El perenne régimen bielorruso

​Después de la disputada votación de 2020 que le dio su sexto mandato y que ocasionó protestas masivas sin precedentes en el país eslavo, nada podía quedar al azar. Miles de manifestantes, decenas de miles de detenidos, represión violenta y cierre e ilegalización de muchos medios de comunicación independientes y organizaciones no gubernamentales, fueron la consecuencia de aquellos comicios. Protestas espontáneas que hicieron propias marionetas como Svetlana Tijanóvskaya, María Kolésnikova y Veronika Tsepkalo, que se arrogaron el protagonismo de una oposición que no dirige nada y que sólo existe porque desde el exterior del país así se quiere para presionar al régimen. La resistencia la integran los casi 1.500 presos políticos encarcelados y el prestigioso activista de derechos humanos Ales Bialiatski (Premio Nobel de la Paz en 2022). Lo demás es mero artificio.

Que la Comisión Electoral manifestase que el 73% de los 6,9 millones de posibles votantes había participado para cubrir los 110 escaños del Parlamento nacional y 12.514 puestos en consejos locales, sorprende poco tras la Ley sobre Enmiendas al Código Electoral de 16 de febrero de 2023 que conllevó, entre otras cosas, que sólo quedasen autorizados cuatro partidos políticos del espectro electoral (Belaya Rus, Partido Comunista, Partido Democrático Progresista y Partido de Trabajo y Justicia), todos afines a Lukashenko. Ahora, y tras los comicios, se configurará un nuevo organismo, la Asamblea Popular de Toda Bielorrusia, y el líder bielorruso seguirá feliz.