosechado un respaldo abrumador. Su tope es el 52% de los electores. Medio país no le vota. Además, su figura ha polarizado a la ciudadanía. Afavor o en contra. Leales o traidores. La inflación y la crisis económica no reman ahora a favor del presidente que logró incluir a Turquía entre los veinte países más ricos del mundo.
A tres años de las próximas elecciones, los analistas creen que el mandatario confía en que todo este revuelo se diluya y olvide. Sin embargo, la represión de las fuerzas del orden, con 300 ó 400 detenciones en los primeros días, ha elevado la tensión. Las cadenas de televisión tienen prohibido emitir imágenes de las manifestaciones y varios periodistas que las cubrían han sido arrestados. En la actualidad hay más de 400.000 reclusos, una cifra récord.
Para encontrar unos altercados de tal intensidad hay que rebobinar hasta 2013. Erdogan respondió entonces con porras y gases lacrimógenos a los manifestantes que protestaban por la tala de árboles en el parque Gezi de Estambul para edificar casas. Aquel incidente fue la mecha de una oleada de indignación popular. También supuso el banderazo oficial para este proceso de regresión democrática. Tres años después, el ya presidente se enfrentó a un intento de golpe de Estado. Lo sofocó con puño de hierro y, como reacción, impulsó una reforma constitucional que reforzó sus competencias. Hubo purgas en las instituciones públicas, arrestos de intelectuales y periodistas afines a la oposición... Tras esos escalones, ha llegado el gran salto: la detención de Imamoglu, un candidato con pegada para apartarle del poder. El ya exalcalde de Estambul permanece retenido, al igual que su abogado y decenas de colaboradores, y niega todas las acusaciones.
Así funciona Erdogan, que se siente un elegido. El diario 'Le Monde' recuerda una de sus frases: «Gracias a Dios que nací para liderar a este pueblo». Su misión íntima es ocupar un lugar de honor en la historia del país. Si Mustafa Kemal Atatürk fue el fundador de la República, él aspira a refundarla y a elevarla a un nivel mundial que jamás ha tenido. Imamoglu es, o quizá era, un peligro en ese camino hacia la eternidad. También Erdogan pasó por la cárcel. Permaneció bajo arresto cuatro meses en 1998, cuando era alcalde de Estambul, por leer en público un poema islamista: 'Nuestras bayonetas son nuestros minaretes'. Aquel incidente le convirtió a la vez en mártir y héroe. Y, como efecto colateral, catapultó su carrera política.
Imamoglu, también al frente de la gran ciudad turca y ahora preso, parece pisar su huella. Erdogan pretende tapiarle el camino, aunque la ciudadanía ha roto la barrera del miedo y le está plantado cara con una fuerza que el presidente no preveía.
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