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Durante el mes de julio de 1941, los ciudadanos de Pirna, una ciudad alemana cercana a la frontera checa, notaron un olor extraño. Pronto se supo que aquel humo de verano venía de la chimenea del castillo de Sonnenstein. Sus paredes ocultaban una cámara de ... gas y el crematorio donde mataban y calcinaban a pacientes con alguna discapacidad y a prisioneros de campos de concentración. Era parte del programa nazi 'Acción T4', destinado, literalmente, a «eliminar la vida indigna de ser vivida». Lo que llamaban «existencias de peso muerto». Desde 1940 a 1942, cuando de cerró aquel matadero, fueron ejecutadas 15.000 personas. Las cenizas acabaron en los bosques de Pirna, donde desde las elecciones municipales del pasado domingo manda la ultraderecha. El país se estremece con este guiño trágico al pasado.
El partido Alternativa para Alemania (AfD) se ha hecho por primera vez con el poder en una ciudad de tamaño medio. Pirna tiene 40.000 habitantes. Y tiene algo más: una memoria nazi. Albergó el centro de exterminio donde se formaron algunos de los mandos y trabajadores de campos de concentración durante la II Guerra Mundial. Aupado en esta ola creciente de la ultraderecha europea, el líder de AfD en Pirna, Tim Lochner, ha lanzado mensajes como este en su asalto a la alcaldía: «Si en determinados distritos tenemos una proporción de extranjeros del 38% en escuelas primarias y guarderías, para mí eso ya es un intercambio de población autóctona». Obtuvo el 38,5% de los votos, siete puntos más que los socialdemócratas. Pirna está cerca de Dresde, bastión de la ultraderecha donde las autoridades locales declararon en 2019 la 'emergencia nazi'.
El descontento social, la recesión del motor económico alemán y la inmigración han alimentado las opciones políticas radicales. Alemania, que lleva décadas pagando la penitencia y avergonzada por el holocausto judío ordenado por Adolf Hitler, ve el crecimiento de la ultraderecha como una vuelta a su peor pasado. Que fue aterrador y tuvo escenarios como el castillo de Sonnenstein, ubicado en Pirna junto al río Elba y utilizado como psiquiátrico desde 1811.
Durante la II Guerra Mundial se transformó en un centro de tratamiento para personas con trastornos mentales o con algún tipo de discapacidad. Al principio, los pacientes fueron alemanes. Después llegaron los judíos y prisioneros de los campos de concentración. A la mayoría le esperó el mismo destino. Hombres y mujeres. Niños de 2 años y ancianos de 86. Todos «exterminables», según el programa 'Acción T4', que para definir su actividad hablaba de 'eutanasia involuntaria'. De 'higiene racial'.
Con el tiempo, los investigadores del holocausto sacaron a la luz lo sucedido dentro de aquellas paredes. Bajo el pretexto de pasar por la ducha, los pacientes eran obligados a desnudarse. Los conducían a una cámara. Un enfermera cerraba la puerta de acero. Fuera, el verdugo activaba la 'ducha' de monóxido de carbono. Las víctimas tardaban unos terribles minutos en morir. Del siguiente paso se encargaban los desinfectadores. Revisaban las dentaduras por si había piezas de oro. Algunos cuerpos eran enviados al laboratorio para diseccionarlos. Se les extraían los sesos para 'estudios científicos'.
A la mayor parte de los cadáveres les esperaba el crematorio. Este proceso no dejaba aristas: los empleados del castillo disponían de unos molinillos para triturar los pedazos de hueso que no se habían quemado por completo. Así acabaron miles de alemanes con alguna discapacidad que no cuadraban con la teoría de la supremacía aria. A esa lista negra se sumaron pronto centenares de presos de los campos de Auschwitz, Buchenwald y Sachsenhausen. Polacos, checos... judíos. Las familias de todos los germanos fallecidos, oficialmente por causas naturales, recibían una condolencia de la dirección médica del centro. Les decían que habían sido incinerados. Sin rastro. Cenizas en el bosque.
El director de Sonnenstein era Horst Schumann. Cuando el 'sanatorio' cerró, trasladó sus prácticas de exterminio al campo de concentración de Auschwitz entre 1942 y 1944. Se llevó a algunos de sus empleados, especialistas en cámaras de gas e incineración. En cierto modo, Sonnenstein sirvió de escuela de formación y adiestramiento para el holocausto. Tras la guerra, su director médico, Paul Hermann Nitsche, fue condenado a muerte y ejecutado en la guillotina en marzo de 1948 en Dresde, cerca del castillo y de Pirna, donde el pasado domingo un partido ultraderechista que rechaza al diferente ha ganado las elecciones municipales.
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