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La imagen de la 'bomba H' impresa en la conciencia del mundo tiene muy poco que ver con la guerra nuclear moderna. Si se buscan coincidencias, las dos principales consisten en el recurso a la energía atómica para matar y que, fueran las antiguas o ... las actuales, todas las armas de esa naturaleza son enormes asesinas de masas. El arsenal 'táctico' que Vladímir Putin ha anunciado que desplegará en la vecina Bielorrusia es la versión quirúrgica del arsenal 'estratégico' que poseen las superpotencias, las ojivas de destrucción masiva almacenadas con el fin de disuadirse mutuamente de apretar el botón rojo. A su vez se trata de una versión mucho más depurada y letal de la vieja 'Little Boy' que mató a 145.000 inocentes en Hiroshima en 1945.
Las armas nucleares tácticas contienen el refinamiento de lo minimal. De un kilotón hasta cincuenta, pueden eliminar un batallón de soldados, una columna de tanques o una ciudad completa pero en un espacio limitado. Las estratégicas, en cambio, son capaces de desatar el Armagedón y su nombre responde precisamente a su papel como factor de equilibrio: tú me bombardeas, yo te respondo y la devastación mutua, absoluta y global está asegurada. Son lo más parecido a Hiroshima y Nagasaki.
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Cuando el presidente ruso argumenta que el despliegue previsto en Bielorrusia es la réplica al previsto envío a Ucrania de misiles equipados con uranio empobrecido, no lo hace como una simple rabieta. Los proyectiles 'tácticos' pueden alojar una carga explosiva convencional u otra atómica, lo que facilita caminar por los márgenes del Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares y que individuos como Putin intenten equiparar las dos municiones ante la opinión pública, aun cuando son imposibles de situar al mismo nivel. Visto de otra manera, es como decir: te amenazo con un misil hipersónico porque tú tienes un lanzagranadas M-79.
Rusia dispone del mayor número de armas tácticas nucleares del planeta, unas 1.960, y espera duplicar ese volumen para el año 2030. Su portador estrella es el Iskander-M, utilizado trágicamente en la invasión de Ucrania pero con explosivos convencionales. Por su parte, Estados Unidos apenas cuenta con 200. Los dos países tienen estrategias diferentes. El Pentágono prefiere desarrollar su gama de proyectiles de precisión convencionales de alta gama, que se acercan a la capacidad de destrucción de un misil atómico de baja intensidad. El resto del arsenal táctico mundial está en manos de China, Pakistán, India, Israel y Corea del Norte.
Es el invento emblemático que sitúa a Rusia como la potencia más adelantada en misiles hipersónicos. Se calcula que el Kremlin dispone de 935 armas nucleares tácticas solo en la Armada. El Tsirkon está llamado a convertirse en su eje. Sus autopropulsores permiten dispararlo desde un barco o submarinos como el 'Severodvinsk', la plataforma idónea. El proyectil vuela a 11.000 kilómetros por hora, unas nueve veces la velocidad del sonido, y acierta un objetivo a mil kilómetros de distancia. La ojiva pesa 400 kilos.
Existen más de una docena de variantes de esta familia de misiles convencionales/nucleares que fueron diseñados en 1983 para la Armada. De carácter subsonico, disponen de un sistema de guía para evadir los intentos de interceptación y su recorrido máximo son 2.600 kilómetros. La Marina los tiene como un básico: se adaptan a cinco clases de submarinos además de dos navíos de superficie comunes: corbetas y fragatas. Los ucranianos, desgraciadamente, los conocen bien. Los buques de guerra rusos los disparan constantemente desde el mar Negro.
La antigua URSS diseñó esta pieza de destrucción en 1976 y luego ha evolucionado como la respuesta oriental a los Tomahawk estadounidenses. Puede incoporporar una carga nuclear de 200 kilotones (la de Hiroshima era de 16) y su radio de acción es de 2.400 kilómetros. Consta de dos versiones según la plataforma de lanzamiento sea terrestre o submarina. Curiosamente, la primera está prohibida por el Tratado Start II, que obliga a convertirlos en proyectiles convencionales. Unos 180 están operativos a bordo de sumergibles.
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Vladímir Putin alardea de este misil relativamente nuevo en el arsenal ruso. Él mismo lo presentó en 2017 como parte del nuevo armamento táctico de Rusia. La Armada lo comparte con la Fuerza Aérea rusa. El uso de motores de propulsión autónomos permite lanzarlos desde barcos y aviones. Moscú los equipa en los grandes bombardeos Tupolev-22M3 y los cazas interceptores MIG-31K. También son parte de la munición que el Kremlin ha anunciado que enviará a Bielorrusia. Pueden recorrer hasta 3.000 kilómetros a 14.700 kilómetros por hora, una velocidad que convierte en inútil cualquier maniobra para detenerlo. Por eso recibe el apodo de 'Daga'. El Kremlin lo empezó a usar en Ucrania en marzo de 2022, pero con munición estándar para acabar con un polvorín en Ivano-Frankivsk.
