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Lourdes Gómez
Londres
Sábado, 6 de mayo 2023, 22:02
Camila ha sido la primera reina del Reino Unido que se ciñe una corona reciclada al revalidar su alta posición en el escalafón monárquico. La condesa de Cornualles eligió la de María de Teck, consorte de Jorge V, y pidió a los orfebres reales que ... adornaran la preciada pieza con tres distintivos diamantes de la colección personal de su suegra, la difunta Isabel II.
Fue un gesto simbólico, acorde con las preocupaciones medioambientales contemporáneas y en línea con la crisis inflacionista de una mujer que ha aguardado más de cinco décadas en la retaguardia a la sombra de su marido. La familia Windsor la boicoteó desde que hiciera amistad con el príncipe de Gales, allá en 1970. Y una mayoría de la ciudadanía y medios de comunicación la repudiaron en cuanto la princesa Diana reprochó la infidelidad de su esposo en una biografía extraoficial publicada en 1992. «Somos tres en este matrimonio», denunció en una posterior entrevista en la BBC. Lady Di no sembró dudas de que la aludida intrusa era su eterna rival Camila. El divorcio de ambas parejas estaba servido: Andrew y Camila Parker Bowles en 1995; Carlos y Diana, un año después.
«Empecé a trabajar cuando los de mi entorno se jubilaban», comentó la ahora reina a una vieja amiga de Carlos, la chilena Lucía Santa Cruz. Camila tuvo que esperar hasta casi cumplidos los 60 para desempeñar funciones públicas como miembro de la familia real. El palacio de Buckingham le tendió la alfombra roja en 2005, una vez sellada la alianza matrimonial con el heredero en un evento civil que fue bendecido por el arzobispo de Canterbury en la capilla del Castillo de Windsor. El deshielo había comenzado cinco años antes, cuando Isabel II asistió a la fiesta de cumpleaños que el príncipe de Gales ofreció a Constantino de Grecia en su residencia campestre de Highgrove. «La señora Parker Bowles se encontraba entre los invitados», remarcó el comunicado palaciego.
Camila Shand nació en Londres en 1947 y creció en una reconvertida rectoría con extensos terrenos en el sur de Inglaterra. A su padre Bruce se le reconoce entre los héroes militares de la Segunda Guerra Mundial mientras que la familia de su madre, Rosalind Cubitt, aportó título nobiliario, herencia millonaria y estrecha conexión con la corona. «Mi bisabuela fue amante del rey. Prácticamente somos realeza», contó en la escuela con 10 años, según rememora su biógrafa Angela Levy. Se refería a Alice Keppel, favorita de Eduardo VII y, antes de reinar, el más longevo príncipe de Gales hasta que Carlos le arrebató la marca. Se rumorea que Sofia, la hija pequeña de los Keppel y abuela de Camila, pudiera ser fruto de la relación extramarital con dicho rey.
«Andad con cuidado, que tenéis antecedentes genéticos». Santa Cruz recuerda el consejo que lanzó risueña al presentar a sus dos amigos por primera vez en una iniciativa digna de una consabida celestina. Hubo flechazo y sintonía de aficiones, pero Isabel II, el príncipe de Edimburgo y la reina madre buscaban horizontes más distinguidos para el heredero. Carlos se embarcó hacia el Caribe a fin de completar su carrera militar y en 1973 Camila aceptó la petición de mano de Parker Bowles. Nunca rompieron la amistad y reanudaron las intimidades en los años 80.
La accidentada muerte de Diana en 1997 desató la ira nacional contra Camila. Los paparazzis rodearon su residencia familiar, la prensa publicó las fotografías menos atractivas de la apercibida traidora de la 'princesa del pueblo' y se redoblaron los insultos, desprecios y abusos. La periodista Tina Brown sostiene, en 'The Palace Papers' (Los papeles de palacio), que Camila adoptó la «misión de salvar al sufriente príncipe» y depurar su reputación que quedó hecha jirones en la «manipulación de la prensa por parte de Diana». «No hay otra explicación de cómo pudo Camila tolerar las sucesivas humillaciones de mediados de los noventa, cuando parecía que la nación entera la despreciaba», escribe la autora.
Los ataques no han cesado completamente pese a la campaña de rehabilitación de los ahora reyes. Fue una operación lenta, orquestada por el vicesecretario del príncipe de Gales y ejecutada con paciencia y con éxito a medio plazo. Isabel II y el resto de la familia se rindieron finalmente a la consigna de Carlos de que su compromiso con la divorciada abuela de cinco nietos era «innegociable» y accedieron a la conciliación.
La veterana monarca le cedió para la pedida un anillo de platino y diamantes que había heredado de su madre y en 2022 expresó su «sincero deseo» de que la duquesa fuera reconocida como «reina consorte». La nota discordante la pronunció el príncipe Enrique al identificarse en sus recientes memorias como víctima colateral del saneamiento de la imagen de su madrastra.
El duque de Edimburgo, la reina madre o el príncipe Alberto marcaron la pauta de lo que se requiere de un consorte. Camila desempeña la función con innata naturalidad, «apoyando» a Carlos, «estimulando su autoestima, riéndose de las mismas cosas, incluso en público y, ante todo, aceptándole como es», según resume Levin. «No ha dado un paso en falso. Ella y el príncipe forman un buen equipo», coincide el historiador Vernon Bogdanor. «Carlos estaba celoso de Diana y está muy orgullosos de Camila», recoge de otra fuente.
La duquesa se ha labrado un distintivo camino en la rutina de los deberes monárquicos. Apoya causas inusuales para la familia real, como la violencia doméstica y la agresión contra las mujeres, que le han llevado a visitar centros de acogida y solidarizarse con supervivientes de violaciones sexuales y víctimas de la mutilación genital femenina. «¿Cuántas mujeres más han de ser acosadas, violadas o asesinadas antes de que nos unamos realmente para forjar un mundo libre de violencia?», cuestionó en una ocasión.
Camila preside la Real Sociedad de Osteoporosis, enfermedad que mató a su madre, promociona iniciativas de alfabetización y lectura, programas en atención de los mayores y de pacientes de cáncer, entre el centenar de organizaciones benéficas que ha abrazado desde su admisión en la familia real.
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