Xi Jinping y Vladimir Putin se reunieron en Pekín en febrero de 2022, unas semanas antes de la invasión. SPUTNIK
Un año de guerra en Ucrania

China hace negocio con la guerra de Ucrania de fondo

Pekín rechaza tomar partido y pide paz, pero dispara las relaciones económicas con Rusia, para la que se convierte en una alternativa frente a las sanciones occidentales

Miércoles, 22 de febrero 2023, 16:33

Ponerse de perfil es una expresión que perfectamente podría definirse con la postura que China ha adoptado en el ámbito político tras la invasión rusa de Ucrania. Desde el inicio de las hostilidades, Pekín ha reiterado que mantiene buenas relaciones con ambos países y que, ... siguiendo su máxima diplomática de no interferir en asuntos de terceros, no va a tomar partido. En este marco, los representantes de la República Popular se limitan a pedir que Rusia y Ucrania negocien una salida pacífica para el conflicto bélico, aunque no se postulan como mediadores, y mantienen una ambigüedad deliberada que les permite esquivar una condena explícita de la invasión a la vez que fortalecen un eje alternativo al que lidera Estados Unidos en un mundo cada vez más bipolar.

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En cualquier caso, quiera o no, China es un actor clave en este escenario. Buena prueba de ello es la visita que Vladímir Putin hizo el año pasado al gigante asiático con motivo de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno pocos días antes de iniciar la 'operación militar especial' del 24 de febrero. Diferentes fuentes diplomáticas rumorearon entonces que su homólogo chino, Xi Jinping, le pidió que retrasara sus planes bélicos hasta el fin de la cita deportiva, algo que finalmente sucedió. Al fin y al cabo, el presidente ruso era consciente de que su apuesta bélica tendría poco éxito si China se oponía.

Y el último año ha evidenciado que los líderes comunistas dicen una cosa pero hacen otra. Porque a Putin le han brindado el apoyo económico que necesita para contrarrestar el efecto de las sanciones occidentales -hasta el punto de hacerlas prácticamente inservibles- y mantener así el país a flote. A cambio, China ha comprado combustibles a precio de saldo en un momento delicado para su economía.

Comercio entre Rusia y China

Las estadísticas no engañan: en 2022, el comercio entre Rusia y China se disparó un 34,3% hasta alcanzar una cifra récord de 190.000 millones de dólares. Los mayores incrementos se produjeron, precisamente, en las exportaciones rusas del sector energético, sobre el que la OTAN y sus aliados han puesto la diana y que es vital para cimentar el crecimiento económico de China: se duplicaron las compras de gas licuado por tren, un vehículo crítico debido a que el gasoducto existente -el Power of Siberia- no cuenta con volumen suficiente después de haber incrementado su flujo en un 50%; y la venta de crudo ruso creció un 10%. Son incrementos especialmente significativos si se tiene en cuenta que, debido al impacto del covid, China redujo las importaciones de casi todos sus socios comerciales.

En 2023, ya sin las restricciones del 'covid cero' que han lastrado al gigante asiático, las expectativas para el comercio bilateral son aún más boyantes. «Hay mucho espacio para continuar creciendo», afirmó Song Kui, presidente del Contemporary China-Russia Regional Economy Research Institute, al diario chino Global Times. «Por ejemplo, Rusia ha anunciado el establecimiento de zonas económicas especiales en el extremo oriental para impulsar las exportaciones minerales y agrícolas» añadió.

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Eso sí, la relación entre las dos potencias es extremadamente asimétrica. Para China, Rusia es una hormiga que representa solo el 3% de su comercio exterior -Ucrania supone aún menos con el 0,2%-. Pero, para Rusia, la segunda potencia mundial es su principal socio comercial y la mayor válvula de escape económico, algo que se refleja tanto en el hecho de que el país más extenso del planeta es uno de los pocos que gozan de un superávit comercial con el Gran Dragón y como en el uso de servicios financieros chinos que sortean las sanciones.

Pekín, además, alienta un discurso de falsa neutralidad en el que acusa a la OTAN de haber alentado el conflicto con su paulatino acercamiento a territorio ruso, un tácito apoyo político que le sirve para que Moscú pivote en torno a sus ambiciosos proyectos geopolíticos, con la nueva Ruta de la Seda en el centro. China fortalece así su candidatura a próximo hegemón económico.

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No obstante, la guerra también deja al Partido Comunista en una situación incómoda. Precisamente, porque la Unión Europea es su principal socio comercial. A Estados Unidos también le une una relación de amor y odio que, en cualquier caso, es más relevante que la de Rusia. A su favor juega la creciente dependencia que estos territorios tienen de productos chinos, a pesar de que han tratado de reducirla desde el estallido de la pandemia, pero Huang Jing, profesor distinguido de la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghái, sostiene que a Pekín no le interesa una victoria rotunda de cualquiera de los dos bandos. En su opinión, la derrota de Rusia envalentonaría a Occidente y podría perjudicar a China en el hipotético caso de una invasión de Taiwán; y la caída de Kiev extendería la influencia rusa en exceso y podría abrir el camino a una mayor inestabilidad global.

Por todo ello, para los líderes chinos una salida airosa podría ser el establecimiento de un 'status quo' pacífico en el que Rusia controle Crimea y partes del Donbás sin que ello obligue a un reconocimiento diplomático explícito. Pero en Pekín tampoco preocupa demasiado que la guerra se alargue. Por eso, allí esperan con ansiedad el resultado de las elecciones presidenciales que se celebrarán el año que viene en Estados Unidos, ya que de la postura del próximo presidente puede depender el futuro de Ucrania. Y las autoridades chinas prefieren que sea un republicano, reacio a seguir suministrando armamento a Kiev, quien diriga la aún primera potencia mundial. Al fin y al cabo, aunque fue Donald Trump quien declaró la guerra arancelaria a China, Joe Biden no ha hecho sino ahondar en ella.

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