Se trata de un sistema antimisiles balístico estrenado en 1995. Es el equivalente ruso al Safeguard, el programa de defensa antiaéreo que el Gobierno de Richard Nixon patrocinó en 1969 como contrapunto a un ataque soviético o chino durante los delirantes años de la Guerra Fría. Seis años después quedó interrumpido. El A-135 está desplegado alrededor de Moscú a modo de escudo para proteger la capital y el Kremlin de cualquier agresión con cohetes.
Se le conoce como el francotirador de los misiles nucleares tácticos. Tiene un alcance de 500 kilómetros, una precisión envidiable (el Ministerio de Defensa afirma que puede acertar a una ventana sin problemas) y la capacidad de transporte de una carga explosiva de 700 kilos, bien atómica o convencional. En Ucrania son responsables de una devastación sin límites, ya que pueden incluir ojivas de racimo, anti-bunker y termobáricas. Moscú los comenzó a disparar en la exrepública en junio de 2022 desde bombarderos TU-22M3 con base en Bielorrusia.
Ni estratégica ni táctica. La denominada bomba del Zar es posiblemente el arma más destructiva fabricada por la industria militar. Se basa en la fusión de hidrógeno y aterrorizó al mundo el 30 de octubre de 1961 cuando Rusia la detonó sobre un pequeño archipiélago deshabitado en el mar de Barents. La onda expansiva alcanzó cien kilómetros de diámetro y el hongo se elevó a 64 kilómetros de altura. El brillo pudo percibirse a mil kilómetros y la onda de choque dio tres veces la vuelta al mundo. El aliento del dragón que guarda los infiernos.
La potencia destructiva, de 50 megatones, superó 3.800 veces a la de Hirosima y multiplicó por cinco los efectos de 'Ivy Mike', la prueba termonuclear más importante llevada a cabo por Estados Unidos, que tuvo lugar el 1 de noviembre de 1952 en lo que hoy es una isla del archipiélago Marshall. El Kremlin tenía la intención de construir otro artefacto con uranio y el doble de potencia, pero desistió de la iniciativa. Hubiera contaminado durante siglos un inmenso pedazo del mapa.
Eran otros tiempos. La colisión entre las dos superpotencias y la investigación atómica desencadenaron muestras de poder como éstas, disfuncionales, imposibles de manejar, pero muy efectivas a nivel propagandístico de cara a la Guerra Fría, o como ensayos científicos para conocer hasta dónde llegan los límites del Armagedón. EE UU todavía fabricaría otra bomba, la B41, de 25 megatones, y llevaría a la práctica la explosión de 'El Camarón', un artefacto de 15 megatones en el atolón de Bikini que barrió sorpresivamente varias poblaciones causando un número indeterminado de enfermos por quemaduras y radiación.
El Kremlin utiliza el posible envío al Ejército de Ucrania de armas británicas equipadas con uranio empobrecido lo que aumenta su poder perforante, como justificación de su plan de extender el arsenal nuclear a Bielorrusia. En realidad, Putin se vale de un problema de interpretación, con el que intenta colocar a la misma altura a los dos tipos de munición.
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El armamento prometido por Londres incorpora uranio-238, de un perfil radiactivo tan exiguo que lo convierte en un metal pesado. La cuestión es que resulta altamente contaminante. Cuando la ojiva explota, el material se pulveriza y existe el riesgo de que afecte a tierras, ríos y se infiltre en el cuerpo humano en forma de contaminación por metales. Las normas internacionales no lo consideran un arma nuclear, pero sus consecuencias tóxicas llevan a que su utilización sea condenada por distintos organismos internacionales y que la ONU haya advertido sobre sus posibles efectos radiactivos a largo plazo.
Los científicos comenzaron en 1940 a percatarse de las posibilidades del uranio empobrecido como material bélico de primer orden para perforar blindajes, dada su extraordinaria dureza. Algunos modelos de tanques cuentan con planchas de este material en su armadura para proteger a sus ocupantes. Estados Unidos y los aliados lo utilizaron como munición en las guerras del Golfo e Irak, en 2001 y 2003, respectivamente. Nunca ha habido estudios detallados y a largo plazo sobre sus efectos, pero algunos expertos atribuyen al uranio empobrecido los tumores sufridos por numerosos combatientes americanos en el Golfo.
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