La reciente muerte del líder de la empresa militar rusa Grupo Wagner, Yevgeni Prigozhin, en supuesto sabotaje o atentado en el avión en el que viajaba con la cúpula de la citada empresa, ha generado numerosos artículos de prensa en los que se recalca la ... larga mano de Vladímir Putin en la desaparición de adversarios y disidentes a lo largo de los 23 años de su presidencia. Recordemos a Vladímir Golovliov, Valentín Tsvetkov, Yuri Shchekochijin, Serguei Yuchenkov, Zelimján Yandarbiyev, Paul Klébnikov, Alexander Litvinenko, Anna Politkovskaya, Anastasia Baburova y Stanislav Markelov, Natalya Estemirova, Boris Berezovsky, Boris Nemtsov y ahora Prigozhin.
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Todo apunta a que ha sido así, pero la prudencia nos exige señalarlo entre interrogantes hasta que todo se esclarezca, si es que ello es posible en un mundo dominado por la excesiva información y la mentira interesada. Que el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, afirme que no puede imaginarse que Putin haya actuado de esta manera porque sería muy poco profesional, no ejerce un contrapeso suficiente a una balanza en la que la estela de cadáveres que ha dejado el presidente ruso a lo largo de su mandato es una realidad incontestable.
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Óscar Beltrán de Otálora
El futuro de los mercenarios del Grupo Wagner, seguros en Bielorrusia según Lukashenko, pende de un hilo en un momento en el que Putin les exige que juren lealtad a Rusia; en el que el foco de la guerra se ha trasladado del nudo ferroviario de Kupiansk a las localidades de Nueva Gorivka y Limán, unos 20 kilómetros al noreste de Kupiansk; en el que Rusia ha concluido el registro de candidatos para las elecciones de las regiones anexionadas de Donetsk, Jersón, Lugansk y Zaporiyia y, en el que Putin ha manifestado que no acudirá a la Cumbre del G20 en Nueva Delhi el próximo mes de septiembre.
Lo cierto es que estamos ante un contexto internacional muy preocupante, no sólo en Europa, cuya situación particular se ha agravado con la guerra en Ucrania. La tensión puede degenerar en cualquier momento en una escalada que lleve a un enfrentamiento directo entre las grandes potencias. Realmente la guerra ya existe, aunque no se haya llevado al plano militar convencional y, mucho menos, al nuclear. La única forma de evitar la destrucción mutua pasa por encontrar un equilibrio entre las tres grandes potencias mundiales (EE UU, China y Rusia), lo que suena más a utopía que a otra cosa puesto que EE UU no va a ceder su liderazgo como si nada y viviremos más períodos de tensión y nuevos conflictos armados en diferentes partes del mundo. No debemos olvidar, como parece que ocurre en muchas ocasiones, que el régimen autoritario chino y la Rusia autocrática de Putin pugnan por demostrar a Occidente que sus sistemas políticos son mucho más eficaces y vigorosos que los de las democracias liberales. Presionan a unos EE UU, divididos internamente por el antiguo presidente Donald Trump y su iliberalismo destructor, y a una UE débil, desorientada, dividida, de reacción lenta y con muchos complejos, a pesar de la imagen que intentan transmitirnos de ella.
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